EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy
Michelle Bachelet, hasta ahora, podía decir que era una de esas personas con la envidiable virtud de enamorar a los votantes. Ese rasgo, en los políticos, tiene un valor infinito pero no se nace con él.
Un ejemplo lo vemos en Luiz Inacio Lula Da Silva, el hombre que alcanzó la Presidencia después de haber fracasado antes en tres ocasiones (1989,1994 y 1998). El mismo hombre que, una vez en ella (2013), la piel se le impregnó del llamado “efecto teflón” que hizo que la corrupción del “mensalao” (y otras) le resbalaran por el cuerpo en cualquier dirección menos en la suya propia.
A Michelle Bachelet, salvando las distancias culturales, de cuna y de formación académica en la Alemania Oriental, le sucedió algo parecido en su primer Gobierno (2006). Sus patinazos de entrada con el dichoso “Transantiago” (la caótica puesta en marcha de una red de transporte de servicio público) y las revueltas estudiantiles le pasaron una factura de corto alcance. Tampoco le arruinó su salida del Palacio de la Moneda la mala gestión del terremoto seguido de tsunami que la llevó a un paso del banquillo (Bachelet, 52 minutos antes de que se produjera el tsunami aseguraba en televisión que éste no se iba a producir y dos horas y media más tarde insistía en lo mismo). La presidenta, pese a todo, según los sondeos de entonces, se despidió de Chile con un índice de popularidad en torno al 84 por ciento.
Los chilenos estaban rendidos a un mujer que, en rigor, no tuvo una gestión de Gobierno memorable sino, más bien, mediocre. Con ese recuerdo placentero Bachelet volvió y fue reelecta el pasado año pero la historia, y ella misma, le tenían reservada una desagradable sorpresa.
La fama del Chile impoluto (ningún país lo es) se desplomó en un abrir y cerrar de ojos al destaparse la seguidilla de favores financieros que tuvieron a su hijo y a su nuera en primera línea de fuego. El silencio de Bachelet ante el escándalo, recluida con su guitarra española y los discos de los Beatles, como acostumbra en sus vacaciones del lago Caburgua, hizo casi más ruido que el escándalo de tráfico de influencias.
Su justificación posterior de que se había enterado por los medios quedó a caballo entre la estupidez y el cinismo. La bola de nieve en que se fue convirtiendo un hecho tras otro sumado a la discreta gestión económica y las torpezas de su hasta hace poco endiosado ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo la dejaron en una posición incómoda. En ese lugar, ella sola se fue haciendo pequeña y volvió, una vez más, a hacer las cosas mal.
En una decisión impropia de un jefe de Estado la presidenta de Chile, en un programa de entrevistas de televisión que dirige el popular “Don Francisco”, le comunicó la semana pasada al país que le había pedido la renuncia a todos sus ministros. Dicho esto, como si fuera muy normal, añadió que se tomaría 72 horas para decidir a quién se la aceptaba y a quién no.
Al día siguiente la presidenta tuvo que desdecirse y aclarar que su ministro de Asuntos Exteriores, Heraldo Muñoz, estaba confirmado en su puesto. Las redes sociales y la oposición le habían recordado que el hombre, se encontraba dando la cara por Chile frente a Bolivia en la demanda del país vecino por recuperar una salida propia al mar.
Si tuviera imitadoras, modelo Fátima Flores en la Argentina de Cristina Kirchner, los chilenos bien podían haber pensado que aquel episodio -y los anteriores- eran un chiste con poca gracia. Pero no lo fue. Tampoco su reconocimiento, con “Don Francisco”, de que cuando estalló el escándalo Dávalos, primer apellido de su hijo Sebastián, alguien le dijo que se hiciera la distraída y por eso calló al principio y luego dijo lo que dijo.
Sus confesiones en la TV y el anuncio del cambio de Gabinete sumado al paréntesis que iba a dedicar a desojar la margarita de con cual de sus ministros se quedaba (cinco nuevos y cuatro enroques) levantaron la veda de las críticas en medio del desconcierto. Los chilenos habían comenzado a recordarle que las cosas no son como eran.
Bachelet no hizo el anunció del nuevo Gabinete hasta el lunes cuando tenía que haberlo hecho antes de la noche del sábado. Allí, esquivando su mirada y después dándole algo similar al abrazo del oso, despachó a Peñailillo, su escudero, guardaespaldas en los viajes de campaña, secretario, asesor, funcionario salpicado por la corrupción y finalmente, poco competente ministro del Interior.
La presidenta de Chile, si se echa la vista atrás, pocas veces supo afrontar los grandes problemas con reflejos, rigor y solvencia. Ahora, pareciera que tampoco logra terminar de controlar el timón de un barco que, para su infortunio, empezó a hacer aguas demasiado pronto. ¿Logrará encontrar el rumbo adecuado? ¿Podrá reconquistar a su electorado o el destino le devolverá el añorado efecto teflón de Lula? El tiempo demostrará si se repite la historia y Bachelet sigue siendo la misma o si a Chile le espera algo… diferente.
En el minuto 30 es cuando la presidenta de Chile anuncia la renuncia de su Gabinete