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Discurso de Gabriel Boric
Por Cecilia PONCE RIVERA, para SudAméricaHoy
Su esquema de color es limpio, en gris, blanco o negro, apenas un toque de color en las puertas; esencialmente carece de ornamentos. De diseño simple y directo, ejemplifica el movimiento hacia lo industrial y la estética minimalista. Así describe el edificio de la Bauhaus en Dessau el Profesor de arquitectura canadiense, Richard Pierre. La imagen, sin embargo, podría bien referirse al retrato del candidato Por México al Frente, Ricardo Anaya.
Así como la corriente de la escuela Bauhaus, fundada en 1919 por Walter Gropius no se limitaba a la arquitectura, el pensamiento de Anaya no lo hace meramente al campo jurídico, tal y como lo constata la flexibilidad de su tesis para obtener el grado de licenciatura, “El graffiti en México: ¿arte o desastre?”. En ella Anaya extiende su discurso a otros horizontes; al de la sociología, las artes gráficas y la contracultura.
Para algunos Ricardo Anaya representa la imagen de un muchacho capaz e inteligente, a quien no por nada apodan „el chico maravilla “, muy al contrario, para otros, es percibido como un traidor oportunista. Finalmente, en un país tan basto como lo es México, no son pocos los que ni siquiera conocen su nombre. En sentido dogmático, Anaya es un hombre preparado.
Licenciado y Maestro en Derecho y Doctor en Ciencias Políticas, aunque de manera mecánica, se desenvuelve bien al exponer ideas y puntos de vista. Sin embargo, si bien su noción jurídica es sólida y sus reflexiones claras, estas resultan a menudo insuficientes, sobre todo en cuestiones económicas, donde suele discurrir de manera ligera, llegando incluso a ser superficial.
Dotado de lucidez reforzada por la disciplina, que no cabe duda, aplica de manera rigurosa física y mentalmente, en los argumentos del aspirante más joven de la contienda hay un dejo de falta de profundidad, evidenciando que, si bien habla además de español, inglés y francés, no es en sí un hombre fuertemente cultivado. Prueba apenas perceptible, son los paralelismos que expone con otros países, como el de la formación de coaliciones de gobiernos en Chile y Alemania.
Además, lejana a la noción que maneja respecto a diversos Jefes de Estado, cuya carrera política y su paso por el Congreso, dice se asemejan a la de él – en su caso a nivel local en el Estado de Querétaro y a nivel federal-, la realidad es que no es un candidato capaz de cautivar y encender multitudes con extraordinarios discursos pronunciados con voz potente y motivante como la de Obama, ni tampoco posee el carisma que concede una agenda progresista en dupla con el físico ideal y encantador de cámaras de Justin Trudeau. Aunado a lo anterior, a Anaya lo persigue la sombra de una presunción de enriquecimiento ilícito, investigación que a nivel nacional promueve, en tiempos de campaña, el Gobierno Federal de México a través de la Procuraduría General de la República.
En efecto, el joven queretano, es un hombre delgado en más de un sentido, sin embargo, tiene la piel gruesa y las agallas necesarias para ganar. Su auditorio en contraste con el de otras figuras políticas seductoras, lejos de ser pasional suele ser más bien racional.
De cualquier forma, si se le compara respectivamente con sus contrincantes, ya sea el candidato de la coalición Todos por México (PRI-PVEM-Panal), José Antonio Meade Kuribreña , portador de un vistoso estuche de credenciales en el ejercicio de la función pública, o bien con el abanderado de la coalición Juntos Haremos Historia (MORENA-PES-PT), Andrés Manuel López Obrador, perito en contiendas electorales, Anaya Cortés se delata, según la opinión de muchos, cuasi inexperto tanto en el ejercicio de tareas gubernamentales, como en el arte de hacer campaña.
Lo anterior, ya que solo ejerció cargos en el gobierno local de Querétaro y a nivel federal se desempeñó como subsecretario de Planeación Turística en el Gobierno del expresidente Calderón. En cuanto a su experiencia legislativa cuenta en su haber con dos diputaciones plurinominales en el Congreso de Querétaro y en el de la Unión, respectivamente (solo una vez, en el 2000 contendió por una diputación en Querétaro, la cual perdió). Finalmente fungió como presidente primero interino y luego elegido por mayoría en el Partido Acción Nacional.
