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Por Fernando Pajares
Madrid, 27 nov (EFE).- «Jota, caballo y rey» es la divertida historia de un presidente colombiano, Gustavo Rojas Pinilla (1900-1975), a quien resultó insoportable que un magnífico caballo de carreras de nombre «Triguero» ensombreciera su popularidad.
La cuenta el periodista y escritor colombiano Daniel Samper Pizano en una novela que acaba de publicarse en España (editorial Alfaguara) y que combina realidad y ficción de tal forma que nunca se sabe dónde empieza aquélla y dónde acaba esta.
«La investigación básica la hice en tanto que periodista. Es muy completa, veraz, histórica. Pero después vino el novelista y la desfiguró hasta convertirla en un relato tan creíble y tan ameno como he podido», comenta su autor a Efe.
Como periodista, Daniel Samper (Bogotá, 1945) ha trabajado 50 años en el diario colombiano «El Tiempo» y, de ellos, una década en la revista española «Cambio16».
Como escritor, después de «Impávido coloso» y «María del alma», Samper sacó la pluma de los domingos para escribir «Jota, caballo y rey», donde explora los abusos del poder siguiendo la mejor tradición de la tan latinoamericana «novela de dictadores».
Este relato cruza las intrigas de un dictadorzuelo y su camarilla con la brillante trayectoria de un popularísimo caballo de carreras. En segundo plano, la amistad de dos jóvenes: el humilde Jota, mozo de cuadras, y el más pudiente, Rafael, hijo de veterinario.
Gustavo Rojas Pinilla se aupó a la Presidencia de Colombia en 1953 por la vía, siempre expeditiva, de un golpe de Estado. Y ejerció como Jefe Supremo hasta en 1957.
No fue un dictador sangriento tipo Augusto Pinochet (Chile), Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana) o Jorge Rafael Videla (Argentina). Contuvo la violencia que asolaba al país y tuvo un buen primer año de gestión. Tomó medidas sociales -entre ellas el sufragio femenino- y puso en marcha grandes infraestructuras.
Pero en 1954, tras una manifestación estudiantil que dejó una docena de muertos, Rojas perdió el favor de las fuerzas vivas. Un paro general apoyado por partidos, sindicatos, empresarios y hasta la propia iglesia se lo llevó por delante en 1957.
El caso es que, incluso en sus mejores momentos, el Jefe Supremo sintió unos celos espantosos del equino más amado por los colombianos. Hablamos de los años cincuenta, cuando las carreras de caballos en el bogotano «Hipódromo de Techo» superaban cualquier otra afición popular.
No es que fuera un percherón, pero «Triguero» tampoco era un bello corcel de fina estampa. Tiraba a feúcho, sí, pero corría tanto que si hubiera llevado alas lo habrían llamado «Pegaso». Ganaba todos los premios. Desafiaba la popularidad de un presidente que quería ser el Simón Bolívar del siglo XX.
La intriga gira en torno a un personaje de ficción, Sagrario, una mujer fruto de un desliz del joven Rojas Pinilla. Por no usar el malsonante «bastarda», Samper, su castellano siempre impecable, se refiere a ella como «la otra hija». Obsesionada con la imagen presidencial, Sagrario combate a «Triguero» usando a su propietario, Jorge Rovira, ministro de su padre y amante suyo.
El caballo acapara titulares. Sagrario, descompuesta, enseña a su querido un montón de recortes de periódicos: «Colombia -grita- no podrá progresar mientras una mula sea más importante que el hombre que le dio la paz». Por eso traza contra «Triguero» un plan malévolo que no conviene descubrir.
Rojas Pinilla, derrocado en 1957, fue acogido por Franco en Madrid. Volvió a Colombia para presentarse a las elecciones de 1970 pero un pucherazo dio la victoria a su adversario, Misael Pastrana.
Para saber qué ocurre con «Triguero», hay que leer «Jota, caballo y rey». Merece la pena. Es un gran final para una gran novela.