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Discurso de Gabriel Boric
Por Hugo COYA, para SudAméricaHoy (SAH)
Los fines de año poseen una especie de sortilegio repujado en nostalgia que enerva nuestras fibras más profundas y nos predispone a que los sentimientos afloren con facilidad. No hay época más triste y, paradójicamente, más alegre ya que es el fin y el principio de un recorrido.
Así nos congratulamos por los triunfos; lamentamos fracasos; nos reencontramos con viejos amigos; nos quejamos de aquello que dejamos de hacer o recordamos a quienes ya no están.
También hacemos promesas, elaboramos listas para elegir la noticia del año, la canción del año, el libro del año, el logro o el momento del año, todo aquello que rememore estos 365 días, como un tatuaje indeleble que permanecerá impregnado en nuestras mentes cuando revisemos ese cajón de la memoria llamado 2014.
Es un viaje cuyo destino conocemos pero, en cada nueva oportunidad, confiamos en que será distinto. Sueños revestidos de esperanza y melancolía; ilusiones que nos hacen creer en un futuro mejor, libre de frustraciones e inquietudes.
Pero este cajón no solo lo ocuparán aquellos recuerdos personales -buenos o malos- sino los acontecimientos que marcaron este ciclo que termina en nuestra región. Son tantos que sería imposible mencionarlos a todos sin el riesgo de convertir este recuento en una gran sábana de lamentos y decepciones.
Toda selección es la elección de aquellos que consideramos singularmente inexorable por su trascendencia y, por lo tanto, una arbitrariedad, una omisión.
El siglo XX llegó, realmente, a su fin este 2014 cuando Estados Unidos y Cuba dieron a principios de diciembre un gran paso para reanudar sus relaciones diplomáticas. Las consecuencias del anuncio quizás no sean inmediatas, pero representan, sin duda, el principio del fin de una era que se negaba a terminar.
Casi inmediatamente después, las guerrillas de las FARC en Colombia anunciaban el cese al fuego unilateral, redoblando las esperanzas que se iniciaron con los diálogos de paz en La Habana y que buscan acabar definitivamente con este conflicto armado que es el más largo y sangriento que ha enfrentado la región en su historia reciente.
Extraordinarios acontecimientos, pero por cada conflicto que se cierra, se mantiene otro y muchas veces con una crueldad, tan o más desgarradora que aquel que pretendemos dejar atrás.
La frivolidad aliada al poder escribió uno de los capítulos más horrorosos que haya conocido América Latina con la desaparición de 42 estudiantes en la localidad de Iguala en el estado mexicano de Guerrero. Todo indica que las autoridades locales detuvieron a los jóvenes y los entregaron a unos delincuentes para que los mataran y quemaran, a fin de no empañar una celebración realizada por la esposa de un alcalde.
Pocas veces, los latinoamericanos -quienes hemos sido testigos de terribles crímenes a lo largo de nuestra historia- habíamos visto algo tan vil, tan espeluznante, tan despreciable como lo ocurrido en México, con un gobierno, aparentemente, más preocupado por su imagen que por esclarecer un hecho que constituye un crimen de lesa humanidad con todas sus letras.
Lamentablemente, 2014 fue un año fecundo en pérdidas para los latinoamericanos y sería difícil recordar a cada uno de los grandes seres humanos que se fueron y no estarán más físicamente con nosotros.
Nuestro querido Gabriel García Márquez cruzó el umbral trazado por el realismo mágico que encandiló al mundo para convertirse en la personificación de su propia leyenda, aquella que no desaparece sino que crece con su ausencia.
Otro latinoamericano que partió fue el mexicano Roberto Gómez Bolaño, el «Chespirito» que durante décadas transformó la infancia de millones de latinoamericanos en una época alegre, al margen, muchas veces, de los rigores que vivían sus padres, los regímenes políticos e incluso la dura realidad de sus países.
En el aspecto económico, un baldazo de agua cayó sobre la mayoría de los países latinoamericanos con el derrumbe de los precios de sus principales materias primas de exportación y el avance de la recesión mundial.
Venezuela se sumergió en una grave crisis económica por el descenso de la cotización del petróleo y los desaguisados del gobierno del presidente Nicolás Maduro, quien, además, ha tratado de paliar la creciente oposición a su régimen con mucha demagogia y el encarcelamiento de opositores.
La corrupción irrumpió, como ya es tradicional, también a numerosos gobiernos latinoamericanos, aunque, en algunos casos, tuvieron efectos devastadores.
La presidenta Dilma Rousseff fue reelecta en Brasil, pero su victoria fue opacada por el gigantesco escándalo de corrupción que sacude a la gigantesca empresa pública de petróleos, Petrobras y las protestas contra los gastos excesivos y denuncias de sobornos a funcionarios para la realización del campeonato mundial de fútbol.
En Argentina, el vicepresidente de la República, Amado Boudou, está siendo procesado –entre otros delitos– por tráfico de influencias por su supuesta intervención, cuando era ministro de Economía, para salvar de la quiebra a la imprenta de billetes Ciccone Calcográfica y de haber contribuido a dejar en manos de supuestos allegados suyos la gestión de la empresa.
Asimismo, el gobierno del peruano Ollanta Humala vive una pesadilla al revelarse que Martín Belaunde Lossio, su ex amigo y ahora prófugo asesor de sus campañas electorales, aprovechó su cercanía con el mandatario y la primera dama para obtener una serie de contratos de ejecución de obras en algunas regiones de Perú.
La nostalgia es también egoísta y selectiva. Somos, en esencia, reluctantes a mantener en nuestra memoria los acontecimientos terribles, a pesar que una realidad lacerante obnubile, por momentos, el trayecto que dejamos atrás.
Es cierto que, de cuando en cuando, aparecen pequeños grandes gestos, destellos que renuevan nuestra precaria humanidad y sirven de símbolos para hacernos creer que siempre habrá algo porque no desfallecer definitivamente como la humildad austera del uruguayo José «Pepe» Mujica.
Es el trayecto de una América Latina que derrumbó algunos muros para construir otros, los cuales nos siguen dividiendo en este viaje con destino marcado y que terminará o con nuestro total exterminio o cuando entendamos que la justicia, la libertad y el cuidado del planeta se entrecruzan en un único camino para preservarnos.
2015 puede ser una nueva oportunidad para que la nostalgia sea apenas la celebración que los buenos tiempos llegaron para quedarse y que ahora forman parte, para siempre, de nosotros.