viernes, 23 de febrero de 2018
«Rodríguez Zapatero, un político tóxico en Sudamérica», por Juan RESTREPO


Bogotá. Por Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy

Después de su discutible labor así llamada mediadora entre la oposición y el gobierno venezolano en Santo Domingo, el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, ha sido propuesto por el Consejo Nacional Electoral de ese país como coordinador de una misión observadora para las elecciones presidenciales del próximo mes de abril. Seguramente aceptará y, como decía alguien en estos días, salvo que Nicolás Maduro se haga fraude a sí mismo, Zapatero allí no tendrá mucho que observar. Dado el protagonismo que está teniendo don José Luis en esta tierra de misiones, vale la pena detenerse con algún detalle en su biografía.
En la vida de las naciones suceden a veces este tipo de desgracias. Llega a gobernar, por una serie de combinaciones del azar, gente incapaz, estrambótica y singular. Suelen dar mucho juego a cómicos y humoristas pero la ristra de desastres que dejan a su paso no son casi nunca una broma. Es el caso del señor Rodríguez Zapatero en España.
El portal Wikipedia, cuando habla de su ocupación y oficio, lo define como “profesor colaborador hasta 1986” y de ahí en adelante simplemente como “político”. Dado que nació en 1960, queda claro que hasta los 26 años “colaboró” con algún enseñante y a partir de esa edad, pues eso, político. Tomen nota, no fue siquiera concejal de su pueblo.
Llegó a la dirección del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) por una de esas piruetas que hacen casi todas las formaciones políticas del mundo alguna vez y se convirtió en el “candidato sorpresa”. ¡Y qué sorpresa! Luego, como líder de la oposición al Partido Popular (PP), se le apareció la Virgen en forma de un atentado islamista que dejó 192 muertos y más de mil heridos en varios trenes de cercanías en Madrid. Era el jueves 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones generales.
En un ambiente de total polarización de la sociedad española por haber metido José María Aznar a España en la guerra de Irak, cuando las encuestas daban una apretada victoria al PP, el brutal atentado y la posterior desinformación del gobierno sobre el mismo, dieron un vuelco al resultado electoral y ganó Zapatero por estrecho margen. Ese fue el precio que pagó el PP por la torpeza y la soberbia de Aznar al involucrar a su país en un conflicto lejano, ajeno y basado en mentiras.
Así llegó Zetape —como también es llamado el personaje— al Gobierno, y sus ocho años en el ejercicio del poder hicieron un daño a España como nadie nunca en tan poco tiempo. En un país que había vivido una transición modélica de la dictadura a la democracia, Zapatero se dedicó a abrir heridas, hizo rezumar un odio trabajosamente superado por la sociedad española, generó discrepancias, resquemores y antagonismos como en los peores momentos de las guerras fratricidas vividas por ese país.
Y por si todo fuera poco, su desastrosa gestión económica puso a España al borde del rescate financiero por parte de la Unión Europea. Su obstinación en negar la crisis no hizo más que prolongar el sufrimiento de los españoles que aún hoy viven las consecuencias de su gobierno.


Zapatero, por otra parte, no es ajeno al brote de revanchismo y odio que vive hoy España; como no es ajeno a la crisis institucional que ha supuesto el independentismo en Cataluña. Una sola frase suya —“apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el parlamento catalán”— dio alas al independentismo. Y claro, los independentistas buscaron redactar un texto que se saltaba la Constitución española.
No es de extrañar, pues, que el líder del partido neocomunista español Podemos, Pablo Iglesias, defina a Zapatero como el mejor presidente que ha tenido la democracia española. Él generó el caldo de cultivo en el que nació Podemos y el resentimiento que lleva hoy a muchos jóvenes españoles a mirar hacia el pasado, hacia una Guerra Civil de ochenta años atrás cuyas heridas parecían cerradas definitivamente.
Zapatero pasea cada vez que tiene oportunidad el cadáver de su abuelo paterno, militar de la República fusilado en aquella guerra por los sublevados; mientras calla sobre el abuelo materno de derechas, que ejerció de médico pediatra plácidamente en la España franquista.
Sus años en la presidencia dejaron el legado del “lenguaje incluyente” en español, que saltó hasta nosotros para convertirse en la feria del disparate que es hoy el habla de los políticos a ambos lados del Atlántico, el de los “millones y millonas” de Nicolás Maduro, los “miembros y las miembras” del secretario del PSOE, Pedro Sánchez, y el “Bogotá para todos y todas” de un imaginativo concejal capitalino.
Con todos estos pergaminos cabe preguntarse qué hace este hombre de mamporrero de Nicolás Maduro. Y de Evo Morales, su último desvarío político. ¿No ha hecho ya suficiente daño en España? Anda ahora apoyando la reelección de Morales contra la voluntad de un pueblo que hace dos años, rechazó en referéndum la pretensión del presidente boliviano de eternizarse en el poder.

Y la carta que hizo llegar a la oposición venezolana es una vergüenza. En ella carga el peso de la responsabilidad por el fracaso del diálogo entre opositores y Gobierno a los primeros y exonera a este último, que persigue, encarcela y exilia a la oposición.
José Luis Rodríguez Zapatero es un político tóxico y su papel de mediador en Venezuela —dice él que encargado por Barack Obama, cosa que no figura en ningún documento— es simple y llanamente una broma siniestra, como toda la gestión y los disparates de su olvidable gobierno en España. Y su intromisión en los asuntos de Bolivia es deleznable e insubstancial, como todas sus iniciativas en el campo internacional.