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Discurso de Gabriel Boric
Para una módica oposición argentina, con sólo haber realizado un par de indagaciones elementales que rozan la lavandería doméstica de la dinastía presidencial, el juez Bonadío se ha transformado en una especie de caballero blanco, desafiante de los dragones de la corrupción y del poder absoluto.
Para el oficialismo ha resultado una sorpresa desagradable. Se ha roto el código de complacencia recíproca ante las tropelías, abandonando el consejo » yo les consiento sus barbaridades y ellos cuidan de mis intereses”. Ahora lo comparan con Oyarbide, otro juez al que han protegido.
Bonadío y Oyarbide son los magistrados que mayor cantidad de causas disciplinarias han acumulado ante la Comisión de Disciplina y Acusación del Consejo de la Magistratura de la Nación. Como otros cuantos jueces, dan testimonio de la inutilidad del instituto como elemento de control disciplinario y de calidad institucional de la Justicia Nacional.
Irina Hauser (una periodista conocedora de la justicia federal y poco proclive a los compromisos) a inicios de 2001 daba por acorralados y de salida a Bonadío y Oyarbide, sobrevivientes de los “Jueces de la servilleta” de Corach. Que casi catorce años más tarde sigamos hablando de ellos no demuestra su error de cálculo, sino la resiliencia perversa de nuestro sistema judicial y el previsor reciclaje del gobierno que se inició en 2003, que los identificó como herramientas útiles.
Durante su carrera Bonadío ha hecho tantos favores al poder como cualquiera de sus colegas. Algunos de ellos han sido inexplicables y perniciosos. Sin embargo, algunos que ha negado han sido notorios, no han dejado abiertas las habituales puertas procesales de escape, y han afectado al corazón de los negocios.
Si bien maneja la misma agenda que todos sus colegas (de la zanahoria y el palo), su tarifa no es la misma. En tal sentido, y a diferencia de otros colegas, es justo señalar que tampoco se le reprochan beneficios materiales por sus favores.
Cultor cuasi borgiano del coraje personal, Bonadío ha mostrado conductas más audaces que los demás jueces federales de Comodoro Py, quizás más ambiciosos pero extremadamente recelosos. Se apuesta a que no huirá como un cachorro cuando alguien lo quiera espantar con un diario enrollado. Pero esto no significa mucho.
Los jueces nacionales han iniciado una rebelión muy cautelosa contra un poder por el que se dejaron manejar con mano de hierro, ante la certeza de que el barco se hunde y que los capitanes están embriagados por su propia agresividad. Están atravesados por conflictos internos de todo tipo, horizontales y verticales, que les impiden disimular las tensiones, como es su costumbre y preferencia.
En este escenario Bonadío no es todavía una anomalía, sino apenas un episodio ligeramente destacado en un sistema judicial adaptado para garantizar la anomia y la impunidad selectiva, y para preservarse a sí mismo.
Ha tomado la iniciativa con una medida insignificante pero que en el desierto judicial argentino resulta espectacular.
Casi tan poco apreciado entre sus colegas como Oyarbide, entre otros motivos por su falta de pertenencia genética y psicológica a la “familia judicial” les ha marcado un listón incómodo.
Tanto para Bonadío.