EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Bogotá. Por Juan Restrepo
Un corresponsal de prensa extranjera, de esos que disfrutan exhibiéndose, sobre todo en televisión, en paisajes humeantes después de una batalla o de los que piden a los combatientes “un poco de metralla para el audio”, en suma, de los que les gusta más jugar a héroes de guerra que dedicarse a lo que deberían que es informar sin alardes, llegó a Colombia a cubrir el conflicto y quedó decepcionado.
El conflicto colombiano no da para esos lucimientos. Aquí las “acciones bélicas” por parte de la guerrilla consisten en poner minas antipersona cerca de una escuela, volar una carretera –de las pocas y malas que hay en el país—y dejar a la gente varada durante varios días por no poder llegar a su destino; quemar un camión que transporta combustible, o volar un oleoducto y por ahí mismo contaminar un río.
También matan soldados y policías pero esto no suele ser en combates sino en acciones que incluyen degüellos y empalamientos, que ahorran munición y no hacen ruido; son actos infames, cobardes y contra el derecho humanitario pero, al fin y al cabo discretos, al no haber disparos no llaman la atención de nadie y permiten contabilizar bajas en su “lucha por la equidad y la justicia” del pueblo colombiano.
También suelen matar miembros de las fuerzas armadas con tiros de gracia, como ocurrió en estos días con unos pobres soldados que emprendieron la persecución de unos guerrilleros que volaron la Carretera Panamericana y cayeron en sus manos. Es la forma que tiene las FARC de combatir la oligarquía, reivindicar los derechos de los campesinos y luchar contra la corrupción.
A veces secuestran a los uniformados; entonces, para su liberación, piden observadores internacionales y la presencia de la Cruz Roja, y le dan la exclusiva del “acto humanitario” a Canal Sur, la televisión que opera en Venezuela a mayor gloria del chavismo. Con lo fácil que sería poner al secuestrado en un autobús y que por su cuenta regrese al cuartel o a su casa.
El Ejército y la Policía, por su parte, combaten en buena medida con bombardeos desde el aire con los que cada cierto tiempo vuelan un campamento insurgente camuflado en una zona selvática, con resultado de varios guerrilleros muertos cuyos cuerpos llegan luego a una base militar dentro de unas bolsas de plástico.
Eso es básicamente la guerra colombiana, un conflicto para pocos lucimientos periodísticos sensacionalistas. A los colombianos todo esto les produce un hartazgo tremendo. Todos quisieran que acabara de una vez y nadie sensato puede ver en dónde está el mérito de poner unas minas antipersona cerca de una escuela, degollar un policía o contaminar un río con un derrame de petróleo.
Pero si bien todos quisieran que esto acabe de una vez, muy pocos se fían de la voluntad de la guerrilla. Mientras en el campo colombiano ocurre lo descrito más arriba, en La Habana, en donde tienen lugar las conversaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, los líderes guerrilleros, al fin y al cabo colombianos, se embelesan en figuras retóricas, en frases prosopopéyicas, grandilocuentes y fatuas más propias de los políticos tradicionales que de unos diestros matarifes que es de lo que ha ejercido durante tantos años de conflicto.
Y piden una nueva Constitución, que es lo que siempre piden en Colombia todos los que viven al margen de la ley, la pidieron hasta Pablo Escobar y el Cartel de Cali. Y lo asombroso del caso es que después de repartir generosos millones de dólares entre los constituyentes, la tuvieron a su medida en 1991.
Por esto es por lo que la última encuesta Gallup indica que el 52 por ciento de los consultados cree que no habrá acuerdo en La Habana y que el 82 por ciento rechaza que los guerrilleros dejen las armas para participar en política sin pasar por la cárcel. Y ambas cifras van en aumento de tal manera que para el mes de mayo, si no hay acuerdo, al Gobierno Santos la situación le puede resultar insostenible.
Las FARC entre tanto, fieles a su concepto del tiempo que tiene que ver más con Marte que con el planeta Tierra, confían permanecer en La Habana dos añitos más, según desveló hace unas semanas en un programa de radio, un político con experiencia y cercano al pensamiento guerrillero. El conflicto colombiano y su proceso de paz no producen más que hastío y desesperanza.