lunes, 2 de noviembre de 2015
La última que apague la luz
Cristina Fernandez, Dilma Rousseff

La presidenta argentina, Cristina Fernández junto a su homóloga brasileña, Dilma Rousseff

josé valesPor José VALES
Fernando Henrique Cardoso, alguna vez sociólogo de
renombre y hoy ex presidente brasileño, volvió a ponerlo en palabras.
Le pidió “un gesto de grandeza” a la presidenta, Dilma Rousseff, para
que renuncie a su cargo, convencida de que no puede superar la crisis
que afronta el país. No es la primera vez que FHC lo reclama
públicamente. Eso se debe a que el sistema político brasileño está tan
deteriorado que no tiene que llevar adelante un “empeachment” a buen
puerto. El vicepresidente, Milton Temer, es dueño de los mismos vicios
que afectaron a su compañero de partido y presidente de la Cámara de
Diputados, Eduardo Costa y otros tantos petistas investigados por
corrupción.

Esa fotografía que llega del país de carnaval, ayuda a que los
argentinos conozcan algo parecido al orgullo, aunque sea en dosis
homeopáticas. A Cristina Fernández de Kirchner nadie se atreve a
pedirle la renuncia, por dejar exiguo el Banco Central y por llevar al
país hacia la realidad de un duro ajuste. Son las urnas las que se
encargan de ese trabajito que, por lo demás, es pura responsabilidad
de la propia presidenta.

Si quedaba alguna duda de lo que aquí se venía diciendo desde hace, en
cuanto a que “la mejor jefa de Campaña con la que contó y cuenta,
Mauricio Macri es la viuda de Kirchner”, fueron evacuadas  cuando le habló al país para terminar de enterrar a sucandidato incómodo, Daniel Scioli. Un Scioli, cada vez más confundido, al que parece no salvar ni su fe ni su fanatismo por Ricardo Montaner.

Faltan dos semanas para el balotage y el kirchnerismo se hunde en su
propio lodo. Nuevas medidas económicas para evitar que los dólares
fuguen (fuerte aumento de los pasajes al exterior), impulsar como
campaña la estrategia del miedo, según los conceptos del publicista de
Rousseff, el brasileño Joao Santana y la repetición exacerbada de las
políticas que se implementaron en estos años, van cubriendo el tiempo
en plena campaña.

El kirchnerismo ya cedió su principal bastión, la provincia de Buenos
Aires, y los nervios de la presidenta parecen vislumbrar que la
señora, va piloteando la nave del peronismo hasta chocar con un
iceberg, construido de impopularidad y de hartazgo. Dentro de sus
propias filas ya están los que la señalan como la responsable de una
derrota similar a la de 1983. Entre ellos, el ministro del Interior,
Florencio Randazzo, quien hace unos meses se le negó a abandonar su
candidatura presidencial para ir como candidato a gobernador, dando
inicio a la catástrofe electoral bonaerense ya consumada.

Randazzo no esperó como recomienda el manuel del buen peronista,
hasta el 23 de noviembre, día después del balotage, para expresar su
bronca. Lo hizo ahora, en medio del marasmo, convencido de que tendrá
que buscar no ya la conducción de un peronismo huérfano, sino la
recuperación de los sobrevivientes de un progresismo, extinguido por
reiteradas sobredosis de kirchnerismo puro y duro. Eso es un espacio
político un poco más grande y heterogéneo, cuando con Macri (“È Lo
stesso”) llegue el tiempo del ajuste fiscal, la devaluación y otras
pestes diseñadas con ahínco y esfuerzo militante en estos últimos 12
años. De allí, que nadie descartaba ayer que Randazzo, pueda presentar
su renuncia al cargo en las próximas horas.

Y es que si de algo servirán estas dos semanas de campaña, será para
comenzar a interpretar la real tarea de los Kirchner en los años del
“capitalismo de amigos” que supieron conseguir. El impulso, por
interés político de la reparación judicial en el campo de los derechos
humanos, la ley de matrimonió igualitario y otras conquistas civiles
fundamentales por las que podría ser recordada esta era K, van
quedando sumergidas en la lava de la mala praxis política y económica,
en el autoritarismo contra el que no piensa igual o contra los
periodistas. En esas guerras ficticias contra el grupo Clarín, para
luego terminar juntos apoyando a un mismo candidato y en las
contradicciones de un relato apoyado en la épica, mientras se dejaban
pendientes los graves problemas estructurales del país.

Ya parece demasiado tarde. Las arengas de las cadenas nacionales de la
señora presidenta llegan a los hogares con los televisores en Off. No
hay referencias a Perón y Evita que sirvan. Ni rezos a “él” que puedan
ser oídos. El sonido que lo cubre todo es el de la estampida
kirchnerista ante la inminencia de la derrota.