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Discurso de Gabriel Boric
Por Marta NERCELLAS, para SudAméricaHoy
Las repercusiones que tuvo la denominada “marcha del silencio” me hicieron preguntarme sobre ¿Cuál es el valor de la palabra? La desvalorización de la verdad, la impudicia con la que se afirman falsedades sin que el rubor tiña la cara del orador, genera un daño social difícil de medir. Cuando atravesaba la marcha, mientras el diluvio lavaba el rostro de los que caminaban pidiendo verdad, se sentía lo difícil que iba a ser restaurar el daño, lograr que los ciudadanos volvamos a creer.
Guillermo Moreno, ex secretario de Comercio y actual agregado en la Embajada de Roma
Las estadísticas oficiales fueron falseadas y se comenzaron a difundir en paralelo otras, modelo inflación gubernamental como la que proclamaba Guillermo Moreno, premiado con un cargo diplomático para alejarlo del lugar del conflicto.
Se miente sobre los hechos, sobre el derecho, sobre los concursos de Jueces y Fiscales, sobre las licitaciones. Se miente sobre las razones que segaron la vida de un agente de inteligencia primero y de un Fiscal después. Se habla oficialmente para no informar nada y se considera un caso aislado la muerte por desnutrición de ¿un? infante, como si esa vida no tuviera el 100% de su valor.
La mentira ha sido habilitada como una forma normal de comunicación sin que importe que el interlocutor mentiroso sea un funcionario encumbrado, un militante apasionado o la primera Magistrada de Argentina que va cambiando la versión del mismo hecho al compás de sus humores.
La versión oficial de cualquier cosa es la que debe considerarse auténtica para evitar la acusación de «destituyente». Aunque el disfraz con el que ocultan la verdad sea tan ostensible que no resulta legitimado ni con el carnaval, declarado feriado nacional para que la alegría nos acompañe por decreto aunque no sepamos de qué reímos.
En un todo vale, la mentira se ha convertido en actor principal en el intercambio de novedades cotidianas. Ante tanto desparpajo se hacen imprescindibles las pruebas objetivas cuando afirmamos que ha salido el sol esta mañana.
El acceso a la información ha devenido imposible. Aquella a la que accedemos –monólogos cotidianos de algunos funcionarios, alegatos en redes sociales de quienes tienen la obligación de informarnos a todos y no sólo a los que leen las distintas pantallas- es simplemente absurda, porque ni siquiera se esfuerzan en idear mentiras que se parezcan a verdades. No es lo mismo dato que información, ni información que conocimiento. Pero aún peor, no es lo mismo lo que sabe quien tiene el deber de informarme que aquello que me dice.
No tenemos una ley de acceso a la información, apenas un decreto cuyo contenido es permanentemente vulnerado. No nos permiten el acceso a datos sencillos. Nos publican en la web una maraña de datos ininteligibles como sucede con la ejecución del presupuesto que es otra manera de desinformar. Si no podemos creer en la palabra y no podemos acceder a los registros ¿Cómo haremos para construir nuestra historia de hoy?.
La actuación del Estado afecta la situación personal de cada uno, sus valores, sus creencias. Cuando, como en este momento, la sangre tiñe la interpretación de las reglas de nuestra convivencia, cuando la muerte de un Fiscal General nos hacen preguntarnos, si no pudieron cuidarlo a él cómo puedo esperar que lo hagan conmigo y mi familia, allí la actuación del Estado resulta ser el oxígeno de la vida social.
Quién va a creer el resultado de la investigación que intenta saber cómo y por qué murió quien debió ser en ese momento el ciudadano más cuidado de Argentina, si nos dicen que por marchar para honrar su memoria somos “pan triste” y que desechamos la alegría que desde los micrófonos oficiales nos venden como la semilla que hará germinar nuestros campos con prosperidad.
Los que llegaron y siguen en el poder, destruyeron primero los organismos de control, salvo la Auditoría General de la Nación que, milagrosamente, logró no ser deglutida por esas fauces autoritarias. Luego vaciaron de contenido cada institución que obstaculizaba su quehacer. En el país de las maravillas con el que soñara Alicia no entran reproches ni malas noticias por eso necesitaron también ir por el significado de las palabras, hoy es difícil saber qué definen.
Cuándo los sistemas de control institucionalizados desaparecen ¿Son los ciudadanos los que deben controlar al Estado? y en ese caso ¿Cómo hacerlo, partiendo de qué premisas si todas parecen falaces? Los funcionarios públicos no han tomado conciencia de su obligación de rendir cuentas y no tienen la disposición de hacerlo. Los ciudadanos, carecemos de iniciativa para exigirlas.
El Poder Judicial actúa sobre el pasado, el Poder Legislativo lo hace sobre el futuro y el Ejecutivo maniobra sobre nuestro presente. Por ello, a éste, le tenemos que gritar que no son comentaristas de lo que ocurre sino sus arquitectos; que los discursos diarios no son información y que ésta nos resulta imprescindible ya que lo que hoy sentimos en riesgo no son ya los dólares que atrapó otrora el corralito, sino nuestra propia vida.
Cuando el Estado es eficiente y maneja con pericia el poder que los ciudadanos le hemos transferido temporalmente, es casi invisible. Cuando el Estado es noticia estamos en problemas.
El vicepresidente, Amado Boudou, en un acto público. Foto. David FERNÁNDEZ/Efe
Hoy no sólo es noticia, sino mala noticia: los funcionarios son investigados por delitos de corrupción; la presidente y su familia es sospechada de lavado de dinero; un Fiscal que pretendió investigar su conducta aparece muerto cuando estaba preparando su presentación ante el Congreso para explicar los graves delitos que le imputa; los funcionarios sin importar su rango, hablan sin explicar sus conductas y callan ante hechos de gravedad institucional; se defiende una retórica selectiva de los derechos humanos; integramos organismos internacionales y regionales pero silenciamos cuando los agresores de los derechos que se pretendía proteger al constituirse, son los “amigos”… Estamos en problemas, el Estado hace mucho ruido.
No hay estado de derecho, no hay controles judiciales, ni sociales, ni patrimoniales, ni de la corrupción política; la devaluación de la palabra no podía ser sino su lógica consecuencia. La competencia electoral que se avecina no restituirá la república; la promesa de derogar leyes impuestas por el capricho del número que da la mayoría, no restablecerá los valores perdidos. Diálogo, verdad, desprecio por la mentira, rechazo visceral a todo lo que no represente valores éticos , deberán ser los ladrillos en los que deberíamos intentar construir algo de lo perdido.
André Berthiaume dijo: “Todos llevamos máscaras y llega un momento en el que no podemos quitárnosla sin quitarnos nuestra piel». Produce miedo pensar que tal vez esa máscara que lucimos tanto tiempo no podamos ya arrojarla a la hoguera porque con ella se iría nuestra propia esencia.