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Discurso de Gabriel Boric
Por Alfredo BEHRENS, para SudaméricaHoy
Hubo una vez un Presidente que de tan loco lo llamaban: “El loco Bucaram”. Gastaba un bigotito a lo Hitler y desde las tarimas, cuando no gritaba eslóganes, cantaba y bailaba entre juegos de luces y de humos. Divertía a las masas, hasta que lo eligieron Presidente. Tantas fueron las barbaridades que hizo que no duró seis meses.
Entre otras, el loco Bucaram, lanzó un plan de leche para los niños, creando una marca que remitía a su nombre: Abdalact. Leche ésta que fuera criticada por su baja calidad e inclusive contaminación. También lanzó un programa de “Mochila Escolar” pero quedo suspendido cuando su ministra de educación fue acusada de corrupción, además de falsificar su título de postgrado. El Loco también fue acusado de nepotismo por nombrar un hermano como ministro y a un hijo como director de Aduanas.
Podría decirse que el poder lo enloqueció pero, en realidad, ya estaba bastante loco antes. Abdalá Bucaram tuvo que abandonar los estudios de Medicina después de agarrarse a los puñetazos con un profesor de esa carrera. Se cambió a la de abogacía y se dedicó a los deportes. Llegó a ser un atleta distinguido, antes de entrar a la política y ser elegido Presidente de Ecuador.
El Presidente Jair Bolsonaro, de Brasil, cuando le preguntaron sobre el número de muertos por Coronavirus, respondió: “¡Si no soy sepulturero!” Lo mismo podría haber dicho Bucaram, si ahora estuviera en el poder. Entre ellos, hay más paralelismos de lo que parece.
Como Bucaram, Bolsonaro, que se dice atleta y por eso libre de Covid-19, también tuvo que cambiar de carrera al ser expulsado del Ejército por planear colocar bombas para agitar la calle. Cambió la de militar por la política, donde no hizo mucho más que insultar, inclusive amenazando y humillando a diputadas. Su imagen de mano dura le ayudó a derrotar a una izquierda debilitada por la corrupción en la cúpula pero, al llegar a la presidencia, siguió una ruta parecida y quiso nombrar un hijo para el cargo de embajador en Washington.
Demasiado cerca del perfil del Loco Bucaram, el presidente de Brasil, acabó provocando la renuncia de Sergio Moro, su ministro de Justicia, al nombrar un jefe de Policía con el propósito de frenar las investigaciones contra un hijo suyo.
Prensado entre la pandemia y la recesión, Bolsonaro viene patinando feo. Ya se deshizo de su ministro de Salud y del de Justicia y pareciera que el de Economía estaría con los días contados porque ya, ni le consulta en su materia. Además, se ha enfrentado al Tribunal Superior de Justicia, al Parlamento de Brasil y arremetido contra su principal socio comercial: China. Por ahora, sobrevive pero no puede decirse lo mismo de su población, acuciada por el hambre y la enfermedad.
Se dice que Bolsonaro ha llorado al cuadrarse frente a los militares. No hay nada malo en llorar, pero sugiere que la “mano dura” de Bolsonaro ya ni puede consigo misma. El problema es que él, es presidente de un país con 210 millones de almas y con una economía de cuya salud depende la de vecinos sumando otros 70 millones de almas. O sea, de Bolsonaro presidente dependerían hoy 30 veces más personas que las que dependían del Loco Bucarám en su época. La diferencia, no es moco de pavo, que se diga.
Si el Congreso ecuatoriano consiguió defenestrar a su loco, “alegando incapacidad mental”, sería hora de que el brasileño hiciera lo propio. Si se animara a dar ese paso, o si Bolsonaro fuera reemplazado de otra forma legal, asumiría su vice, Hamilton Mourão, general retirado del Ejército. Mourão ha mantenido dos veces más encuentros con empresarios que su jefe, al que también gana, 4 a 1, en entrevistas concedidas a la prensa. Además, está considerado un hombre más predecible. Si eso es bueno o malo estaría por verse pero, difícilmente, Brasil estaría peor que ahora.