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Discurso de Gabriel Boric
Por @Mariano CAUCINO
(Profesor de Política exterior Argentina)
Tanto Argentina como Brasil han entrado en recesión. Así lo demuestran las mediciones serias y confiables en ambos países, a pesar del pretendido engaño oficial, entre nosotros, de maquillar estadísticas, falsear datos y pretender suponer que «el mundo se nos cae encima». Nuestro país primero y Brasil después han caído una vez más en la etapa final del falso progresismo del Estado todopoderoso castigador del mercado mediante la arbitrariedad, la hiperregulación y una carga impositiva insoportable: recesión y más pobreza.
Mientras tanto, surgen en la cuenca del Pacífico economías pujantes en pleno crecimiento. En efecto, México, Colombia, Perú y Chile comparten algo más que la geografía. Coinciden en tres grandes líneas de su política: inserción internacional inteligente, promoción de la economía de mercado como motor del desarrollo y apego al ordenamiento institucional interno. Lejos del anacrónico proyecto cubanochavista del Socialismo del Siglo XXI que ha llevado a Venezuela a la increíble paradoja de haber logrado en esta década destruir casi por completo su estructura productiva en medio de un fenomenal aumento de la renta petrolera, los países de la Alianza del Pacífico nos muestran una vía alternativa moderna al desarrollo.
En México, el joven presidente Enrique Peña Nieto ha encarado reformas estructurales. Con audacia, convocó al capital privado para explotar el petróleo. Conviene recordar que México fue pionero mundial en estatizar el petróleo: lo hizo Lázaro Cárdenas, en la década de los treinta. Desprovisto de ataduras ideológicas, Peña Nieto opera en el marco de un esquema político digno de envidia. Antes de asumir, los principales líderes del país consensuaron las grandes políticas para el futuro en torno al llamado Pacto por México. Embarcado en profundas transformaciones en áreas clave como energía, educación y telecomunicaciones, Peña Nieto no teme arriesgar su capital político: no tiene reelección en su futuro. La imposibilidad de perpetuarse en el poder parece una invitación a trabajar para la Historia. Triunfe o fracase, se irá a su casa, irremediablemente, tras su sexenio en el poder. El principio de la no-reelección es el eje principal del sistema político mexicano en el último siglo.
Colombia en tanto, disfruta de récords de inversión extranjera. El año pasado, ha superado a la Argentina y se ha convertido en la tercera economía del subcontinente. Apenas reelecto para un segundo período de cuatro años, el presidente Juan Manuel Santos anunció que su intención es reformar la Constitución colombiana para que ello no vuelva a suceder, pero alargando el mandato presidencial a cinco o seis años. Santos parece ir contra la corriente regional: Venezuela, Ecuador y Bolivia han establecido regímenes de reelección ilimitada. El respeto por los límites temporales del poder parece una constante colombiana: hace escasos años, la Corte Suprema prohibió al expresidente Uribe su intento de eternizarse tras sus dos mandatos consecutivos.
Por su parte el Perú es gobernado por Ollanta Humala desde 2010. Al asumir, el nuevo presidente pareció acceder al poder con una agenda de izquierda y promovido por el líder bolivariano Hugo Chávez. Sin embargo, una vez en el cargo, Humala buscó continuar el rumbo económico de sus predecesores. Al alejar el temor de un vuelco al bloque chavista, Humala no parece preocupado por su popularidad sino por hacer un buena administración. Gobernar con eficiencia parece su propósito, igual que el de sus antecesores. Perú, otrora castigado por duros períodos de inestabilidad económica y política, se encamina por la senda del progreso y parece haber abandonado los flagelos de los años ochenta, el terrorismo guerrillero de Sendero Luminoso y la hiperinflación.
En Chile en tanto, Michelle Bachelet ha vuelto al poder en marzo de este año. Inaugurando el que es el sexto período constitucional consecutivo desde la instauración democrática en 1990, la presidenta socialista ha retornado a La Moneda tras la experiencia del Gobierno liberal-conservador de tan sólo cuatro años de Sebastián Piñera. Aún con las inquietudes que ciertas reformas promovidas por la nueva administración provocan en ciertos círculos en Santiago, la solidez del sistema político chileno permite descartar desvíos institucionales de envergadura. La clase dirigente trasandina parece compartir verdaderas políticas de Estado en lo esencial y sólo compite electoralmente para timonear el modo de llevar adelante el programa exitoso de desarrollo que ha convertido a Chile en el país más respetado en la región.
La última previsión de crecimiento económico regional para este año 2014 estima que Colombia crecerá al 5%, México lo hará al 3%, Perú al 4,8% y Chile al 3%. La Argentina, en tanto, podría crecer un escuálido 0,2%. Incluso, estimaciones de consultoras privadas anticipan una caída del PBI argentino de tres puntos para 2014. Brasil ha entrado formalmente en recesión. La interdependencia entre la economía argentina y brasileña hace prever un panorama sombrío para el Mercosur. Solamente Venezuela exhibiría un desempeño económico más mediocre.
La fractura que vive Sudamérica en la última década parece haberse profundizado: conviven en la región básicamente dos proyectos políticos cada vez más diferentes. Los resultados económicos revelan algo más que las cifras frías de las estadísticas. Permiten vislumbrar qué calidad de vida pueden esperar los ciudadanos de cada país. La catástrofe institucional y económica de la Venezuela chavista debe hacernos reflexionar hasta qué punto fue un acierto o un error haber incorporado al Mercosur a un país sometido a un régimen que ofrece tan bajas credenciales democráticas.
El camino elegido por los países de la Alianza del Pacífico parece ofrecer una alternativa inteligente para nuestras naciones: integración al mundo, aprovechamiento de las oportunidades que ofrece la globalización, fomento de la iniciativa privada en la economía y respeto por los límites institucionales al poder de turno.