Pese a esto y a pesar también de su juventud, Ricardo Anaya es de los tres, el único con matices de estratega político, el más penetrante, el más expedito y acaso el más sofisticado en caminar la senda al poder. Ni la torpe y burda pero aun poderosa maquinaria del Revolucionario Institucional, ni la destreza y habilidad política del eterno veterano en la carrera presidencial parecen distraerlo de su propósito por alcanzar la Silla Presidencial.
Asimismo, su trayectoria de ascenso tanto para acceder a la nominación y nombramiento como candidato presidencial primero por su partido, el Acción Nacional y luego por una coalición sui generis, que agrupa por primera vez en la historia en un centro demócrata social, a la derecha el PAN y a la izquierda el dúo conformado por del Partido de la Revolución Demócrata (PRD) y Movimiento Ciudadano, así como el modo de hacer política expuesto hasta ahora durante su campaña, revelan en Ricardo Anaya signos imperiosos, pero también de mucho arrojo.
La filosofía de la Bauhaus vuelve otra vez a la mente; la personalidad de Anaya bien podría equipararse en sentido figurado con dicha corriente, más que por su estilo un tanto frío, primeramente, técnico, práctico y funcional, porque al igual que la filosofía de Walter Gropius, la directriz de Anaya, en este caso, en relación con el sistema electoral mexicano, es susceptible de convertirse en un medio para elevar la materia hacia una nueva dimensión. En sentido estricto, de acuerdo a una estrategia de resistencia encaminada a obtener la aglutinación del voto, que desemboque en un tête a tête contra el eje izquierdista latinoamericano, con cuyos líderes –Maduro en Venezuela, Miguel Díaz-Canel, sucesor de la dinastía Castro en Cuba, Morales en Bolivia y aleatoriamente Sánchez Cerén en el Salvador y Daniel Ortega en Nicaragua, simpatiza el hoy líder con extenso margen en todas las encuestas camino a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador. De lograrse, el llamado al „VOTO ÚTIL„ hecho por Ricardo Anaya, tendría de facto, el mismo efecto que hubiese tenido una contienda en una muy ansiada por la mayor parte del electorado y rechazada por el Congreso, segunda vuelta.
El gran problema del candidato Por México al Frente es que la „utilidad „de la corrida de propuestas que exhibe, unas con más substancia que otras, -como lo son la creación de una fiscalía independiente para combatir la corrupción y el ingreso básico universal para erradicar la pobreza extrema vs. aquellas sobre seguridad pública, economía, educación, seguridad social y tecnología, entre otras-, no ha sido comunicada a los electores con claridad. Pues si es cierto que las propuestas de Ricardo Anaya están teñidas de creatividad, lo es también que, a diferencia de la diversidad de artefactos producidos bajo los principios de la Bauhaus, estas, carecen de la calidad revolucionaria necesaria, o por lo menos dicha condición no ha quedado expuesta al público a través de un „diseño simplificado”, imprescindible para la transmisión eficiente del mensaje.
Decir que se tiene «una plataforma” no es suficiente. Al final del día, la forma necesita substancia para poder ser puesta en práctica. Elemento, identificado genialmente por Gropius, quien sobre la capacidad creativa puntualizó agudamente: „tengo para mí que todo ser humano es capaz de concebir la forma. El problema no me parece en modo alguno la existencia de la capacidad creadora, sino y en mayor grado, el hallar la clave que la ponga en libertad”- es decir llevarla a la expresión. De esta forma, la vocación modernizadora de Ricardo Anaya deberá hallar la clave del fondo de sus propuestas electorales para dotarlas de funcionalidad revolucionaria y con ella trasmitir la veracidad del cambio que pregona. A estas alturas de la contienda, solo la substancia concreta de los cómos podría conducirlo el próximo primero de julio a cruzar el umbral de la contienda electoral y así, con los bríos que caracterizan a la juventud, en un final de fotografía, arrancarle de la punta de los dedos la Banda Presidencial a López Obrador.