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Discurso de Gabriel Boric
Por Verónica GOYZUETA. São Paulo
No pasó mucho tiempo entre el mensaje de Dilma Rousseff donde le agradecía a su vicepresidente, Michel Temer, el apoyo en la reelección y una carta en la que él le dejaba claro que no estaba más con ella. Temer pasó de ser un consejero útil sobre la política de la que ella huía y se volvió, en su segundo gobierno, en el conspirador. Justamente por su habilidad para andar sobre la arena movediza del Congreso brasileño.
Temer, que nunca fue un astro en las urnas, se destaca desde hace tres décadas como un hombre capaz de organizar grandes combinaciones, articulaciones y maniobras de todo tipo. Logró que su Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que preside hace 15 años, pudiera compartir el poder con los socialdemócratas de Fernando Henrique Cardoso (entre 1996 y 2002), y con su opuesto político, Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores (PT), a partir del 2002.
En la carta escrita en diciembre, la primera señal clara de que estaba de salida, Temer expone los motivos por los cuales se había desgastado el vínculo con su antigua amiga. La misiva, que más parece la queja de un novio pegajoso y traicionado, era el anuncio del divorcio entre el PT y el PMDB, que encontraba en las dificultades políticas de Rousseff el momento exacto para el ataque.
«Esta es una carta personal. Un desahogo que debería haberle escrito hace mucho tiempo», replicaba Temer en la carta que Rousseff leyó por los diarios. Temer se quejaba de ser un «vicepresidente decorativo” y básicamente sentirse un inútil. Parece que después de haber sido un consejero importante, le dejaban esperando en la antesala del despacho de Rousseff que no tenía agenda para recibirlo. Lo mismo que solía hacer con otros políticos, gobernadores, e incluso diplomáticos. Eso explicaría los votos de muchos congresistas contra ella, sin ninguna acusación consistente, entonados por la voluntad de la familia, Dios y el Espíritu Santo. La venganza en estado puro.
La carta, a propósito, llegó unos días después de que Temer le presentase a influyentes empresarios paulistas el documento «Un puente para el futuro”, considerado el plan del futuro Gobierno que debe ejercer a partir de mayo, si se confirma el juicio político contra Rousseff en el Senado.
El camino de Temer a la Presidencia no sería posible sin el apoyo de un aliado clave, el presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, el único parlamentario con estómago para conducir una votación de 513 diputados, en la que de 367 votos contra Rousseff, apenas 16 eran por la acusación de maniobras contables que fue presentada para su destitución.
Cunha, que está acusado de recibir soborno en el escándalo de Petrobras y de tener cuentas no declaradas en Suiza, fue otro de los detonadores del distanciamiento entre Temer y Rousseff. Temer apoyó a su correligionario para la presidencia del Congreso, mientras la mandataria prefirió apostar por un candidato de su partido que perdió de lejos.
Eso fue en febrero de 2015, y después de esto vinieron las acusaciones formales contra Cunha en las investigaciones de la Policía Federal. Entonces se declaró enemigo público de Rousseff y comenzó a castigarla con derrotas importantes en el plenario y con el análisis de pedidos de «impeachment», que se fortalecieron a partir de marzo, con una gigantesca marcha contra la corrupción y el PT.
Desde entonces, pese a ganar la elección con una diferencia de más de 3 millones de votos y aceptar las presiones del mercado para nombrar un ministro de economía ejecutivo que saliera de la banca, Rousseff no avanzaba un paso sin que el congreso le atravesase una pierna en el camino.
En año y medio de su segundo mandato, Rousseff no salió de su casilla, o no no dio un paso a su favor. Recuperó, a su pesar, la impopularidad anterior a su campaña, la misma de las protestas del 2013 y del Mundial de Fútbol. Tampoco fue eficiente en separar su imagen de los escándalos de corrupción de su partido, e incluso la contagiaron las de los otros, en un escenario en el que política y deshonestidad nunca estuvieron tan cercanas como en los dos años de investigaciones en Petrobras.
La Operación Lavacoches (Lava Jato), que avanzó tanto durante su Gobierno, contribuyó además a paralizar más la economía. Las mayores empresas del país están ensuciadas hasta el cuello con Petrobras y las constructoras que durante décadas levantaban la infraestructura nacional.
No podría haber una conjunción de astros peor para la primera mujer presidente de Brasil. No podría haber mejor caldo para el éxito del discreto vicepresidente sin brillo ni carisma, ni para su partido, el que más ha estado en el poder sin nunca haberse consagrado en las urnas.