miércoles, 19 de agosto de 2020
«Desarmar para amar», por Alfredo BEHRENS

Por Alfredo BEHRENS, para SudAméricaHoy

En Iberoamérica, hoy por hoy, si no te muerde el virus te muerden las balas. Contra el virus por ahora solo hay máscaras y promesas. Contra las balas, agacharse y más balas. Vamos mal, porque si bien contra el virus hay esperanza, contra las balas hay poca. Pasado el virus tendremos que lidiar con las balas.

No son solos los ladrones y narcotraficantes los que disparan, hay terratenientes que invaden tierras indígenas, hay policías que matan impunemente. Hay también una escalada armamentista. Contra el mayor poder de fuego de los narcotraficantes la policía se ha militarizado y los disparos antes aislados ahora tartamudean. Son tantos que cada vez duelen menos los muertos inocentes. Es grave.

Iberoamérica es la región más violenta del mundo. En el medio de este pandemonio, sanitario y de seguridad social, por sobrevivir estamos olvidando la importancia de las artes y de las ciencias. Tanto una como la otra se desarrollan en la paz, porque la excelencia se pasa de mano en mano, y agachados no se puede tanto. Además hay otro problema, algo más difícil de ver, el generacional y social. El virus mata más a los viejos, las balas a los jóvenes y a los negros, más aún a los negros jóvenes.

Con las muertes de unos y otros se pierden eslabones. En Brasil pareciera que este año hubieran muerto más literatos y músicos que en otros tiempos. Es cierto que el virus mata más a los viejos, pero también es cierto que los jóvenes pierden quien les enseñe. Con las ciencias pasa algo parecido. Un científico se aleja de las fronteras de su quehacer en la medida que envejece. Necesita de jóvenes que quieran aprender lo que sus mayores tienen para enseñar. Pero entre balas y virus las universidades cierran y los jóvenes se van.

El legado de todo esto no es nada auspicioso. Aunque una vacuna nos liberase en el 2021, tendremos que lidiar contra la grosería, la vulgaridad y la desesperanza que parece haber tomado por asalto a nuestras sociedades. La ley ha cedido su lugar la lógica de la fuerza, que inclusive ha contaminado la retórica de gobernantes, representantes y la media. Cuando toleramos la militarización de las policías sacrificamos a la sociedad civil, la democracia y con ella las ciencias y las artes.

Para que la recuperación demore menos, es esencial que las fuerzas pensantes de las sociedades iberoamericanas tomen conciencia del costo de largo plazo de la agonía y la anomia que resultan del imperio de la brutalidad, inclusive en la retórica. Desarmar para amar es la consigna.