martes, 25 de agosto de 2020
Juan Miguel Ponce, el último sabueso de Interpol
ponce
Juan Miguel Ponce Edmonson, muestra el documento del represor argentino, Ricardo Miguel Cavallo, tras su detención en Cancún. Foto. Victor R CAIVANO

Por Federico PONCE ROJAS, para SudAméricaHoy

Juan Miguel Ponce, Abogado entregado desde temprana edad a la procuración de justicia, sabueso implacable al frente de Interpol-México (en dos ocasiones), y responsable de importantes detenciones en todo el mundo, fue un diplomático gentil y conciliador pero, con él, no había escondite para los extraditables.

Muchos fueron sus destinos en el Servicio Exterior Mexicano particularmente en toda la región central y de Sudamérica. Se jubiló por haber alcanzado la edad límite como cónsul en Buenos Aires.Representó a la Procuraduría General de la República (Hoy Fiscalía General) en varios países. En EE.UU. se ganó el reconocimiento de prácticamente todas las agencias federales y locales de este país, se movía como pez en el agua entre Washington y Los Angeles, Aduanas y FBI eran sus espacios favoritos. Arrancó con los trabajos de la Agregaduria de la PGR en la Unión Europea y Suiza. Hizo millones de conocidos «pocos amigos de verdad», diría. Sin embargo, unos y otros fueron los eslabones que construyó con tesón y enjundia para cumplir con su deber.

Una de miles de anécdotas: En Rodas Grecia (Mexico no tenía tratado de extradición) coincidimos en un juzgado de primera instancia penal, un día de verano con funcionarios aburridos en lino arrugado. Mucho calor, apiñados un montón de expedientes y un somnoliento y abotagado juez, que resultó su conocido. Juan Miguel lo saludó amablemente y el juzgador aquel pidió cervezas. Nos identificamos, mi hermano representaba a la Interpol-Mexico y yo al Banco Nacional de Mexico, S.A , el prófugo era turco-mexicano y ese punto fue develado ante el juez por Torre Negra, como cariñosamente se le llamaba en clave a Juan Miguel, detalle importante a lo largo del proceso ya que es de todos conocidos la antipatía entre estos ciudadanos. El asunto (un fraude millonario contra el Banco) llegó hasta la Corte Suprema de Grecia. La defensa la integraban un famoso abogado griego, esposo de una actriz de telenovela, hecho explotado por el letrado para ganar más fama y dos connotados abogados mexicanos. La extradición se ganó.

Muchos los casos y las anécdotas, concurrimos en la función pública de procuración de Justicia innumerables veces bajo el mando del queridísimo maestro Ignacio Morales Lechuga, abogado mexicano de impecable trayectoria y amplió reconocimiento internacional que fue el puente de unión más sólido de los hermanos Ponce. En medios de seguridad y ámbitos judiciales se referían a nosotros como los “hermanos Karamazov”, cuando coincidíamos en estas tareas. Mote coloquial que nada tenía que ver con la realidad de Dimitri e Ivan, pero sonaba bien en los corrillos de esas instancias. Su vida íntima la entregó a Mexico y a la Argentina, formó una bella familia binacional. Le sobrevive una hermosa hija, Ana Cecilia, la “prima che” de mis hijas. Era el “tío hamburguesa” para mis hijos.

Muchos fueron los viajes familiares, en muchos de ellos llenábamos cabinas enteras con el apellido Ponce. Lo vivimos viendo pedir en nombre de mis hijos en la famosa “Biela”, las vereditas, para luego robarles la ensalada de papas. Disfruté mucho las cervezas con ingredientes en la Recoleta. Vivimos juntos el luto de mi querida María Julia, su primera esposa, en las calles de Buenos Aires. El mate o los sandwichitos de pavita. Muchos paseos en Puerto Madero a la mano de un helado “Fredo” o las madrugadas en el Cuartito, allá por Talcahuano con una pizza de cebolla.

Las noches de tango en sitios casi clandestinos del barrio de San Telmo, cabalgatas en Bariloche y los bifes del “Patacón”. Paseos por el tigre y asados a la Ribera.Tertulias y cenas en casa de la entrañable Carmen.Vivió y disfrutamos muchos años el extinto Caballo Bayo, icono de la comida mexicana, con mariachis, tríos y buen tequila. El Acapulco de antaño tantas veces disfrutado. Las horas en Las Mañanitas de Cuernavaca o las eternas comidas en el Club de Banqueros (antiguo Colegio de Niñas), sitio preferido del “Gordo” para recibir a personajes de todas las latitudes.

No salía del Rincon Argentino, famoso en El Barrio de Polanco Ciudad de México. Qué decir de las fiestas aquí y allá, donde le encantaba escuchar mariachis. Fue un gran conocedor del tango, recopiló incluso una colección en yiddish para sus queridos amigos judíos. Le encantaba la música. Cuantas cosas que llenaron una historia de recuerdos que hoy nutren la memoria de un hombre que vivió en armonía, paz y amor.

Su esposa, Ariadna, lo acompañó en este último tramo de su vida llenándolo del cuidado amoroso por el que luchó y finalmente logró. Hombre respetado que no temido, constructor de leyendas que hoy descansa en paz.