EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
La comunicación oficial del Gobierno de Mauricio Macri está siendo sacudida por los periodistas. Hay observaciones válidas y objeciones certeras. Pero el problema no anida en la técnica comunicacional –por cierto light y marketinera-. El déficit del Gobierno es la política.
El presidente de Argentina protesta contra la feroz remarcación de precios. Pero hasta ahora no ha tomado medidas. Pudo –puede– actuar contra el abuso. Hay mecanismos legales, aranceles, régimen laboral. ¿Qué tal si se analiza la vuelta al sábado inglés y se obliga a los hipermercados a cerrar a mediodía del sábado hasta la mañana del lunes? Para evitarlo, ¿No habrían bajado sus precios? El presidente está molesto con las remarcaciones pero parece convencido de que el Estado no debe meterse. Podrá ser un objetivo a largo plazo. Hoy la sociedad argentina necesita el Estado que el régimen saliente sustituyó por su gobierno.
El ministro Guillermo Dietrich estaba incómodo. No entendía por qué dar explicaciones del aumento del boleto. Para él quedaba claro que ningún lugar del mundo se cobran veinte centavos de dólar por un viaje en bus. La suba, al fin y al cabo, era apenas de tres pesos. En el mundo de Dietrich nadie utiliza monedas ni se preocupa por tres pesos. Pero la mayoría de los argentinos llega con lo justo a fin de mes y ese costo despanzurra la economía nacional.
Tampoco es correcto marcar que el interior paga más caro: en los pueblos las distancias son cortas y las gentes humildes están habituadas a caminar. No existe combinación de colectivos, o gastar en tren más subte ni tantos gastos de comida fuera del hogar.
Ejemplo dos: el ministro Juan José Aranguren fue uno de los pocos exponentes de la alta gerencia que no se arrodilló ante el oficialismo saliente. No evalúo su acierto o error, sino la negativa valiente al penoso papel que jugaron muchos de sus pares, oscilantes entre de lo indecoroso y lo abyecto. Aranguren como CEO de Shell cumplía su misión: proteger los activos y la cuenta de resultados de la empresa. Pero ahora es ministro: su función no se limita a los números del Estado y la comunidad empresaria energética. Un ministro debe armonizar el balance económico con el social: solucionar el desastre heredado para que llegue mejor energía a al mayor número de personas. Él piensa que los bienes deben tener un precio independientemente de la capacidad de pago. En Shell estaba bien. Acá no.
Los grandes éxitos de Cambiemos han venido de la mano de Alfonso Prat- Gay y de Susana Malcorra. Dos aciertos en el gabinete. Ninguno con prosapia PRO. La mayor victoria en la desarticulación combinada de militancia rentada, negocios y patoterismo* lo está protagonizando un radical, Gerardo Morales sobre la Tupac Amaru y el imperio de Milagro Sala. Ahí el coraje político sumó lo social: se mantuvieron las prestaciones a los grupos vulnerables, se impulsó un acuerdo con una respetada figura de la izquierda sindical, como El Perro Santillán, se desgajaron las cooperativas y el Estado retomó lo confiscado por Sala.
Parece notorio que el PRO no tiene en su ADN –ni aquellos empresarios o altos gerentes convocados– una idea sobre el desarrollo político y la relación entre economía y costo social. Lo peligroso es que cree tener la idea de una “nueva política”. El Presidente sigue dando la sensación de estar muy por encima de la media de su administración. Para solucionar su déficit político tiene un camino fácil: acudir a sus aliados. Los radicales y el Momo Venegas tienen más experiencia en la calle que casi todo el gabinete. Les dirán qué alimentos, transporte y electricidad son impagables para quienes viven con los ingresos del año pasado. Como no son escuchados, las mismas palabras, otro tono, atronarán el viernes en una enorme concentración sindical. Es la política.
*Patoterismo se utiliza en Argentina para describir la acción violenta en forma de banda de grupos u organizaciones.