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Discurso de Gabriel Boric
Los sudamericanos están condenados a parecerse a esos cinéfilos empedernidos, capaz de ver 36 veces la saga de El Padrino o El Ciudadano, de Orson Welles, aunque en este caso la película siempre transite por el género de la tragedia y no utilice ni ficción ni actores, sino a ciudadanos de carne y hueso. Emulos de “Mr Kane” abundan y mafías son lo que sobran por estos rincones del planeta, pero una de las películas que vuelve a repetirse es la del enfrentamiento entre Venezuela y Colombia, que si bien representa una tragedia para los afectados, en general familias humildes de ciudadanos colombianos viviendo en Venezuela, penetra en el género de la comedia, cuando se analiza el rol del presidente venezolano, Nicolás Maduro en esta historia.
Venezuela y Colombia se necesitan como el aire una a la otra. La tensión en su más de 2,200 kilómetros de frontera común no es nueva, pero una vez más se vuelve a agitar en pos de intereses políticos internos y por qué no, hasta posiblemente inconfesables. Hugo Chávez apelaba a la estrategia de tensar las relaciones con Colombia cada vez que la coyuntura interna de su país así lo requería. Lo hizo durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) con su “enemigo íntimo”, Alvaro Uribe (2002-2010) y con su “mejor amigo”, después de calificarlo de fascista, Juan Manuel Santos.
Maduro, volvió a desempolvar el manual en el capítulo “Colombia” y poco importó que la relación bilateral se haya recuperado en los últimos años, o que Caracas y Bogotá acordarán repartirse los turnos para la secretaría General de la Unasur, este estamento que, a la postre, es en el único que el presidente venezolano cree y confía. Primero fue la colombiana María Emma Mejía, luego el venezolano Alí Rodríguez y ahora el ex presidente, Ernesto Samper, todos con el acuerdo de ambos gobiernos y apoyados por el resto de los países de la región.
La estrategia de cerrar la frontera, enviar tropas y ahora, deportar a humildes familias no es nueva en la región ni exclusiva de un gobierno de izquierda. El que mejor la había explotado, cuando su popularidad había comenzado a menguar fue Alberto Fujimori allá por 1994. Abrió una crisis con Ecuador, que hasta entusiasmó al entonces presidente Sixto Durán Ballén, quien no dudó en ir a una guerra y todo. La firma de la paz en Brasilia, en 1998, encontró a Fujimori y al sucesor de Durán Ballén, Jamil Mahuad, haciendo “un negocio político” de esos que reditúan y los colocan en las páginas de la historia.
Mucho antes ya lo habían usufructuado, Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, los generales amigos, camaradas de armas y expertos ambos en la violación de los derechos humanos, cuando estuvieron a minutos de desatar una guerra en la Navidad de 1978, hasta que logró mediar Juan Pablo II.
Por eso, en estos días, cuando Maduro regrese de su gira por el lejano Oriente, a lasgrandilocuencia de las declaraciones, deberá sobrevenir más tensión y luego la calma. Tal como lo indica el manual, mientras los venezolanos siguen sufriendo la caída de los precios del crudo y el desgobierno en materia económica.
No es la única película que se repite. En Argentina, la pelea dentro del peronismo y una nueva crisis en Tucumán son películas más que gastadas. La única novedad esta semana la aportó, no un político, ni un candidato, sino un futbolista, tan pobre como lo fue Maradona, tan popular como lo puede ser un jugador con tal carisma que lo llaman “El Apache”, por su origen, o “Carlitos del Pueblo”. Se trata de Carlos Tévez, ex jugador de la Juventus y del Manchester United, quien durante una gira por la empobrecida provincia de Formosa, se animó a declarar que a él y a sus compañeros los habían hospedado en un hotel tan lujoso que se parecía a uno de Las Vegas pero rodeado de pobreza. Le cayeron con fuerza las críticas desde el poder pero al menos pudo romper la monotonía y el tedio de tener que seguir consumiendo historias sobre la(s) Mafia (s) y esperanzarse de que con Carlitos Tévez, en Argentina, nazca algo parecido a una conciencia crítica.