domingo, 31 de octubre de 2021
«Pandemia y salud mental», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

El Covid-19 llegó y nos cambió la vida a todos. Tuvimos que despedir la realidad que conocíamos, pasar duelos por la muerte de familiares y amigos, adaptar nuestros vínculos sociales y enfrentarnos a la crisis económica y a la inestabilidad que trajo la pandemia. 

El punto que quiero destacar es que todo esto, tiene un fuerte impacto en la salud mental de la población, entendiendo la salud mental como el bienestar psicológico, emocional y social de las personas.

Más allá de los aspectos biomédicos conocidos, la ansiedad, la depresión, el miedo, el aislamiento, los trastornos del sueño o el estrés postraumático, son algunos de los otros síntomas de esta pandemia.

Hemos tenido que confinarnos en nuestros domicilios, cambiar tanto nuestra forma de trabajo como la de relacionarnos y por desgracia, muchos hemos perdido a algunos seres queridos. Una situación inesperada que vino a agudizar el problema de salud mental ya de por si mal atendido en nuestros países.

Un elemento importante del asunto es que la pandemia afectó particularmente a la juventud, que vio sus centros educativos cerrados en un momento de desarrollo personal clave y su vida cotidiana fuertemente perturbada.

En este sentido, los estudios han mostrado que el aislamiento puede generar efectos negativos en los jóvenes, porque estar en contacto con sus pares es fundamental para el desarrollo de una identidad y para su desarrollo emocional. Así, la Unicef, en un estudio reciente, ha señalado que cerca del 15 % de los jóvenes entre 10 y 19 años, está viviendo con una enfermedad mental diagnosticada, una cifra alarmante a la que se añade la de los 46.000 jóvenes en ese rango de edad que se suicidan anualmente.

La pérdida voluntaria de la vida está entre las cinco primeras causas de mortalidad en los jóvenes en todo el mundo, mientras que en Europa ya es la segunda causa de muerte. 

Otro de los aspectos sensiblemente dramáticos alrededor de la salud mental, es el del acceso a una buena atención o tratamiento, pues según sabemos, solo la mitad de los países en todo el mundo tienen planes nacionales para abordar esta temática, mientras que solo un cuarto, han integrado la salud mental en sus sistemas de atención primaria. 

Eso significa que acceder a una atención adecuada en el ámbito privado, suele ser costoso, agravando las desigualdades en salud que ya existen y empeorando la salud mental de las personas sin recursos.

La pandemia nos ha hecho ver que las desigualdades están presentes y se manifiestan mucho en el ámbito de la salud mental. Así, en la mayoría de los países con bajos ingresos, entre el 75 y el 85 porciento de las enfermedades mentales no reciben ningún tipo de tratamiento, aunque durante el primer año de la pandemia, un 6,4% de la población acudió a un profesional de la salud mental por algún tipo de síntoma, principalmente por crisis de ansiedad (45 %) y por depresión (37 %).

Respecto a los jóvenes, los estudios realizados con los padres que han vivido el confinamiento junto con sus hijos menores, señalan que han percibido cambios en su forma de ser. La mayoría asegura que han mostrado “cambios de humor” y “cambios en el sueño”, pero también irritabilidad, cambios en el peso, crisis de ansiedad, pérdida del sentido de vida, nerviosismo, estrés y hasta tendencias suicidas.

Por eso resulta clave, ahora y en el futuro inmediato, el uso de herramientas que ayuden a combatir las secuelas psicológicas de la pandemia, en especial a los grupos de población más vulnerables, como los adolescentes, con menos experiencia y herramientas para enfrentarse a una situación prolongada, tan traumática e inesperada.

Por su parte, en los adultos, el cuadro descrito se expresa también, pero muy claramente en el denominado “Síndrome de desgaste profesional o burnout”, el cual consiste en un estado de agotamiento mental, emocional y físico que se presenta como resultado de exigencias agobiantes, estrés crónico o insatisfacción acumulada.

Aunque esta no es una enfermedad en sí misma, se reconoce como el detonante de otros problemas de salud física y mental más graves. Cuando una persona presenta el síndrome, puede sentirse agotada todos los días, tener una actitud cínica, sentirse desmotivado e insatisfecho en su trabajo y en el hogar, lo cual dificulta notablemente la convivencia; pero además puede estar acompañado por síntomas físicos tales como dolores de cabeza, náuseas y dificultades para dormir.

En la mayoría de los casos, el síndrome de desgaste profesional está relacionado con las nuevas condiciones del trabajo a distancia y con confinamiento; sin embargo, como hemos visto, la pandemia ha contribuido con la situación, obligándonos a realizar tareas y actividades extralaborales exigentes, y cambiar nuestro estilo de vida por uno estresante, especialmente en el hogar, con los hijos enclaustrados y con pocos espacios para la sana recreación.

Dado que el síndrome de desgaste profesional se desarrolla en un período largo de tiempo, luego de veinte meses con esta crisis, es importante estar atento a los signos reveladores de un estrés cada vez mayor y reaccionar a estos lo más pronto posible.

Las personas afectadas deben considerar que establecer límites claros en el trabajo, adoptar hábitos saludables como: cambios de dieta, horarios regulares de comidas y de ejercicio o actividades recreativas con la familia, además de aplicar estrategias para contrarrestar el estrés, pueden ayudar a prevenir episodios futuros, aunque a veces es necesario tomar medidas más drásticas como cambiar de trabajo o renunciar a ciertos objetivos.

Lo cierto es que, aunque las cifras de contagio siguen disminuyendo en muchos países, la pandemia de la Covid-19, con sus secuelas, todavía está lejos de terminar. Una vez que consigamos vencer al virus, tendremos que combatir sus consecuencias, y en especial, los problemas de salud mental que nos está dejando.

En fin, atender los efectos psico-emocionales de la pandemia y prevenir el síndrome del desgaste profesional debe ser, ahora y en el futuro próximo, una actividad continua y prioritaria.