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Discurso de Gabriel Boric
Buenos Aires.Carmen DE CARLOS para SudAmericaHoy (SAH)
Albano Eduardo Harguindeguy, el intocable, un emblema y uno de los duros de la última dictadura argentina ha muerto. Tenía 85 años, estaba bajo arresto domiciliario y esperaba escuchar la sentencia que le condenaba por crímenes de lesa humanidad.
Ex ministro del interior de Rafael Videla, el general Harguindeguy falleció en su casa bonaerense de Malvinas Argentinas.
Estuvo al frente del Ministerio durante los años más intensos de terrorismo de Estado, de marzo de 1976 a marzo de 1981 cuando los desaparecidos del régimen militar se contaban por miles. En un documental, –con cámara oculta-, de la periodista francesa Marie-Monique Robin, el difunto hizo repaso a su trayectoria: “Empezamos bajo un Gobierno constitucional y seguimos en un Gobierno de facto”. Era su forma de justificar los suplicios, secuestros, desapariciones y ejecuciones de argentinos pero también de extranjeros, por medio del Plan Condor (coordinación de las dictaduras sudamericanas en los 70).
Harguindeguy apuntaba en su resumen de la historia, al antecedente inmediato del plan sistemático para hacer desaparecer a personas que fue desarrollado por las AAA (Alianza Anticomunista Argentina) durante el Gobierno peronista de María Estela Martínez, viuda del general Juan Domingo Perón.
En otro fragmento del reportaje con Robin, el ex policía insiste en defender el pasado ilegal y sangriento de las Fuerzas Armadas contra los movimientos guerrilleros de los años 70 y la población. “Hicimos lo que correspondía en cumplimiento del deber militar. Las Fuerzas Armadas deben decirle al pueblo argentino: Nosotros los libramos de ser un país marxista”. El temor a un “efecto contagio” de la Cuba de Fidel Castro por el resto de Sudamérica fue uno de los argumentos habituales para justificar tanto el golpe a la viuda de Perón como en el Chile de Salvador Allende. En otro fragmento de la inolvidable nota de Robin, el ex ministro dice, “tengo que reconocer que cometimos errores. Si no cometiéramos errores seríamos dioses. Qué aburrido sería un país gobernado por los dioses, sin pecado, sin delito”.
El general de División Albano Eduardo Harguindeguy está considerado uno de los arquitectos del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Antes de la traición ocupaba la Jefatura de la Policía Federal. El montonero Roberto Perdía –según relató él mismo- se entrevistó por aquellos días con él, “para negociar la entrega del guerrillero Roberto Quieto, atrapado hacía semanas por la Policía. Entonces se escuchó su voz terminante: Olvídense de Quieto. Nosotros no vamos a andar tirando cadáveres en los zanjones; de ahora en adelante los cadáveres no van a aparecer más”, recuerda hoy en Clarín Gerardo Young. La dictadura argentina, como se comprobó posteriormente, lanzaba los cuerpos, aún con vida, de detenidos desaparecidos a las aguas del rio de la Plata. Como la corriente devolvía los cadáveres a la orilla los aviones cambiaron de rumbo y se adentraron en el océano Atlántico.
Harguindeguy tuvo suerte. Nunca cumplió condena alguna. Beneficiado por uno de los indultos que dictó el ex presidente Carlos Menem para represores y guerrilleros, el ex ministro de Interior regresó al banquillo de los acusado en el 2006, después de que el Congreso, -a instancias del difunto ex presidente Néstor Kirchner-, anulara las leyes de Obediencia debida y Punto final que establecieron un limite para las denuncias de la dictadura y eximieron de responsabilidad penal a los cuadres inferiores. Desde entonces, el acusado, no tuvo descanso con la justicia: Secuestros y torturas en Concordia, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú; Similares delitos se le atribuyeron en Tucumán, La Rioja y Paraná. En esta última provincia su causa había quedado vista para sentencia. La muerte se le adelantó antes de escuchar lo que ya sabía: Culpable.