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Discurso de Gabriel Boric
Por ignacio PERALES, paraSudAméricaHoy
La desesperación se palpa, se huele y se escucha en Brasil. Dilma Rousseff, el PT y el expresidente, Luiz Inacio Lula da Silva, se sienten -y están- contra las cuerdas. Lula ya no sabe en qué idioma hablar para convencer a la población -y a los suyos- para que recuperen la confianza en su «delfina» convertida en cachalote frente a una oposición más hábil.
Dilma Rousseff nunca supo ser escurridiza, sus movimientos fueron torpes aunque su carrera a la Presidenta, dos veces consecutiva, pareciera sugerir lo contrario. Si se demuestra que su última campaña la financió como fondos públicos apropiados bajo la mesa, antes de que transcurran los dos primeros años de Gobierno, las elecciones quedarían anuladas. Ese es el gran problema, el verdadero que la tiene desesperada (lo de Petrobras es otra historia).
Lula, su padrino político y guardaespaldas (en teoría) intenta seguir empujando el carro de la gobernabilidad como si la investigación judicial por corrupto en su contra y al de sus hijos no fuera con él («ataques odiosos contra Lula y su familia», dice). El ex presidenta salió a pedir respaldo para el duro ajuste fiscal que propone el Gobierno y aseguró que de no aceptarse sería «humanamente imposible gobernar Brasil con esta crisis».
Lula se pronunció en estos términos en la apertura de una reunión de la dirección nacional del Partido de los Trabajadores. A sus compañeros les pidió un penúltimo «esfuerzo» en el Parlamento para que digieran el sapo del ajuste.
En tono apocalíptico advirtió que las medidas son «necesarias» para reactivar la economía y el único modo de encontrar una «salida a esta situación». En este escenario volvió a romper una espada (ya pierde la cuenta de cuántas veces lo hizo) en favor de la imagen y la perdurabilidad de Dilma. Le pidió al PT que de la batalla para «impedir» que «se siga hablando de una destitución» . Apenas reconoció «algunos errores», pero los atribuyó a un «férreo bombardeo contra el Gobierno y el PT», por «una elite que nunca aceptó lo que el partido ha hecho por los más pobres» .
La presidenta, y no sólo por los más ricos o la clase media, toca fondo en los sondeos de popularidad que la colocan en un 8 %, un índice humillante.