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Discurso de Gabriel Boric
Por Francisco MENIN, para SudAméricaHoy (SAH)
En Latinoamérica 153 millones de jóvenes transitan hoy un difícil camino que determinará el desarrollo o el fracaso de la región. Aquella trillada frase que dice que los jóvenes no son el futuro, sino que son el presente, no puede tener mayor vigencia.
Por su evolución demográfica, la región vive el inicio de un “bono demográfico”, proceso que se caracteriza por el aumento de la población económicamente activa frente a la inactiva, generando una gran oportunidad de ahorro, inversión y desarrollo económico. Pero los beneficios del fenómeno no son automáticos. Para que el resultado sea positivo, es necesario un alto nivel de inversión en capital humano, especialmente en los jóvenes, a fin de que las nuevas generaciones sean cualitativamente más productivas. De lo contrario, el bono demográfico puede convertirse en una bomba de tiempo.
Hoy la región presenta un escenario poco auspicioso para los jóvenes. Sociedades cada día más violentas y excluyentes los convierten en el grupo social más vulnerable de la población en la región más inequitativa del mundo.
De acuerdo al Informe de Desarrollo Humano regional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo del 2014, los jóvenes constituyen el grupo más vulnerable ante la criminalidad y la violencia, tanto en el rol de víctimas como de victimarios.
Las organizaciones delictivas crecen día a día y adoptan a los adolescentes como su fuerza de trabajo, exponiéndolos a las peores vivencias imaginables, y el destino latente de la muerte. La tasa de homicidios entre los jóvenes dobla a la de la población general en nuestra región, con 70 muertes cada cien mil habitantes. Un fenómeno que nos otorga las tasas más altas del mundo en homicidios, viendo morir, en consecuencia, a más de cien mil jóvenes asesinados por año.
Frente a esta realidad la educación se presenta como una política pública fundamental. Existe un vínculo estructural entre educación y vulnerabilidad social. Bernardo Kligsberg nos enseña que si los jóvenes en situación de vulnerabilidad se mantienen escolarizados durante la adolescencia, se reduce significativamente la participación en actividades delictivas. Las estadísticas en México muestran que mientras los hombres jóvenes sin educación primaria completa poseen una tasa de 300 homicidios cada cien mil habitantes, entre aquellos que han finalizado la universidad se reduce a 26.
Sin embargo, en materia educativa, el panorama no es auspicioso. Conforme UNICEF, más de 35 millones de jóvenes en Latinoamérica no asiste a la escuela, número similar a la población de Colombia. Más del 25 por ciento de los jóvenes forman parte de la generación NINI, que no estudia, no trabaja y no tiene perspectivas de progreso. El 51% de los adolescentes varones y el 45% de las mujeres no terminan la secundaria, son más de 73 millones de jóvenes.
La calidad educativa también es una deuda, puesto que los jóvenes que transitan por el sistema educativo no tienen garantías de que su formación sea la adecuada para los desafíos del presente y del futuro. Las pruebas PISA de la OCDE, que evalúan el desempeño escolar en 60 países, muestran que la región tiene magros resultados y un franco retroceso.
Todos los países de la región evaluados se encuentran por debajo del puesto 40 en el ranking. En la prueba de habilidad lectora México descendió del puesto 30 en 2009 al 48 en 2012, Chile del 40 al 43; en Ciencias Brasil descendió del puesto 49 al 55, Uruguay del 44 al 50; y en Matemáticas Argentina descendió del 51 al 55. Perú es el país con peor resultado en las tres áreas de estudio en el 2012. Un sistema educativo que no puede garantizar que los jóvenes comprendan lo que leen o tengan conocimientos matemáticos básicos, difícilmente pueda prepararlos para un mundo laboral que exige cada día más.
El desafío de las sociedades y gobiernos es claro, retomar el círculo virtuoso de inclusión, educación e inserción laboral. Abstraer a los jóvenes del sendero de la vulnerabilidad, arrebatárselos a las mafias o maras, envolverlos con políticas públicas territoriales inclusivas e integrales. Así podremos aprovechar los beneficios del bono demográfico y potenciar sus efectos en la reducción de la pobreza y el incentivo al desarrollo sostenible. Los cambios demográficos pueden ser inevitables, pero los cambios sociales, los que mejoran la vida de las personas, solo se pueden lograr con valentía y convicciones.
*Francisco Menin es Miembro del Centro de Estudios sobre Derecho y Economía y del Módulo Jean Monnet de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Ex Director Ejecutivo de la Agencia de Desarrollo Económico de San Nicolás, Argentina. Miembro del Global Working Group on Decent Work for Youth de la Organización Internacional del Trabajo.
Informe mundial de la Unesco para mejorar la educación