domingo, 14 de agosto de 2016
El poder de Mauricio Macri


sudamericahoy-columnistas-carmen-de-carlos-bioPor Carmen DE CARLOS

Mauricio Macri no es un líder tradicional pero, quizás, sea hora de que empiece a serlo. El presidente de Argentina huye de golpes de efecto, portazos o puñetazos en la mesa (en sentido figurado y en el real también). A Macri, el hombre de negocios transformado en político en la última y larga década argentina y en jefe de Estado desde diciembre, le gusta hacer las cosas sin histrionismo. El hombre que comenzó su carrera política en Boca Juniors procura adaptarse a los escenarios sin revanchismo ni violencias. La lectura de «La sonrisa de Mandela», uno de sus libros de referencia, le ayuda en ese camino. Como filosofía de vida parecería que lo que hace Macri es lo correcto pero, lamentablemente, no puede decirse que sea lo adecuado si quiere gobernar los cuatro años que le corresponden y ser reelecto.

Entre la herencia del “Kirchnerismo”, el actual presidente, asuntos económicos aparte, recibió una justicia más parecida a una manzana podrida desde el corazón que a la señora de la balanza con los ojos vendados. El fenómeno de “Justicia legítima”, un movimiento ultra “K” apadrinado por el ex juez español Baltasar Garzón, se infiltró en todas las instancias y órganos del Poder Judicial gracias a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Los frutos de aquella siembra se aprecian estos días con sentencias y bloqueos a decisiones que ponen en jaque la autoridad del Ejecutivo.

En otros departamentos y ministerios, el “legado K” tiene nombre de “La Cámpora”, la tropa que responde a Máximo Kirchner, un sujeto con pasado anodino, presente complicado y sin futuro en la política pero con muchos leales a su beligerante madre.

En la provincia de Buenos Aires, del tamaño de Italia, es difícil encontrar un área donde no permanezca un reducto “K” trabajando sin descanso contra el Gobierno. Son expertos en la simulación, con gesto amable dicen una cosa a sus superiores y hacen la contraria cuando se dan la vuelta.

Buena parte de esos otros hijos del “Cristinismo” se han convertido en el caballo de Troya de la Administración al no ser barridos por el “macrismo”. A los más emblemáticos se les enseñó la puerta de salida pero, aún hoy, hay quien se resiste a cruzarla. El caso de la procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó, es el más escandaloso de todos.

La pasada semana la gobernadora, María Eugenia Vidal y Mauricio Macri, fueron juntos a Mar del Plata. Visitaron el barrio de Belisario Roldán para anunciar obras de servicios básicos: iluminación, cunetas y asfalto, entre otros. El servicio de seguridad les hizo pasar a un palmo de un grupo que venía jaleando e insultando al presidente. Su vehículo oficial terminó zarandeado, con arañazos en la chapa y víctima de una lluvia de piedras del grupito de violentos. Lo que hoy es una anécdota pudo ser una tragedia.

Algunas voces atribuyen la peligrosa decisión de la seguridad al malestar que hay en un millar de comisarios que se niega a entregar a la gobernadora Vidal sus declaraciones de Hacienda ya que sería imposible justificar su patrimonio. La sombra del narcotráfico, sobornos y delincuencia común es demasiada alargada entre «los uniformados». Hay otras explicaciones y cierta desconfianza frente al silencio del Kirchnerismo pero el episodio no debería considerarse menor.

El ex presidente Carlos Saúl Ménem, adorado en su primer Gobierno y criticado sin límite en el segundo, solía recordar: El poder es para ejercerlo. Quizás, aunque sólo sea en eso, Mauricio Macri debería hacerle caso. Entre otras razones para sentirse y estar seguro de que sus decisiones -gusten o no- se van a cumplir. Porque, ahora, se supone que «el jefe» es él.