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Discurso de Gabriel Boric
Fernando Arroyo León
Quito, 7 ene (EFE).- Cientos de diablos salieron a bailar durante los primeros seis días del año por las calles de Píllaro, una atractiva localidad del centro de los Andes de Ecuador que acoge en esta época una de las principales tradiciones ancestrales del país.
Esta colorida tradición, que se remonta al siglo XVII, tiene relación con el tradicional carnaval de la boliviana Oruro, aunque en Píllaro circula la leyenda de los diablos como un acto de defensa de las mujeres de dos de sus más tradicionales barrios.
La «Diablada de Píllaro» fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de Ecuador en 2008 y es una de las celebraciones ancestrales más importantes de la sierra andina, que algunos historiadores también la ligan a formas de resistencia cultural de las comunidades indígenas del país.
Jóvenes, viejos, niños y mujeres vecinos de la localidad comienzan el ritual el 1 de enero y bailan sin cesar hasta el día de Reyes, el 6, cuando llega a su más alto nivel esta fiesta popular donde el personaje más importante es el diablo.
Las caretas (máscaras) con las que se visten los danzantes recrean la figura de mefistófeles y con sus potentes bailes y aullidos asustan a los visitantes, a los que sosiegan al invitarles a unirse a la fiesta.
La leyenda cuenta que los padres de uno de los barrios aledaños a la ciudad, conocido como Marcos Espinel, vestían por las noches enormes caretas con la imagen del diablo para ahuyentar a los jóvenes que se atrevían a intentar enamorar a sus hijas.
Los padres de otro barrio conocido como Tunguipamba hacían lo propio con los jóvenes de Marcos Espinel, por lo que se creó una sostenida riña entre los dos caseríos que, finalmente derivó en un enfrentamiento en la plaza central de la localidad.
Hasta ahora esa rivalidad se siente en el ambiente pillareño, alimentada con la inclusión de otros barrios que se han involucrado en la disputa que ahora se centra en la demostración de cuál es la mejor comparsa.
El festejo, que lejos de haber salido del averno, se llena de color, música y danza en los primeros seis días del año, que se matiza con comidas típicas y bebidas.
Por ello, es normal que los diablos rompan su protocolo para invitar bebidas espirituosas a los turistas, que muy pronto se involucran en el festejo.
Los vistosos disfraces, en los que predomina el rojo y el negro, son confeccionados por las familias del lugar y las caretas son elaboradas, muchas de ellas, con maderas labradas, lo que incrementa de manera importante su peso. Algunas llegan a pesar hasta 50 libras.
Cuernos descomunales, lenguas largas, ojos gigantes y otros detalles adornan las caretas que, tras ver pasar a cientos, se vuelven familiares y blanco de calificaciones por parte de los visitantes.
También acompañan las comparsas danzantes vestidos con trajes típicos de la serranía ecuatoriana, con máscaras sencillas solo para ocultar los rostros.
Asimismo destacan entre los diablos aquellos que lucen en sus trajes enormes alas estrambóticas que cubren las calles y que se abren paso entre la multitud que observa el desfile.
Esta festividad, desde hace algunos años, ha sido una especie de imán que atrae a turistas nacionales y extranjeros, especialmente jóvenes que intentan conocer las tradiciones que yacían escondidas en los Andes ecuatorianos.