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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy
Del nuevo presidente de Colombia nadie sabía nada hasta hace unos meses, a finales del pasado año, solo un 17 por ciento lo había oído mencionar. Iván Duque era un ilustre desconocido, un senador de 41 años que llegó a la cámara alta del legislativo colombiano en las lista cerradas de Centro Democrático, el partido del expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Sin ninguna experiencia política el aval de Uribe ha convertido a Duque en el presidente más joven de Colombia y el más votado. Y al mismo tiempo en una verdadera incógnita: o se convierte en un traidor a su padrino o actúa como un títere del expresidente, no hay lugar a las medias tintas, y todas las apuestas apuntan a que será una marioneta en manos de Uribe, éste se habrá asegurado de no equivocarse una segunda vez.
Y es que Álvaro Uribe ya intentó asaltar de nuevo el poder en las elecciones de 2014, con la figura de Oscar Iván Zuluaga, un candidato gris que no estuvo a la altura de su mentor. Aquellas elecciones las ganó Juan Manuel Santos, que resultó reelegido después de llegar a la presidencia cuatro años antes gracias al aval de Uribe.
Durante los ocho años de gestión de Santos Uribe se convirtió en el dolor de cabeza del presidente colombiano. Recibió insultos, señalamientos infundados y, sobre todo, acusaciones de traición. Porque el pupilo le resultó insumiso y terminó negociando un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc, la bestia negra para Álvaro Uribe.
Los errores de bulto cometidos por dos candidatos centristas como Sergio Fajardo, un matemático y exgobernador del departamento de Antioquia, y Humberto de la Calle, el correoso negociador con la guerrilla de las Farc, lanzaron al combarte por la presidencia de Colombia en segunda vuelta a dos extremistas: uno de derecha, Iván Duque del Centro Democrático; y otro de izquierda, Gustavo Petro de Colombia Humana, y privaron al país de una opción política necesaria para llevar adelante el proceso de paz.
Y claro, Petro, un ex guerrillero, admirador vergonzante de Hugo Chávez y con simpatías por el neocomunista español Podemos entre sus más estrechos colaboradores, terminó haciéndole la campaña a Duque. No hay que ser un brillante analista para imaginar el temor que despertaba en los colombianos un candidato al que era fácil identificar con el coco del castrochavismo, término acuñado por Álvaro Uribe. La tragedia de Venezuela se vive en Colombia como en ninguna otra parte y es un elemento muy goloso para explotar con demagogia.
Uribe y Petro, pues, fueron la tormenta perfecta para que calara sobre Colombia la lluvia de un orador nuevo con mensaje viejo, el del expresidente Uribe. Es tanto así que Duque, en un arranque de amor por su padrino, calificó a Álvaro Uribe de “presidente eterno”, título que hasta ahora tenían solo Hugo Chávez y Kim Il Sung.
A Duque nadie lo conoce, a Uribe se le conoce bien. El ex presidente tiene demasiadas cuentas de cobro que intentará pasar durante el gobierno de su pupilo. Peor aún, es previsible que intente evitar cualquier acción de la justicia contra los señalamientos que pesan sobre él, y una cosa y la otra pesarán como una losa sobre el gobierno de Duque.
Valga como botón de muestra la cifra de más de 3.000 personas inocentes que entre 2002 y 2010, durante el gobierno de Uribe, fueron asesinadas para presentarlas como éxitos en combate militar. Como dice el analista Ariel Ávila, el gobierno formalmente democrático de Uribe dejó más muertes que la dictadura de Augusto Pinochet en 17 años.
El nuevo presidente de Colombia debería ser consciente de que fue elegido con muchos votos prestados, de antiuribistas que no querían a Gustavo Petro. Y tampoco le vendría mal que reflexionara sobre el significado de la votación que obtuvo Petro en ciudades como Bogotá, Cali o Barranquilla.
Aparte fanáticos o despistados, entre los votantes de Petro también están quienes consideran que su partido Colombia Humana representaba a los pobres y marginados, que son mayoría en Colombia, a los que temen que con el binomio Duque-Uribe se recrudezca el conflicto armado, y a los que miran con horror a un presidente rodeado de la clase dirigente tradicional infestada por la corrupción y el caciquismo.
Pero por más que tenga a Uribe respirándole en la nuca, Iván Duque cuenta desde ya con un senador hábil como Petro que se encargará de recordarle estas verdades desde su nuevo papel de verdadero líder de la oposición de izquierda, algo hasta hoy insólito en Colombia.