EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
El apoyo de Argentina a la troika de las tiranías, Cuba, Nicaragua y Venezuela, no sólo deja entrever la afinidad ideológica, quizá como modelo de los atropellos en la provincia de Formosa denunciados por la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, sino también la injerencia de Rusia y China, soportes económicos de esos regímenes.
“Nos falta diálogo”, evalúa Jorge Faurie, exministro de Relaciones Exteriores y precandidato a diputado nacional, porque “Argentina no quiere vínculos con el mundo”. La política exterior argentina, agrega, “no tiene capacidad de adaptación a un mundo que está cambiando”.
El gobierno de Alberto Fernández declama la supuesta defensa de los derechos humanos sin intromisión en los asuntos internos de otros países. De ese pilar, el de los derechos humanos, se apropió la coalición de gobierno como si sus dirigentes y sus militantes hubieran sentado en el banquillo a las juntas militares. Mérito de Raúl Alfonsín, en todo caso. No de Néstor Kirchner por haber descolgado el cuadro de Jorge Rafael Videla en el Colegio Militar de la Nación.
De su toma de posición en países en los cuales son avasallados los derechos humanos, a tono con México, no estuvo exenta la política interna, en vísperas de las elecciones primarias y de medio término, ni la internacional, con visiones encontradas dentro del Mercosur. Tres contra uno: Brasil, Uruguay y Paraguay, de un lado, y Argentina, del otro.
A contramano de un mundo del cual parece sentirse ajeno.
Cien días después de que China alertara a la Organización Mundial de la Salud (OMC) sobre la ola de contagios de una nueva enfermedad, el COVID-19, ese mundo lamentaba 100.000 muertos. Un umbral imprevisto, increíble. Transcurría abril de 2020. Argentina llevaba menos de un mes de incertidumbre, confinamiento y miedo.
Ese umbral, el de los 100.000 muertos, ahora transpuesto, pone a Argentina frente a un espejo. El de la gestión de la pandemia frente a “la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”, como dijo entonces el secretario general de la ONU, António Guterres.
¿Qué aprendimos y qué no aprendimos en este larguísimo año y monedas que nos ha cambiado la vida? Comparábamos al coronavirus con el dengue y la gripe. Creíamos que no iba a llegar a Argentina, pero partió desde China hacia Italia y desde allí, sin escalas, hacia el país en un vuelo sin escalas.
En un mundo globalizado e interconectado, con gente que va y viene, era absurdo utilizar como pretexto la lejanía.
Y se planteó la disyuntiva entre la salud, con el confinamiento de la población, y la economía, con el quebranto en marcha. Un fracaso en estéreo.
Después, con brotes y rebrotes, apareció como un sarpullido la mezquindad política. Cuándo no. Comparaciones falaces con otros países por las cuales el gobierno de Fernández tuvo que pedir disculpas, vacunas a raudales, inoculaciones selectivas, contratos difusos con las farmacéuticas, la predilección por Rusia y China, la cercanía con México…
“Desde el gobierno nacional hubo una gran cantidad de contradicciones”, dice Hugo Arce, médico sanitarista, exsubsecretario de Salud de la Nación, director de la Maestría en Salud Pública de la Fundación Barceló. Pruebas al canto, “el plan de vacunación ha sido muy malo”, señala.
Si la balanza internacional se inclina hacia un costado preocupante, la doméstica arroja un resultado desfavorable: la inflación de junio trepó al 3,2 por ciento. Un 25,3 por ciento en el primer semestre que empalidece el magro 29 por ciento previsto para 2021 en el presupuesto argentino.
“La inflación está incorporada en la cultura de los argentinos”, observa Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano. Tan incorporada como “la imprevisibilidad”, con “un largo plazo de 20 días y un corto plazo de 24 horas”.
Lo mismo ocurre con el plan de vacunación: muchas dosis anunciadas y pocas inoculadas mientras persiste el duelo. Multiplicado por más de 100.000.