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Discurso de Gabriel Boric
Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y Director General de la Comisión Andina de Juristas
El periodista israelí Ami Kaufman levantaba su voz de alarma en la revista virtual +972 sobre los muertos en Gaza y la cohetería de Hamas describiendo crudamente el “retrato de ocupación, de negación de derechos básicos a millones de personas, de robo de tierras y de apartheid por casi 50 años”.
Las últimas operaciones militares israelíes en Gaza han causado más de 1.400 muertes de palestinos (civiles en un 80%, 300 de ellos niños) y más de 200.000 desplazados internos. Con un lacerante telón de fondo: una población bloqueada por aire, mar y tierra en uno de los territorios con mayor densidad demográfica del planeta. Dilma Rousseff ha calificado directamente de “masacre” lo que se viene haciendo en Gaza.
Pese a que eso está muy lejos de América Latina, la región tuvo y tiene que ver con el tema. Empezando por la creación del Estado de Israel y por la voz que ha tenido sobre el conflicto del medio oriente, pero especialmente porque tiene toda la legitimidad del mundo que América Latina —región mayoritariamente democrática y garantista de los derechos humanos— se haga sentir frente al horror de lo que viene ocurriendo.
El nexo latinoamericano ha sido especialmente visible en tres momentos cruciales en los últimos 67 años. Primero en la partición de Palestina en 1947 y la consecuente creación del Estado de Israel al año siguiente. La resolución 181 de la Asamblea General de la ONU sobre la partición de Palestina en dos estados (uno judío y otro árabe) no hubiera sido posible sin el voto y activo papel de la diplomacia latinoamericana: el 40% de los 33 votos por los que se aprobó. Pero no dando un cheque en blanco pues, marcando la tendencia latinoamericana a la equidistancia, cuando en 1949 tocó pronunciarse a favor del retorno de los refugiados palestinos expulsados de su territorio, la mayoría de países latinoamericanos votó a favor de la resolución 194.
América Latina tiene todo el derecho a hacerse sentir frente al horror de lo que viene ocurriendo en Gaza.
Posteriormente, ya en el contexto del proceso de descolonización de los 60 en África y Asia, el ingreso de nuevos y soberanos países en Naciones Unidas y el movimiento de los no alineados, las posiciones latinoamericanas fueron dando progresivamente más espacio a la causa palestina. Manteniendo su respaldo a la existencia de Israel, Latinoamérica tuvo una voz clara luego de la Guerra de los seis días y la ocupación israelí de territorios árabes en 1967.
El proyecto latinoamericano de resolución disponiendo la retirada “de todos los territorios ocupados” sirvió de base para la resolución 242 de noviembre del 67, aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad y cuya ejecución se reclama todos los años desde ese entonces.
Después del fin de la guerra fría y de la creación de la Autoridad Nacional Palestina, se abrió un tercer momento marcado por el establecimiento de relaciones formales y directas con la representación diplomática palestina, sin excluir a Israel. Se incorporó, pues, un actor político y diplomático en el concierto internacional y las relaciones internacionales latinoamericanas. Al punto que hoy la mayoría de países latinoamericanos reconoce al Estado palestino proclamado en 1988.
Esta América Latina de hoy, con más de 500 millones de habitantes, economías emergentes y comprometida con la paz y los derechos humanos, puede tener algo que decir ahora. En lo inmediato, fortaleciendo el empeño de un cese de fuego que abarque tanto las operaciones y ocupación militar israelí de Gaza como el lanzamiento coheteril de Hamas. En perspectiva, apuntando a lo fundamental: reanudar las negociaciones de paz hacia la solución de fondo. La voz que se oye de América Latina, con sus matices, viene siendo esencialmente coherente y convergente para condenar su rechazo a lo que viene ocurriendo en Gaza.
Pero podría y debería hacerse oír con más vigor, tanto en el terreno bilateral como en el esencial y complejo de las Naciones Unidas. En lo bilateral algunos países ya adoptan decisiones simbólicas llamando en consulta a sus embajadores (lo han hecho estos días Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador y Perú) y estudiando acciones en el plano comercial. Pero es en lo multilateral en donde, como en otras ocasiones, la región debería —y podría— articular una voz común.
Una América Latina que ha optado claramente por resolver sus diferencias limítrofes a través del derecho internacional y la Corte Internacional de Justicia —y no de las armas— puede tener algo que decir y hacer. Porque en el Medio Oriente no hay solución militar al conflicto, sino política y diplomática, ya que los pueblos judío y palestino están condenados a coexistir y compartir fronteras. (La Mula)