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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy
Si Kafka hubiese nacido en Colombia habría sido un escritor costumbrista. Y si hubiese vivido los últimos 15 días en este país, habría escrito una obra interesante por cuenta del papel firmado en La Habana entre Juan Manuel Santos y el líder de la guerrilla de las FARC, Timoleón Jiménez, alias Timochenko.
Digo papel porque nadie sabe exactamente qué es lo que se firmó allí con tanto bombo y platillo, y mucha gente empieza a preguntarse lo que manifesté perplejo en mi artículo anterior: por qué ese encuentro en un momento en el que quedan importantes escollos que salvar. Nadie niega el avance que supone el apretón de manos entre el presidente de Colombia y el líder de la guerrilla más antigua de América, pero de ahí en adelante todo es confusión.
Al desconocerse el acuerdo firmado el 23 de septiembre entre Santos y Timochenko, la opinión pública colombiana ha tenido que oír una serie de declaraciones confusas y contradictorias por parte de altos representantes del Gobierno y, cómo no, de la guerrilla, en relación con uno de los puntos más delicados de las negociaciones como es el de la aplicación de la justicia. Se nos dijo que habrá un tribunal de paz para juzgar a los reos de delitos cometidos durante el conflicto. Quiénes compondrán ese tribunal es un arcano misterio, se sabe solo que habrá jueces colombianos y algunos extranjeros.
Pero si nos atenemos a las declaraciones oídas en estos días, para las Farc lo que se firmó fue “simplemente una nota informativa”, mientras que para el negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, el comunicado es “un acuerdo firme” al que se llegó en base a “un documento más largo” que tiene aún asuntos pendientes de reglamentar.
¿Cómo se aplicará la justicia a los guerrilleros reos de delitos durante el conflicto? Según el Fiscal general, Eduardo Montealegre, serán confinados “en ciertas partes del territorio nacional, como un municipio”, a lo que el presidente dice que ni en un municipio ni en una región, que “tendrá que ser en un lugar preciso”. Ni una cosa ni la otra, dicen las Farc, en el acuerdo firmado no se habla de “lugares de confinamiento para quienes brinden la verdad plena y exhaustiva”. En una entrevista a Telesur, canal estatal venezolano, Timochenko asegura que él no ha cometido ningún delito.
El negociador de las Farc en La Habana, Iván Márquez, dice que “las sanciones restaurativas de la Jurisdicción Especial de Paz no están condicionadas… a la vigilancia, sino al cumplimiento laboral de la sanción”. Y Santos, en declaraciones de prensa, asegura que “estarán en un lugar específico, imagino unas instalaciones austeras, bajo un régimen de vigilancia y control”.
Pero quizá la caja de Pandora abierta por el “acuerdo de La Habana” de más imprevisibles consecuencias es el juzgamiento, por parte de este tribunal especial de paz de tan amplísimo y particularísimo fuero, de civiles que por acción u omisión hayan cometidos delitos durante el conflicto, incluidos expresidentes. Las Farc se apresuraron a poner a Álvaro Uribe, el primero en esa lista.
El Fiscal general tercia en el asunto asegurando que Uribe, por sus acciones como gobernador (y presunto favorecedor de paramilitares que es algo de lo que muchos lo han acusado), podría comparecer. En tanto que uno de los redactores del acuerdo, el jurista Manuel Cepeda, dice que “jamás se pensó en abrir la puerta para juzgar expresidentes”. Y, finalmente, el ministro de Justicia, Yesid Reyes, en un medio dice que sí y en otro dice que no.
Juan Manuel Santos en la asamblea general de Naciones Unidas, en Nueva York ha repetido lo que ya ha dicho en ocasiones anteriores: que espera volver el año próximo como presidente de un país en paz. Allí ha sido aplaudido, premiado y felicitado por todo mundo; mientras en Colombia incluso a los más optimistas y defensores del diálogo Gobierno-Farc, les asalta la duda de si no habrá habido demasiada precipitación con ese encuentro en La Habana.
A sus críticos, Santos responde echando mano del Quijote y les dice que “ladran, luego cabalgamos”, a lo que más de uno, siempre siguiendo por el sendero de la hípica, se pregunta si no habrá ensillado antes de traer las bestias.