domingo, 3 de junio de 2018
«Esencia e identidad, el problema del macrismo», por Adolfo ATHOS AGUIAR

Por Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy

“Sucios, feos y malos” era la primera evocación que inspiraban los alfiles de Cristina Kirchner en el cenit de su poder. Personas ligeramente elegantes, moderadamente educadas, adecuadamente dialoguistas y definitivamente corteses en el trato individual, cuando se prendían las luces o los micrófonos se transformaban en bestias intratables. La mera asociación nos remitía al título de la imperdible “Brutti, sporchi e cattivi” de Ettore Scola en 1976.

A fines de 2016 un editorialista cordobés mostró cómo los nuevos políticos argentinos se comportaban como personajes de esa película. Los barnices de educación privilegiada del actual elenco gubernamental se han terminado de esmerilar con la última crisis financiera y económica -más política, cultural y psicológica- que no terminan de digerir. De la jerga del periodismo deportivo usan la expresión “error no forzado”, que superan con “error involuntario”, quedando al borde de la confesión del “error intencional”. Cerradas las puertas y micrófonos, nuestro elenco en el gobierno se asume como brutti, sporchi e cattivi y se pone desagradable.
El actual gobierno llegó a serlo por el escueto instrumento de mostrar que Macri no era Cristina, que Macri era mejor que Scioli, Vidal que Aníbal y que su galería de atildados era mejor que la de monstruos del kirchnerismo. Objetivos obvios y fáciles, que todavía merecen una oportunidad y adeudan una demostración. La única característica permanente y común de la imprecisa clase media argentina (sostén que el Macrismo pretende incondicional) es su proyección a un futuro aspiracional de educación y estabilidad, extendido a grupos de referencia que trascienden a la familia inmediata. El relato proyectado por Kirchner y exasperado por Cristina agrupaba personas más motivadas en el pasado (real o imaginario) y la satisfacción inmediata de estímulos individuales. El ideal de progreso pequeño burgués, por primera vez en el occidente moderno, no es un objetivo asegurado,
Una parte importante de ese espectro social –asalariado o tendiente al cuentapropismo, que en la pirámide social argentina asienta preponderantemente en los grupos definidos como C2, C3 y D1- eligió confiar en Mauricio Macri y sus compinches, a despecho de su pertenencia a la fauna del «other people`s money nacional». No es inusitado. Donald Trump lo logró con los trabajadores pauperizados de su país. Un matrimonio de usureros patagónicos logró seducir a ese mismo grupo durante ocho años.
Ilusorio es pretender que la identificación sea permanente. Que los pueblos se engañen con sus políticos es natural, porque el oficio de político es engañar al pueblo. La inversa es grave e históricamente gravosa. Apenas emergiendo Argentina de una falsa revolución al servicio de una banda de saqueadores, su gobierno no puede extrañarse de que su electorado no confíe a ciegas en propuestas misteriosas. Son los límites que se fijó a sí mismo y la naturaleza del sustento logrado que hacen improbable que “su gente” le responda a él, como el “pueblo de Cristina” le respondía a ella.
El Ejecutivo Nacional ha hecho tantos esfuerzos por seducir a los argentinos del otro lado de la grieta, que ha ido construyendo una barrera con los que ya tenía seducidos. Ha hecho tanto por imitar el progresismo facilongo y tardío que el Kirchnerato impostó hace quince años, que su doble impostura dificulta apreciar una diferencia con aquella demagogia descontrolada.
Si no fuera demasiado cartucho para un ave tan chica (Fuera tanto de mi alcance intelectual como del calibre de los pensamientos políticos involucrados), sería tentador aplicar el método propuesto por Gilles Deleuze en “Diferencia y repetición”. El Mauricismo ha repetido hasta ahora más del Cristinismo que lo que ha logrado diferenciarse, llegando a revelar impúdicamente su aspiración de perpetuación, en una gestualidad torpe al que solo le faltó el “vamos por todo”. Al sustituir el viejo pensamiento mágico por el suyo propio, el Macrismo ha olvidado un mantra de sus cursos de ciencias sociales, que reza que “lo contrario de un error no es necesariamente un acierto”.
El Gobierno Argentino no tendrá doce años para demostrar sus diferencias positivas, porque los fundamentos de su cimentación política son diferentes. Si el Gobierno de Cambiemos, cada vez más Pro, no ha sido capaz en dos años y medio de demostrar una esencia superior, no debiera sumar malestar con sus propios votantes, como si le debieran lealtad religiosa.
Si su proyecto merece continuidad, sería útil que fingiera aceptar por un momento que quizás su rol histórico sea el de transición, el pase a una vía superadora de tanta insustancialidad, frenando un péndulo histórico exagerado. Con una táctica así, aunque fuera un fingido y falso altruismo, quizás halle sustancia y razón de ser.