EL VIDEO


Discurso de Gabriel Boric
Por Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy
La resolución dictada por Rafecas en la denuncia de Nisman es impecable. Con idéntica estructura argumental pudo haber sostenido exactamente lo contrario y lo hubiera sido igual; una pieza auténtica de la sofística judicial rioplatense (con perdón de la otra orilla).
Rafecas cumple a rajatabla con el rasgo esencial del acto judicial argentino moderno, la ambigüedad absoluta.
En el juego de la entelequia que los argentinos llamamos «derecho» con la actividad forense aborigen, la predictividad no se rige por las premisas antecedentes, sino por el involucrado.
Quizás Rafecas haya tenido un momento de sensibilidad al advertir sus enormes semejanzas con Nisman, mientras lo sometía al despojo póstumo bajo la forma de una autopsia intelectual.
Judicial de criadero como Rafecas, Nisman había cubierto las dos hipótesis (una a favor, otra en contra), como se hace cuando se confeccionan proyectos de sentencia por encargo. Síntesis del sentido utilitario (sino mercenario) de la función judicial, al que Rafecas improbablemente haya sido ajeno, al menos mientras escalaba en la jerarquía judicial.
La «utilitariedad» (que no utilitarismo, que refiere a un valor definible) judicial invierte la misión de la jurisdicción, sustituyendo abstracciones como la equidad o la justicia por la muy concreta preservación del poder y del interés.
No es necesario aclarar mucho en el caso de Rafecas, quien probablemente se haya sentido en su pináculo cuando se transformó en asesor de la defensa del vicepresidente de la Nación, a quien supuestamente debía investigar.
La otra justicia (la poética, la pitagórica, la de Herodoto) lo fulminó mostrándole que no hay honor entre ladrones. Sus propios amigos lo denunciaron y exhibieron ante el Consejo de la Magistratura, donde a su vez los Consejeros fueron enfrentados con algunos de los incómodos valores ocultos de los jueces (acomodar a los parientes, beneficiar a los amigos, maltratar al personal), que muchos de ellos asocian a una visión de la «independencia judicial», todavía más sesgada que la de no pagar impuestos a las ganancias o que no se examine el contenido de sus sentencias.
Rafecas es hoy la aguja que está zurciendo un precario parche en el tejido de control judicial. Los bandos se han hecho concesiones recíprocas en materia de presupuesto y designaciones, y continuarán haciendo malabares manteniendo siempre pendientes cuestiones institucionales mayores.
No parece que sea con Rafecas y algunos diletantes operadores del «General Lorenzetti» (hit designativo de un ignoto legislador metido a vate), que se puedan reemplazar las artes sutiles del bordado de algunos Fernández (Javier, Nicolás, Alberto), para reparar los hachazos de los otros Fernández (Cristina, Aníbal).