miércoles, 30 de enero de 2013
Nadie está más contento con la foto que el Gobierno venezolano

Por José VALES (El Universal)

Si el vicepresidente venezolano, a cargo del Ejecutivo, Nicolás Maduro, quisiera demostrar que es un hombre de sentido común, no ordenaría -como hizo- iniciar acciones legales contra el periódico «El País», por la publicación de una foto falsa de Hugo Chávez en el quirófano. «El heredero», como todos se referían a él en la pasada Cumbre de Santiago, debería ofrecerle a su director, Javier Moreno, el ministerio de Informaciones, como alguna vez lo había hecho el propio Chávez con Andrés Izarra, ex titular de esa cartera, a quién supo fichar de la CNN. Después de todo, nadie hizo más por legitimar al chavismo que Moreno y un puñado de colegas.

No faltan quienes buscan hacer leña del árbol caído con el país. Es cierto que la publicación de esa foto, que llevaba días dando vueltas por los vericuetos cibernéticos de Caracas, afecta la credibilidad de El País, pero es un golpe y un alerta para todos los periodistas. Las cosas no están bien en la profesión y esa foto en portada, los argumentos del periódico y todo lo que vino después es la prueba más palpable.

No es bueno olvidar lo que el periódico del Grupo PRISA, significó para de la Democracia española. La portada del 23-F, en medio del «Tejerazo» -como se dio en llamar el golpe de Estado que dio el entonces teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero- y el periódico tituló «El País con la Constitución».Nadie lo olvida y se sigue valorando. Pero esa foto, apoya la tesis de aquellos periodistas de la región que en los debates profesionales remarcaban que el periodismo latinoamericano padecía de una suerte de «colonialismo periodístico», siempre obnubilados, con esa casa editorial.

«Errar es humano pero confiarse no es de periodistas». Eso solía decir Elías Gil, un genial diagramador de periódicos de varias provincias argentinas a los jóvenes redactores, a los que cuando los veía cometer errores no dudaba en decirles: «Muchachos darle una mano a la profesión, que es la más hermosa de todas.»

Y sigue siendo hermosa, cuando se chequea la información y esa información se convierte en el arma más poderosa y en el escudo más sólido, y ayuda a llegar hasta dónde se tiene que llegar y no para violar la privacidad y dignidad de un enfermo, llámese Hugo Chávez o Juan Pérez. Y eso si no fue un error. Directamente los colegas no lo tuvieron en cuenta.

Parece que llegó la hora de la autocrítica porque no es El País, solamente, sino todo el periodismo el que es cuestionado cuando pasa algo semejante.

No por las diatribas twitteras de una presidenta cuyo autoritarismo, por momentos, dobla al venezolano. Una mandataria que no ahorra ataques ni contra jueces ni contra periodistas independientes, dos roles básicos en cualquier democracia que se precie de tal. Es el periodismo es señalado por la falta de rigurosidad a la hora de cumplir nuestro contrato con los lectores. Habrá llegado la hora de dejar de lado el «colonialismo periodístico» y volver a las fuentes. A las FUENTES y  no «a las enfermeras cubanas».

Nadie está más contento con esa foto que el propio gobierno venezolano. Fue la excusa perfecta para volver a sacar del cuarto de los trastos la tesis de que son víctima de una conjura internacional, para evitar que se hable del autoritarismo que lo tiñe todo, de la inflación que no cesa y de la devaluación del bolívar que está en puerta.

Por eso Maduro, gana tiempo. Hoy tiene la oportunidad de seguir en esa senda, «cuando muestre lea la prueba de vida de Chávez», como dijo un poco en broma y un poco enserio un diplomático andino que merodeó la sala de prensa de la Cumbre.

Esa prueba no es otra cosa que la carta que el comandante presidente le envió a sus colegas del CELAC y que Maduro leyór antes de mediodía, para poner un poco de sal a una cumbre que comenzó como biregional y concluyó latinoamericana y caribeña.

En ellas Sebastián Piñera, al igual que José Manuel Barroso, el presidente de la Comisión Europea, no repararon en repetir discursos a la inauguración y a la clausura. Salvo por las definiciones en torno a la Alianza Pacífico, que el anfitrión, junto al presidente de México, Enrique Peña Nieto, de Colombia, Juan Manuel Santos y de Perú, Ollanta Humala, dieron a conocer, de la cumbre hubiese salido poco. Invocaciones y ataques al libre comercio y un juramente de integración mediante alianzas estratégicas y poco más.

Más allá de eso Piñera tuvo su minuto feliz en la presidencia. Mostró los logros de su país y intentó vender la Marca chile, con los 33 mineros rescatados inclusive. En el quit a los invitados a la Cumbre no faltaron dos videos de regalo para que recuerden como fue el rescate que tuvo en vilo a la humanidad. Como si a eso, y a esta cumbre se reluciera su gestión a la que aún le queda un año.

Por aquí pasó también Cristina Kirchner después de acordarse de la «canallada» de EL País, en vez de hablar de los graves problemas económicos que se avecinan con la caída de la industria, la inflación y el crecimiento de la conflictividad social. Pasó también Dilma Rousseff, quien se tuvo que regresar cuando le informaron de la tragedia de la discoteca en santa María, Río Grande do Sul, donde murieron 231 personas. Y para demostrar que lo de CFK en este espacio no es nada personal, sino una cuestión de oficios (ella es presidenta y nosotros lo que más detesta, los periodistas), sólo es oportuno comparar actitudes de una mandataria y otra en situaciones semejantes.

Dilma no sólo se refirió de inmediato a la tragedia sino que viajó a Santa Maria a acompañar a los deudos en su dólor.

Cristina, en cambio, al igual que su esposo Néstor Kirchner que por entonces era presidente, guardaron un silencio que en el caso de ella llega hasta hoy, cuando en una situación semejante el 31 de diciembre de 2004, perdieron la vida 193 personas en la discoteca República de Cromagnon, de Buenos Aires.

Allí están los familiares para ratificarlo. Ese día se refugiaron en su casa de El Calafate y nada más. Lo mismo hizo el pasado 22 de febrero cuando 51 personas murieron en un accidente de tren que se pudo haber evitado si el Estado ejerciera el control del servicio. Volvió a refugiarse en El Calafate y aún mantiene la boca cerrada al respecto.

Por eso que no faltará por estos días quien le diga a la dignataria que llegó al calor de Santiago con vestido de invierno negro y su infaltable abanico al tono que antes de ocuparse de la plana mayor del El País de Madrid, que acaban de echarle una gran mano a sus amigos del gobierno venezolano, se mire en su interior, y se haga la pregunta de rigor: «¿Y por casa cómo andamos?»  .