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Discurso de Gabriel Boric
Río de Janeiro. Por Carlos A. MORENO/Efe/SAH
Recuperar la economía en recesión, reducir la inflación que ha superado el techo tolerado por el Gobierno y respuestas a las reivindicaciones sociales de las protestas multitudinarias del año pasado, son los principales desafíos para el presidente que los brasileños voten el domingo. Y, tal y como anticipan los sondeos, ese será esa. Dicho de otro modo, la herencia de Dilma la recibirá Dilma.
Los economistas coinciden en que el jefe de Estado que asuma el 1 de enero, bien sea la presidenta Dilma Rousseff, candidata a la reelección o contra todo pronóstico el socialdemócrata Aécio Neves, recibirá una «herencia económica maldita».
En lo social ambos candidatos coinciden en mantener los programas que en la última década permitieron a Brasil retirar a casi 40 millones de personas de la pobreza. Pero hay otros desafío difíciles de superar que están directamente relacionados con las protestas y exigencias de los millones de brasileños que salieron a la calle el año pasado.
Para el director del Centro de Economía Mundial del instituto de estudios económicos privado Fundación Getulio Vargas, Carlos Langoni, Brasil vive actualmente en la trampa de tener que convivir con tasas de crecimiento bajas y tasas de inflación altas. «Desarmar esa situación incómoda es el principal desafío para cualquiera que sea el próximo gobernante», afirma el economista.
Tras acumular varios trimestres consecutivos de crecimiento negativo Brasil enfrenta lo que los economistas consideran como una recesión técnica, aunque la previsión del Gobierno y de los analistas es que el país termine el año con crecimiento positivo, pero con una de sus tasas más bajas en los últimos años.
Tras expandirse un 2,7 % en 2011, la economía del país sólo creció un 1,0 % en 2012, y en 2013 se recuperó ligeramente, con una mejora del 2,3 %, pero la proyección de los economistas del mercado para 2014 es de un tímido crecimiento de menos del 0,25 %.
En cuanto a la inflación, la proyección de los analistas es que Brasil termine el año con una subida de los precios del 6,30 %, muy superior al centro de la meta del Gobierno (4,50 %) y casi en el límite máximo tolerado por el Banco Central (6,50 %). Comparado con Argentina (40 por ciento) o Venezuela (60 por ciento) parece una broma pero para la economía brasileña no está para chistes.
La inflación en alza obligó al Banco Central a elevar las tasas de intereses a sus mayores niveles en cuatro años y el consecuente encarecimiento del crédito redujo el consumo familiar, aumentó la desconfianza de los empresarios y menguó las inversiones, tres de los problemas que impiden a Brasil crecer con más fuerza.
Para Langoni es necesario y urgente un ajuste para combatir las tasas bajas de crecimiento y altas de inflación.
«La experiencia reciente, y el caso europeo es dramático, muestra que cuanto más se posterga ese ajuste, mayor es el costo social. Brasil aún tiene espacio para evitar ajustes en un ambiente recesivo, pero tal vez estemos en el límite», afirmó.
Rousseff insiste en que las dificultades de Brasil obedecen a la crisis internacional y que una mejoría depende de que se consolide la recuperación económica en Estados Unidos. «Tenemos que ver cómo evoluciona la crisis. Si la situación en Estados Unidos evoluciona bien, como está ocurriendo, creo que Brasil puede entrar en otra fase», dijo en una reciente entrevista.
El economista Samuel Pessoa, miembro del equipo de gobierno del socialdemócrata Aecio Neves, descarta que la delicada situación del país obedezca a la crisis internacional. Según Pessoa, con una desaceleración «mucho más pronunciada» que la de otros países latinoamericanos y con la economía ya creciendo en los países más desarrollados, no se puede atribuir la situación de Brasil a la crisis internacional.
En cuanto a los retos sociales ambos aseguran que profundizarán la política de distribución de subsidios a los pobres implantada desde 2003 por el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva y considerada modelo por la ONU.
Según un estudio divulgado este mes por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), esa política le permitió a Brasil reducir el porcentaje de brasileños en la pobreza desde el 24,3 % en 2001 hasta el 8,4 % en 2012, y la pobreza extrema desde el 14 % hasta el 3,5 %.
Esos programas convirtieron a Brasil en un país con una clase media mayoritaria con reivindicaciones diferentes.
Esas nuevas demandas no atendidas de la nueva clase media, como mejorías en los servicios públicos de salud, educación y transporte, motivaron las manifestaciones protagonizadas en junio pasado por millones de brasileños.