EL VIDEO
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Discurso de Gabriel Boric
La ausencia del Estado, donde más se necesita, suele favorecer el nacimiento de personajes deleznables y en simultáneo, de otros dignos de admiración. Margarita Barrientos pertenece al ultimo grupo. Nació en la provincia argentina de Santiago del Estero hace 65 años, vivió rodeada de pobreza en una familia que hoy definiríamos como disfuncional y entonces de amontonada. Como buenamente pudo se alejó de su madre, de sus múltiples hermanos, hermanastras y del resto de familiares con los que compartía pobreza y desgracia.
Margarita recorrió miles de kilómetros hasta llegar a Buenos Aires, con su marido tuvo una decena de hijos y aunque siguió pobre, volcó todas sus energías y trabajo para formar un comedor para otros más pobres que ella. Lo bautizó como el barrio donde lo instaló, “Los piletones” y fue el principio de otras iniciativas destinadas a llenar los estómagos huecos, ayudar a los niños o proteger a las mujeres de violencia familiar desde su fundación.
Hoy, esta mujer a la que le falta buena parte de la dentadura, sirve 2.700 raciones de alimento cada día. Durante la década infame del kirchnerismo y hasta hace poco alzó la voz para pedir que se terminara con el clientelismo en forma de planes sociales. Contra corriente a lo que se imponía a su alrededor aseguraba que ese modo de encubrir la pobreza favorecía la cultura del no trabajo.
“Santa Margarita”, poco a poco, fue desplazada por el poder de turno para colocarla, con mayor o menor disimulo, en el bando de los traidores de clase. Ella colaboró al manifestar su apoyo y simpatía con el por entonces jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Ese pecado la perseguirá siempre.
Margarita intentó el pasado año ver al Papa en el Vaticano pero Francisco la dejó en lista de espera. A su regreso de Roma la noticia salió publicada y el revuelo fue tan grande que Su Santidad le cursó una invitación personal que ella, gentilmente, declinó. Bergoglio había recibido antes a Milagros Sala, prototipo de personaje deleznable que saca la cabeza cuando el Estado mete la pata. Hoy presa, para su consuelo, le llegó desde Roma un rosario con tantos misterios como delitos tiene acumulados esta mujer cruel, maltratadora y aprovechada de la miseria ajena. Entre ella y Margarita Barrientos hay más distancia que entre el cielo y el infierno. Aunque haya dudas sobre la existencia de alguna de las dos instancias resulta fácil entender el abismo que las separa. Una encarna la maldad y la otra no.
Margarita sigue dando de comer al hambriento. Lo hace con los medios y la gente que tiene. Entre todos, incluidos algunos de sus hijos, logran que la vida sea mejor para otros. Puede que su organización no sea perfecta y que al rascar el fondo de la olla se despegué alguna costra quemada pero hasta ahora, la cocina parece estar limpia por fuera y por dentro.
Margarita y los suyos organizaron una cena para recaudar fondos. La cita fue en el Instituto de Seguridad Pública, unas dependencias policiales del Bajo Flores, un barrio de Buenos Aires que hace veinte años sólo era polvo, delincuencia y miseria. Mauricio Macri acudió con su mujer, Juliana Awada y parte de su Gabinete. El hoy presidente definió a su anfitriona como un “símbolo de la generosidad, de lucha y del amor” además de asegurar que de ella, “aprendí mucho”.
Una de la voluntarias habituales comentó: “El pasado año éramos un grupito y poco más y hoy hay cerca mil personas”. Por suerte para Margarita, los que hoy tienen el poder estar con ella y eso, aunque a algunos les duela que se llame Macri, es bueno para su causa que, en definitiva, es o debería ser la causa de todos.
Por cierto, el menú consistió en empanadas y fideos con carne picada y tomate. El precio por cubierto fue de 500 pesos (unos 32 dólares)