martes, 27 de octubre de 2015
Una novedad en las elecciones colombianas

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Juan RestrepoPor Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy

Colombia acaba de pasar por un proceso de elecciones locales y en este momento quienes votaron a los triunfadores celebran el triunfo esperanzados en que las cosas en su ciudad o su departamento van a ir mejor a partir del 1 de enero, que es cuando toman posesión del cargo los recién elegidos. Quizá harían bien en guardar su euforia para octubre de 2019, cuando harán balance de gestión estos nuevos mandatarios locales, algunos de los cuales necesitarán algo más que suerte para gobernar y legislar dentro del perverso sistema político colombiano.

Tradicionalmente en Colombia la política se ha venido tejiendo a través de redes regionales, que se alimentan de las instituciones públicas en los municipios y departamentos. Y, sin que los ciudadanos se den mucha cuenta de ello, los políticos han terminado operando con el mismo sistema de la mafia calabresa en Italia, la n’drangheta, que comprendió que copar las instituciones del Estado es tan rentable como las drogas, el juego y la prostitución, y se organizó para tener una fuerte penetración social, el control de las actividades empresariales y estar presente en estructuras públicas como la sanidad.

Esa ha sido la realidad colombiana en los últimos veinticinco años y no cambiará mucho con los nuevos elegidos este pasado fin de semana. Sin embargo, encuentro en lo ocurrido en cuatro de las cinco ciudades más importantes del país, un fenómeno interesante y digno de atención. En Bogotá resultó elegido Enrique Peñalosa; en Medellín, Federico Gutiérrez; en Cali, con Maurice Armitage y en Bucaramanga, Rodolfo Hernández, nombres que a los lectores de esta columna dirán muy poco pero que tienen un común denominador.

Federico Gutiérrez

Los cuatro obtuvieron el triunfo al margen de los partidos tradicionales, por recolección de firmas y por movimientos ciudadanos. Bien es cierto que sobre la marcha se les fueron adhiriendo partidos pringados de corrupción y mañas arteras, especialmente en los casos de Peñalosa en Bogotá y Armitage en Cali.

Esto era algo casi inevitable en un país como Colombia y los recién elegidos alcaldes verán cómo sacudirse tan pesadas e indeseables cargas. Lo que me parece destacable es que movimientos ciudadanos por fuera de los desprestigiados partidos tradicionales, hayan terminado imponiendo alcaldes en principio limpios y dispuestos a trabajar en bien de la comunidad y por fuera de las maquinarias clientelistas que gobiernan en ciudades y departamentos colombianos.

En el caso de Peñalosa, nuevo alcalde de una ciudad como Bogotá descuadernada e invivible como es la capital colombiana en este momento, tiene un reto titánico y me parece un fardo inquietante y nada esperanzador la cercanía del partido que llegó a pegarse a su campaña, Cambio Radical, uno con las peores mañas imaginables de clientelismo y corrupción en Colombia. Pero para darle el beneficio de la duda, quiero contar una anécdota que conocí de primera mano y que habla de su talante y pragmatismo.

En 2000, nos contó a un reducido número de corresponsales de medios extranjeros, cómo había solucionado uno de los problemas más acuciantes y que mayores dificultades planteaban para hacer obras al sur de la ciudad, cuando fue alcalde de Bogotá por primera vez a finales del pasado siglo: las amenazas de secuestro por parte de la guerrilla que pendían sobre los ingenieros que dirigían las obras en ese sector de la ciudad. Contrató ingenieros cubanos. No supe si como fachada o realmente dirigieron las obras, pero acabó con el problema.

Peñalosa tendrá que echar mano de esa misma mano izquierda para lidiar con la voracidad burocrática del partido que ahora lo acompaña, y necesita suerte en una tarea que es tan complicada como enfrentarse a las órdenes del comandante Romaña de las FARC en su momento, que era quien entonces planificaba los secuestros en a las afueras de Bogotá.

En Colombia hace falta una personalidad pública que entienda el mensaje de los ciudadanos de Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga, y que sepa aglutinar ese deseo de buena gestión y de rechazo a la corrupción y el clientelismo.

Y hace falta que quienes recibieron la confianza de los votantes de esas cuatro ciudades estén dispuestos a respaldar a quien surja enarbolando esa bandera. El fenómeno es interesante porque refleja el agotamiento de los ciudadanos ante el desafuero de la política tradicional. Pero el cansancio de los votantes, si no se canaliza pensando en el bien común, puede terminar echando al país en brazos del populismo iluminado –de izquierda o de derecha—que resulta siempre nefasto. Sin ir más lejos, como ocurrió en Venezuela.

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