sábado, 14 de noviembre de 2015
La educación, arma contra la droga en las villas de Buenos Aires

Alberto Ortiz
Buenos Aires, 14 nov (EFE).- La ciudad de Buenos Aires se desdibuja en sus extremos más pobres. Una calle marca la frontera entre la arquitectura ordenada de la capital y la miseria de la villa 21, un barrio de chabolas sin alcantarillado ni agua corriente, donde la educación se convierte en arma contra la droga.
«A partir de la noche, los autobuses pasan de largo», comenta Nahuel. Su organización, La Poderosa, tiene una de sus sedes en medio de la villa, desde donde intentan cambiar la realidad de los vecinos, especialmente la de los más jóvenes, con talleres de alfabetización, deportes, apoyo al estudio o música.
Una maraña de cables se prolonga sobre las casitas de adobe. Es el servicio de electricidad que fueron improvisando los primeros vecinos de la villa 21, en el barrio de Barracas, una de las más pobladas de la ciudad con cerca de 60.000 habitantes.
Los primeros asentamientos se instalaron en la década de los años 30, durante un periodo de recesión económica en el que los bajos salarios y el alto precio de las viviendas hicieron imposible la vida en el centro para las clases más desfavorecidas.
En la actualidad, los asentamientos se han multiplicado en Buenos Aires hasta llegar a 14 y albergan, según estimaciones oficiales, a más de 250.000 personas.
Antes de los talleres de los sábados, Nahuel y sus compañeros recorren las casas para buscar a los alumnos.
«¿Está Dieguito?», pregunta a la puerta de una casa destartalada. Sus hermanas le contestan que no, que hace días que no va por la casa, que ha vuelto a drogarse. La naturalidad con la que hablan del tema esas niñas de apenas 10 años no sorprende a Nahuel, que lleva más de un año colaborando con la asociación.
Cuenta que a Dieguito, de 17 años, le trataron en un centro de menores por tráfico y consumo de ‘paco’, una droga que se lleva la vida de cientos de jóvenes al año en Argentina. Es un residuo extraído de la cocaína que funde el cerebro en seis meses y cuya presencia ha aumentado notablemente en los últimos años.
Ya en 2006, según datos del gubernamental Observatorio Argentino de Droga (OAD), más del 1 % de los jóvenes reconocía haber consumido esa sustancia y un estudio de la Universidad Católica de Argentina (UCA) certificaba que en los últimos cuatro años su venta había aumentado un 50 % en el país, sobre todo en las villas.
«Conseguimos que lo dejara cuando salió del centro, pero es tan adictiva que es muy difícil luchar contra ella. Ahora varios narcos le persiguen», lamenta este estudiante de comunicación social.
En el taller de periodismo que imparten Nahuel y su compañera Michi, los chicos hablan del sentido de la democracia, de las desapariciones y de la crisis de refugiados europea, un fenómeno que se escapa a la comprensión de muchos de ellos, que solo conocen las calles embarradas del barrio.
Los jóvenes que participan pasan después a formar parte de la redacción de la revista de la organización, La Garganta Poderosa, que se difunde en las villas y en ambientes universitarios de las ciudades.
Michi explica la teoría de las cinco «w»: «¿Qué, cómo, cuándo…?». Uno de los chicos dice que no está de acuerdo con esas preguntas del modelo «gringo» y propone otras cinco: «¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué la miseria?, ¿por qué la desigualdad?».
En el taller está Melu, de 15 años. Inició hace dos meses unas clases de alfabetización de adultos en las villas, después de que uno de los profesores de la escuela pública le comentara que más de cuatrocientas personas en el barrio no sabían leer ni escribir.
Para los miembros de La Garganta Poderosa, estas actividades son además la mejor herramienta para sacar a los jóvenes de los ambientes de violencia y adicción que proliferan en las villas, abandonadas históricamente por los gobiernos de turno.
Comenzaron con la iniciativa en 2004, tomando el nombre de La Poderosa, la motocicleta en la que Ernesto Guevara, el Ché, y Alberto Granado recorrieron Sudamérica, y hoy tienen presencia en más de diez provincias argentinas y en casi todas las villas de Buenos Aires, donde cada vez más chicos se unen al proyecto.
«La idea es que sean ellos los que acaben dirigiendo La Poderosa», explica Nahuel, antes de participar en la asamblea semanal de la organización.
Unos quince jóvenes de diferentes edades y clases sociales toman mate mientras debaten sobre el futuro del grupo. Entre ellos, Roque, un ejemplo para sus compañeros, que superó su adicción al ‘paco’ y es uno de los miembros destacados de La Poderosa en la villa 21.
Achina los ojos cuando sonríe y le cuesta arrancar a hablar por las terribles secuelas que dejó la droga en su cerebro.
«No sería nadie sin la ayuda de los chicos», reconoce.
Atardece en la villa 21. «Que no haya alcantarillado en los barrios es violencia institucional», concluye con la mirada perdida mientras habla de la «utopía» de un mundo más justo.