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Discurso de Gabriel Boric
En poco menos de una década, el kilómetro 44 de la Panamericana, la ruta norte de salida de la capital argentina, se posicionó como el nuevo destino eco, arty y gourmet, con opciones gastronómicas que van desde restaurantes a puertas cerradas a grandes cadenas como Sushi Club.
Buenos Aires. Por Cecilia BOULLOSA
Fotos: Rodrigo Ruiz Ciancia/PlanetaJoy
Donde antes había tierra, hoy hay asfalto. Donde antes había un par de restaurantes sobre la colectora, hoy se levantan tres paseos con bares, bistrós, cantinas italianas, delis vegetarianos o parrillas con onda. Donde antes imperaba un aire pueblerino, compuesto de siestas, charlas en la vereda y mandados a la hora en que baja el sol –algo de ese viejo espíritu aún sobrevive de lunes a jueves– hoy los fines de semana es imposible estacionar. “Los viernes a la noche arde”, dice una lugareña. “Si venís un fin de semana o un feriado no vas a poder caminar por la calle Mendoza”, dice otra.
Siguen llamándolo pueblo, pero Ingeniero Maschwitz (cada vez más Maschwitz y menos Ingeniero) cambió. Sin perder autenticidad y encanto, se transformó en el nuevo polo de moda del corredor del norte con una receta que combina oferta gourmet, conciencia ecológica e inclinación artística. “Hay momentos en los que nos abruma. No pensamos que íbamos a crear el semillero de toda esta movida”, dice Alejandra Magno, que se mudó desde Capital hace 17 años buscando tranquilidad.
Magno es parte de una de las cinco familias –luego terminaron siendo cuatro– que armaron el Paseo Mendoza, el germen de lo que es Maschwitz hoy. Se conocieron en el jardín Waldorf al que sus hijos iban y se autodenominaron ‘el grupo del pompón’. “Soñamos un espacio donde la gente se pudiera sentar a tomar un café y los chicos estuvieran corriendo por ahí. No un shopping”, dice. El paseo, construido íntegramente en madera, vidrio y chapas, nació hace nueve años y se fue ampliando: ahora cuenta con 36 locales y un teatro para 150 personas. El foco está puesto en el arte –hay estudios de música, talleres de arte, de pintura, de tejido y de alfarería, un negocio que vende juguetes de madera, shows de música al aire libre–, aunque también cuenta con una interesante propuesta gastronómica. El Chiringuito, donde los sillones están armados con botes viejos y las mesas con barriles, es el bar del Paseo Mendoza; Matryoshka, la casa de té y cosas ricas y Trébola, el restaurante de batalla.
También está Ramona, que es el fijo de los vecinos de Maschwitz y también de muchos visitantes de fin de semana. Un bistró de 40 cubiertos, con énfasis en los pescados y en las pastas. Ravioles gigantes de salmón y langostinos, boquerones o brótola con mohlo de camarón y milhojas de papas son algunos de los platos que figuran en una carta pegada sobre un LP. “Esto era muy tranquilo hasta que abrió el Mercado. Desde entonces Maschwitz empezó a convocar gente, como el Puerto de Frutos”, dice Gonzalo Recalt, que trabaja en gastronomía desde 1989 y pasó por lugares como Vladimir, Tequila y el Sarkis de la Recova antes de llegar a la zona para abrir un delivery de comida árabe. Su próxima aventura, adelanta, es un restaurante peruano para el que ya está buscando locación.
Un restaurante peruano completaría una oferta que ya cuenta con tres restaurantes de sushi (No Ie, Yoko´s y Sushi Club), parrillas (Ley Primera), trattorias (La Cantina de Ley), delis (Casa Linda, Cata, Lulú Café), cocina mexicana (Taco Box) restaurantes vegetarianos y orgánicos (La Anita, Goji), hamburgueserías al estilo The Embers (Zeppelin) y restaurantes a puertas cerradas (Cocina Escondida), entre otros.
CHAPAS Y CONTAINERS
Si Mendoza es la calle de moda, el Mercado de Maschwitz, el más cercano a la Panamericana, es el epicentro de la movida. Algunos dicen que su estructura recuerda a La Boca –mucha chapa acanalada, empedrado, herrajes y maderas de casas viejas de Buenos Aires (todo material de demolición)– pero también tiene algo de galería a cielo abierto de la playa, de Cariló o Mar de las Pampas. Fue inaugurado hace cuatro años y al margen de algunas casas de antigüedades o de ropa, la mayoría de los locales derivaron en restaurantes. Con pequeñas variantes, la estética se replica: mucha madera, objetos vintage, carteles antiguos y manteles a cuadros.
La Anita es la segunda sucursal del restaurante que funciona en el Bajo de San Isidro, pero mientras que el original se especializa en parrilla, acá el foco está puesto en platos vegetarianos como el risotto de calabaza con arroz yamaní o las quesadillas con guacamole. Además tiene un almacén orgánico, La Verdolaga. Lulú Café, de Luciana Cichero, es uno de los más concurridos a la hora de la merienda: scones de queso, brownies y carrot cake son algunas de sus especialidades. Y Ley Primera, el local más grande del Mercado, es la opción para los que se tientan con parrilla o con platos al horno de barro.
