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Discurso de Gabriel Boric
Buenos Aires. Por José VALES
Jorge Bergoglio, rompió algunas marcas desde el momento en que fue ungido como Sumo Pontífice. No sólo fue el primer sudamericano sino también el primer jesuita en convertirse en Papa. Fidel y Raúl Castro, recibieron toda su formación escolar y académica en un colegio de la Orden de Jesús, en Santiago, Cuba. No son pocos los que aseguran que si Bergoglio no hubiese cogido los hábitos sacerdotales, se hubiese dedicado a la política, una materia que lo apasiona, como buen peronista que es, y como buen jesuita.
Algunos amigos famosos de Fidel Castro, llegaron a asegurar que si Fidel no hubiese sido el revolucionario y el líder político que fue a lo largo de su vida, y se hubiese dedicado al sacerdocio de Cardenal no bajaba. Sólo basta revisar sus conversaciones con el sacerdote brasileño Frai Betto, para saber qué piensa el líder cubano de la religión. O bien revisar los archivos de la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998, para saber cómo el líder cubano manejó los hilos políticos de su relación con el Vaticano.
De hecho, el Papa Francisco, por entonces obispo auxiliar de Buenos Aires, compiló un libro con artículos de aquella visita histórica. Ya le preocupaba a Bergoglio el futuro político de la Iglesia. Corría 1999, y en círculos políticos de la izquierda latinoamericana, se aseguraba que de la transición cubana participaría la Iglesia
Católica. Incluso, Luiz Inácio Lula Da Silva, por entonces eterno candidato del Partido de los Trabajadores (PT) abonaba esa tesis, compartida por su amigo personal, Frai Betto.
Que para los Jesuitas la política no es algo menor, suele ser una verdad a gritos. Basta releer el libro “Los Conquistadores”, del francés Jean Lacouture, para entender cuál fue la relación de la Orden con los sucesos políticos durante la Colonia en América Latina. A lo largo del siglo XX, numerosos sacerdotes jesuitas, aparecieron preocupados o participando de la problemática política en esta parte del mundo. Los primeros que vienen a la memoria, son los sacerdotes de la Universidad Católica de San Salvador, encabezados por el navarro Ignacio Ellacuría, durante la guerra civil en El Salvador, asesinados por las fuerzas del Mayor Roberto D’Arbuisson.
Por eso el papel del Papa Francisco, en este histórico acuerdo entre La Habana y Washington, cobra más significación. Si Juan Pablo II fue fundamental para terminar con el bloque soviético, todo parece indicar que el rol de Francisco en América Latina es, por ahora, terminar con los últimos vestigios de la Guerra Fría en la región. Como una carambola a tres bandas en el billar, el acuerdo terminó llevando a
las FARC a anunciar un cese al fuego unilateral y a dejar medio desubicado al chavismo en la persona de un Nicolás Maduro, cada vez más complicado hacia dentro mismo de sus filas.
El Santo Padre, trabajó sigilosamente y en silencio con la Casa Blanca primero y con los Castro después. Perfil bajo y muñeca hábil, como un buen cuadro de la agrupación Guardia de Hierro, del peronismo, en la que abrevó de joven y que a la postre resultó una “escuela” para muchos dirigentes y diplomáticos argentinos.
Tal vez ahora podrá entenderse por qué en vida Néstor Kirchner, asesorado por cuadros propios del peronismo como su ex secretario de Comunicaciones Julio Bárbaro, calificaba a Bergoglio de “jefe de la oposición” y lo sometía a cuanto desplante fuera posible. Le temía como le temió su esposa, la presidenta cristina Kirchner, hasta que Bergoglio, como buen peronista al fin, se colocó de su lado y la ayuda a llegar al final del mandato sin sobresaltos.
Con los Castro y Barack Obama sorprendiendo al mundo, y con los buenos oficios de Francisco I, la historia acaba de escribir una nueva página en América Latina, bajo el influjo fundamental de la diplomacia, bajo la influencia de la formación de la Orden de Jesús.