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Discurso de Gabriel Boric
Cristina Fernández celebra doce años de la llegada del kirchnerismo al poder
Si la coyuntura Sudamérica estuviese sujeta a las apuestas de cualquier índole, serían los pesimistas, los que llevaran siempre las de ganar. La ruptura del cese al fuego unilateral que las FARC habían decretado en su momento para facilitar las conversaciones de paz en La Habana, volvió a fracasar. Tal cual cómo lo aseguraban los que nunca vieron una decisión clara, tanto de la guerrilla como de la clase política, colombiana (y por qué no de la elite colombiana en su conjunto) para poner fin a un conflicto que ya lleva cinco décadas.
Otros, en cambio, observaban condiciones únicas para alcanzar un paz definitiva en un territorio donde la guerra y el narcotráfico fueron siempre un negocio millonario a costas de millones de vidas humanas. Las negociaciones de La Habana son respaldadas por Cuba, Venezuela, la Unión Europea y los países garantes como Brasil, y Estados Unidos. Ese fue el prólogo escrito por los hermanos Castro y Barack Obama, en el que se enmarcó el restablecimiento de relaciones que se alcanzó hace unos meses a instancias del Vaticano. El presidente, Juan Manuel Santos, logró ser reelecto, gracias a su discurso de “dejarlo todo” a favor de la paz. Se habían logrado avances pero hoy la Paz vuelve a estar en jaque, reanudando la sangrienta contabilidad de muertos y heridos.
«Iván Márquez» o Luciano Marín Arango, la voz de las Farc en La Habana. Foto. Alejandro ERNESTO (EFE)
Los que piensan como el senador y ex presidente, Alvaro Uribe, están de parabienes. Colombia no tendría otro destino que la guerra interna definitiva, al que el resto de la región asiste impávida. No se observan en las últimas horas muchos esfuerzos para poner a salvo ese proceso, que tiene todo listo para fracasar como todos los intentos anteriores a lo largo de los últimos 35 años. Justo ahora, que tras la última Cumbre de las Américas en Panamá, se quedó como el último conflicto de la Guerra Fría sin resolución en la región.
Luis Almagro
Tal vez, el ex canciller uruguayo, Luis Almagro diga algo cuando asuma la secretaria General de la OEA. Si no lo hace perderá una de las pocas ocasiones en que lo escuchen dada la irrelevancia de ese organismo en las últimas décadas, difícil que lo escuchen el futuro.
De no lograr revertir la situación, Colombia y su guerra interna volverá n a dar muestras de que pocas cosas son posibles de cambiar en una región donde la corrupción y los intereses inconfesables suelen ser las principales “políticas” de Estado posibles. A la vista están los escándalos en Brasil, que la presidenta Dilma Rousseff cargará en los próximos años de su mandato, inclusive cuando el miércoles llegue a México buscando nuevos mercados para la alicaída economía de su país, o en Argentina, donde recientemente y sin que nadie se entere, Mauricio Macri, el jefe de gobierno porteño y candidato a la presidencia, decidió romper la principal liana que lo unía con los Kirchner. Vetó un acuerdo con “el señor del Juego”, Cristóbal López, socio de la familia presidencial.
Lo hizo ante la amenaza de perder la Capital Federal en las próximas elecciones, pero no convencido de que allí, detrás de lo que se fue generando en los últimos años, bajo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, haya un campo fértil para el lavado de dinero proveniente de la corrupción.
En el día de la primera investidura de Cristina Fernández
De hecho, esta medida, abre algunas expectativas para las elecciones presidenciales de octubre. Hasta aquí, la presidenta, aparece como la “Jefa de Campaña” de Macri. Eligiendo candidatos flojos en distritos claves y haciendo todo lo posible por esmerilar al “alter Ego” de Macri, en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Daniel Scioli.
Las próximas horas serán claves para saber cómo se seguirá comportando la presidente de Argentina. Qué pasará con esos acuerdos que su marido le legó con el macrismo, allá por el 2005 y que hoy resultan determinantes para definir la sucesión. De una forma u otra, el escenario es sólo favorable para que si a algunos se les ocurre apostar, sólo los pesimistas tengan posibilidades de triunfo.