Así como el Mercado se levantó con materiales de demolición, Quo Container Center, el más nuevo de los paseos –abrió a fines de 2014– se armó a partir de contenedores marítimos. 57, para ser más específicos. De 12 metros de largo cada uno. Sus desarrolladores lo promocionaron como el primer paseo comercial totalmente sustentable, y de vanguardia, porque este tipo de construcción solo tiene precedentes en un par de capitales europeas –Londres y Amsterdam–, Melbourne, México y San Pablo. Los contenedores, ubicados en tres pisos y pintados de colores estridentes, albergan casas de ropa, restaurantes de sushi y pizzerías. Una de las propuestas más interesantes es Entrevero Art Café, que vende “antojitos veganos y orgánicos” y todos los cuadros que están en sus paredes, algunos muy buenos, por valores que van de los 500 a los 1000 pesos. De nuevo, arte-comida y ecología son los tres vectores alrededor de las cuales se armó el nuevo Maschwitz.
Más allá de la crecida de público de los fines de semana, hay dos fiestas del pueblo cada vez más convocantes y populares. Una es la fogata de San Juan, que se organiza el último sábado de junio. Es una procesión y quema de muñecos de madera que sale del Paseo Mendoza y concluye en la plaza que está sobre la avenida El Dorado. “Es una fiesta aquelárrica, pueblerina, a la que viene gente de todas partes”, dice Alejandra Magno. La otra es “Tambores a la luz de la luna”, una fiesta solidaria que se lleva a cabo hace siete años, siempre a fines de septiembre. Además: todos los sábados, de 12 a 18, en el jardín botánico (Mendoza 120) se lleva a cabo la Bioferia, donde se dan cita productores orgánicos, cerveceros, pasteleros y cocineros veganos y vegetarianos.
A PUERTAS CERRADAS
La escena gastronómica de Maschwitz trasciende la calle Mendoza. Sobre la avenida El Dorado al 2300, por ejemplo, se encuentra Goji, que combina almacén orgánico con deli vegetariano y huerta. Abrió en 2012 con 50 cubiertos y allí también se dictan clases de alimentación consciente. Los viernes a la noche, Cocina Escondida es un secreto a voces entre los locales. En una casa de La Bota –la vía que conecta los barrios privados y los countries como Nordelta o San Matías con el pueblo–Micaela Conesa, ex chef ejecutiva del hotel Caeasar Park y el restaurante Agraz, hace una cocina simple y deliciosa, a un precio muy conveniente. Un viernes puede haber straccetti de lomo y papines y al otro un strudel de pollo mediterráneo o unos escalopines cordon bleu con papas rústicas. Entrada, principal y postre y la posibilidad de llevarse el vino.
Pero si hay un lugar encantador de principio a fin es Die Ecke-Casa Linda. Está en la parte más vieja del pueblo, en una esquina de árboles viejos y vecinos históricos que se pasean en camiseta. Era, según cuentan, el primer almacén de ramos generales (en pie desde los años veinte) y un lugar por donde pasó la historia de Maschwitz: bajo sus techos altos dio recitales el arquero de Boca Julio Elías Musimessi –conocido como “el arquero cantor”– y también se reunían los lugareños a ver la tele. “Siempre quisimos la casa, por quince años la esperamos. Hace tres finalmente la pudimos comprar y abrimos nuestra negocio de decoración y de ropa”, cuenta el diseñador y restaurador Bobby Rastalsky, dueño de Die Ecke junto a su mujer Paquita Romano. Además de un imprescindible paseo de compras, Die Ecke acaba de sumar un espacio gourmet, Casa Linda. Lo llevan adelante tres amigas –Sofi, hotelera, María, psicóloga y Florencia, ambientadora– que hacía rato tenían ganas de hacer algo juntas. “Nos inspiraron los pequeños cafés parisinos, lugares donde comer simple y rico en un ambiente lindo”, cuentan. Sirven tartas, ensaladas, sándwiches, crepes, algún plato del día, en unas pocas mesas que hay adentro o en un patio adorable con sillones de jardín. Los viernes a la noche además organizan cenas a puertas cerradas, con un menú de tres pasos en el que conviven armónicamente platos italianos con otros de estilo thai.
Por el momento, así de armónica también parece ser la convivencia entre las dos dinámicas que recorren el pueblo. La sosegada que impera los días de semana y la ruidosa y eléctrica que fluye los sábados y domingos. Están pasando cosas en Maschwitz. Cosas buenas.
EL NUEVO SUSHI CLUB
El runrun que está generando la localidad es tal, que las cadenas ya empezaron a instalarse. La primera fue Taco Box, con locales en Palermo, Barrio Norte, Colegiales y Nordelta entre otras zonas y la siguió Sushi Club, que inauguró en diciembre de 2014, en lo que era una antigua casaquinta –hoy totalmente remodelada– en Mendoza al 1600. Son 60 cubiertos entre las mesas de adentro, distribuidas en tres salones y las de afuera, con vistas al exuberante parque con palmeras, árboles añosos y una fuente. Durante los primeros meses manejan una carta más acotada –en la que no faltan, sin embargo, clásicos como el Soul Roll o el Placer Real (palta, palmito y philadelphia envuelto en tamago y salmón bañado con salsa de maracuyá y crocante de batata), pero planean ampliarla muy pronto. Abre de lunes a jueves a sábados a partir de las 18 horas y domingos al mediodía.