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Discurso de Gabriel Boric
El PRI, otrora maquinaria invencible que ganaba todas las elecciones, hoy enfrenta su peor actuación desde el triunfo del PAN al arranque del nuevo milenio. Vicente Fox sacó a los revolucionarios, al tricolor, no sólo de Los Pinos, sino también del escenario nacional.
Los gobernadores priistas, entonces, se convirtieron en virreyes por 12 años, dueños de las elecciones locales y de los candidatos; no rendían cuentas al Consejo Ejecutivo Nacional. Tal vez esos cotos de poder permitieron que Acción Nacional repitiera en la Presidencia de la República.
Ante ese escenario, el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, comprendió que para recuperar la silla presidencial era necesario reunificar al PRI, sumar voluntades y hacer un gobierno eficaz y exitoso que beneficiara a las grandes clases populares. Trabajar primero a nivel local en infraestructura y desarrollo social; compromisos que se cumplen, para después planificar a nivel nacional; así Peña Nieto recuperó el gobierno federal para su partido.
Pero, la visión de Estado del nuevo Ejecutivo no fue compartida por el PRI, el cual no entendió los signos de los nuevos tiempos; las elecciones intermedias de 2015 fueron un eufemismo, el PRI logró la mayoría simple en el Congreso y mandó al PAN a una tercera posición entre las fuerzas políticas. Pero nunca visualizaron la paráfrasis que se puede hacer de la frase histórica de Carlos Marx: un fantasma recorre México, es el fantasma de Morena. El bipartidismo de facto que vivimos en el país no creyó que el partido de Andrés Manuel López Obrador, Morena, avanzaba de manera incontenible en el entonces Distrito Federal y que empezaba a ganar municipios y posiciones fuertes en los Congresos.
Así arribábamos a las elecciones de 2016, donde estuvieron en juego 12 gubernaturas, no pocos municipios y varias legislaturas locales. Fue el Waterloo para el Revolucionario Institucional. De la noche a la mañana perdió la mayoría de los estados, engalló al Partido Acción Nacional y demostró que no puede avanzar y menos recuperar la Ciudad de México, entidad federativa que perdió desde 1997. No pinta el PRI en el Constituyente de la CDMX.
Encendidos los focos rojos, el tricolor todavía no asimila la derrota ni acaba de comprender el comportamiento ciudadano.
Posiciones triunfalistas de los líderes del PRI se estrellaron ante la realidad. Las encuestas nuevamente fallaron. El ciudadano también desconfía de los mercadólogos. Hoy más que nunca, el voto es secreto. No tengo por qué decir anticipadamente por quiénes voy a decidirme. Me reservo mi derecho a elegir.
Veracruz, una de las entidades más emblemáticas en el pasado proceso electoral, es ejemplo de ello. El elector prefirió votar por un cuestionado candidato como Miguel Ángel Yunes, exhibido por su corrupción y otras acciones, pero será el nuevo gobernador. Hay que recordar que el próximo mandatario local ha demostrado su intolerancia en muchos episodios, como en el que atentó contra la vida de un veracruzano distinguido, Ignacio Morales Lechuga, cuando era candidato a gobernador, y Yunes le prohibió, a punta de metralleta, visitar Poza Rica, donde el notario había nacido.
El PRI tiene mucho que reflexionar y no puede dejar solo al Presidente de la República en el proyecto nacional en el que se ha empeñado Enrique Peña Nieto, el de las grandes reformas estructurales. El tricolor no debe entregar el poder, porque ésa es la función primogénita de los partidos. Sólo quedan dos años y en ese tiempo el Revolucionario Institucional debe recuperar lo que ingenuamente ha perdido. Acción Nacional vive todavía su borrachera triunfalista, que se esperen a la cruda que le puede recetar el elector.
La soberbia le ganó al PRI. El mismo día de los comicios vaticinaba no nueve, sino diez u once estados ganados. El votante le dio la espalda, ya el mexicano no confía en los partidos, está harto de las estructuras monolíticas. El pacto social, el articulado por los institutos políticos, se resquebraja. Nuevas políticas públicas deben contar con el aval ciudadano.