Por Carmen DE CARLOS, para SudAmericaHoy (SAH)
En tono burlón, el presidente de Ecuador,
Rafael Correa, se mostró convencido de que en
Estados Unidos no sabrían situar su país en el mapa. Lo hizo en el contexto de una entrevista donde se abordaba su polémica
ley para los medios de comunicación y el caso Assange. El de
Edward Snowden, todavía, no había estallado.
Correa, quizás, tuviera razón sobre los conocimientos geográficos de la población estadounidense aunque cabría preguntarse si en Europa, incluida buena parte de España, sus habitantes tendrían mejor tino frente a un globo terráqueo.
La apreciación del presidente de Ecuador es posible que hoy ya no pueda sostenerse. Todos los noticieros y la prensa norteamericana, han dado buena cuenta de que Snowden –con un destino incierto- intenta refugiarse en Ecuador, país andino de 283.520 kms que limita al norte con Colombia, al sur y al este con Perú y al oeste con el Océano Pacífico.
A diferencia de Assange, el norteamericano no dio a conocer cables secretos ni destapó la identidad de agentes de inteligencia en servicio o puesto en ridículo a presidentes o diplomáticos de todas las banderas. Snowden, lo que ha hecho, es contarle al mundo que su Gobierno actúa por fuera de la ley, que escucha –sin orden judicial- conversaciones de ciudadanos que se creían protegidos y que sus mails sirven para entretener a la CIA, el FBI o a cualquier otro funcionario aburrido de su trabajo o de sí mismo.
En otras palabras, el técnico subcontratado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), ha conmocionado a sus paisanos al descubrirles que su derecho a la intimidad es una ilusión. La diferencia entre él y Assange es importante. También la de los medios de comunicación seleccionados por el australiano para entregar el material sustraído y la de los demás –caso Snowden- al denunciar que el Gobierno de su país abusa de su poder y comete de forma permanente un delito contra sus ciudadanos.
Rafael Correa, el mismo que se dirigió a una periodista llamándola
“gordita horrorosa” porque le incordiaban sus preguntas, hace chistes del “paladín” de la libertad como se refiere a EE UU. Se ceba, en ocasiones con razón, con
el doble discurso del Tío Sam que, una vez más, ha quedado al desnudo en materia de garantías de derechos y libertades. Eso, sin mencionar
Guantánamo.
El
presidente de Ecuador cubre las lagunas democráticas del
“imperialismo yanqui” con un barniz propio que pretende mostrar como
ejemplar. Lo hace sin sonrojo después de sacar adelante una
ley de dudosa constitucionalidad que inventa, entre otras instancias, la figura del
“linchamiento mediático” .Aprobada por
sus 100 legisladores del Parlamento Unicameral donde hay 137 escaños, la ley incluye también la creación de la Superintendencia de Información y Comunicación que se ocupará de la
“vigilancia, auditoría, intervención y control” de los medios sobre los que tiene ya
“capacidad sancionadora”. En
esa línea, la norma, que entró esta semana en vigor, se sacó de la chistera de la mordaza, e
l Consejo de Regulación de Medios, con
atribuciones para dar luz verde o roja al acceso a información y contenidos así como la adjudicación de franjas horarias, elaboración de reglamentos o informes para asignar frecuencias.
“Busca castigar… Propone la censura”, protestó Diego Cornejo, director ejecutivo de la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos (AEDEP). “El trabajo en periodismo –advirtió – va a estar sometido a controles del Estado”.
Carlos Vera, ex periodista que creyó en Correa en sus inicios y autor de “Nunca mordaza”, matiza: “Jamás hubo monopolio de medios de comunicación en Ecuador (como defiende el Gobierno). Estuve de acuerdo con que los banqueros dejaran de tener medios pero estoy más en desacuerdo con que un tirano monopolice 22 medios de comunicación”.
Es difícil pero posible que en Estados Unidos la mayoría siga sin tener la más remota idea de donde queda Ecuador. También que
en Europa, sobre un mapa, no acertara ni la mitad a la hora de señalar ese país pero los que saben que está en la mitad del mundo, pegadito a los Andes, y le siguen los pasos a Correa ,tienen claro que él, tampoco, es un “adalid” de la libertad de expresión, ni de otras.