EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Por Cecilia PONCE RIVERA, para SudAméricaHoy
¡Ring the alarm bells! ¡toquen las campanas de alarma!, advirtió el Presidente de la Cámara de Comercio de los EE.UU, Tom Donohue, el pasado 10 de octubre durante su visita a la Ciudad de México en preparación a la cuarta ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), mejor conocido como NAFTA por sus siglas en inglés, del que son parte, EE.UU., Canadá y México .
Hasta ahora, siguiendo el ejemplo de las bolsas de valores del mundo, las amenazas provenientes de la Oficina Oval de acabar con el Tratado habían sido ignoradas por las delegaciones involucradas. La atmósfera dentro de las negociaciones de la primera, la segunda y la tercera ronda de negociaciones -donde se avanzó respecto a la pequeña y mediana empresa y otros temas como el de dar mayor transparencia a las leyes nacionales de competencia- habían estado nutridas de relativa armonía, buena disposición y conmensurado dinamismo.
Sin embargo, esta vez fue diferente. El pasado 11 de octubre, apenas inaugurada la cuarta ronda en la ciudad de Washington, D.C, por Robert Lighthizer, Representante de Comercio de los EE.UU y anticipando ya algunos problemas, se anunció que las negociaciones se extenderían hasta el 17 de octubre. Dos días después de lo previsto. Donohue estaba en lo correcto, había razón de alarma.
A unos cuantos kilómetros de la Casa Blanca y del célebre barrio Georgetown Arlington, Virginia, se habían dado cita alrededor de 30 grupos de discusión, además de expertos ambientalistas y laboralistas. Hablaban sobre comercio electrónico, la influencia de las nuevas tecnologías dentro de los procesos aduanales, la modernización de los productos digitales y sobre las reglas de coordinación para optimizar la capacidad de competencia de pequeños comerciantes en los mercados internacionales. Todas ellas, reformas necesarias y realizables.
No obstante, las mesas de negociaciones, interrumpirían sus pláticas para ser testigos de propuestas comerciales inflexibles e inalcanzables. El tono de Trump, materializado en papel, hacía su debut en la cuarta ronda.
¿Era intención del presidente estadounidense modernizar el TLCAN a través de un consenso que se tradujera en beneficio económico a mediano y a largo plazo? ¿O, desde un principio, el TLCAN servía de prenda para ser sacrificada frente a una base electoral hambrienta para que se cumpliesen las promesas de campaña, en caso de que otras, como el muro y las reformas fiscal y al sistema de seguridad social no llegaran a concretarse?
Además de temas referentes a las reglas de contratación pública, que obstaculizan la participación de Canadá y México en el mercado estadounidense y la sustitución de los paneles binacionales por los tribunales nacionales para resolver disputas, dos fueron los temas principales, que desataron tensión e incluso pesimismo entre las huestes estadounidense, canadienses y mexicanas comandadas por Lighthizer, la Ministra de Comercio, Chrystia Freeland y el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, correspondientemente.
La primera de las dos o “pastillas venenosas”, a quien Donohue calificó de “innecesarias e inaceptables”, apareció bajo el nombre de Cláusula “Sunset” para proponer la obligación de revisar y aprobar la vigencia del TLCAN por unanimidad cada cinco años. Disposición que de no cumplirse, causaría automáticamente la terminación del Tratado.
Sinónimo de inestabilidad, al restarle predictibilidad el comercio transfronterizo y minar la confianza requerida para las inversiones a largo plazo, el supuesto ya había sido rechazado tanto por México como por Canadá, cuando el Secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, lo habría mencionado ambiguamente durante una plática a penas hace un mes. Además, la disparatada y en este caso bien traducida al español Cláusula del Ocaso, no es necesaria para un Acuerdo que ya cuenta con una provisión clara y directa, pues el Artículo 2205, permite a las partes retirarse del Tratado seis meses después de haberlo notificado debidamente.
Debido a que esta disposición permitiría a la Parte notificadora retractarse durante el período de la notificación y la salida efectiva, ya desde el pasado mes de mayo, cuando Trump dejó ver que estaba considerado esta vía, Ildefonso Guajardo, Secretario de Economía y uno de los arquitectos del TLCAN, a fin de evitar que dicha disposición fuera utilizada como una estrategia para presionar a los países socios, se pronunció durante un foro de Economía en México con un definitivo “¡Olvídenlo! ¡si lo hacen- mejor salgan ahora- porque no habrá forma de que nosotros negociaremos bajo esas circunstancias!”. Posición que ha mantenido a lo largo de las rondas de negociaciones.
De igual manera, también al interior de EE.UU. varias voces del sector privado, así como de congresistas estadounidenses como el de Massachusetts, Richard Neal se han comenzado a levantar para impedir que decisiones unilaterales empañadas de bluff à la Trump, entorpezcan o bloqueen el curso de las negociaciones. De “sugerir” Trump abandonar el TLCAN, declararía Neal durante una entrevista televisada en Canadá el pasado domingo 15 de octubre, “este iría de regreso al Congreso, lo cual haría las cosas extremadamente difíciles para él”.
Expuesta la primera propuesta y apoyada en la crítica simplista del superávit que reporta México respecto a los EE.UU, así como evitando nombrar la principal causa por la que se han perdido cientos de trabajos en aquél país– a decir, la inclusión de robots en los procesos de producción en las fábricas estadounidenses- fue anunciada la segunda proposición. Diseñada principalmente para estimular la industria del acero en los EE.UU., e inviable desde su concepción, la propuesta versa sobre las anteriormente anunciadas y temidas tarifas arancelarias impuestas en base a normas de origen, principalmente en la industria automotriz, de las cuales solo estarían exentos, aquellos autos producidos- ya no en un 62.5% como sucede en la actualidad sino- en un 85% dentro del perímetro del TLCAN , así como los automóviles fabricados en un 50% en los EE.UU. Conjuntamente, la meta plantea que dichos porcentajes se alcancen en dos y en un año, respectivamente, ignorando la interconexión en los procesos de producción en cadena, así como el tiempo que lleva la introducción de nuevos productos al mercado en dicha industria.
En contra de estas tarifas no solo se han pronunciado los gobiernos de México y Canadá, sino en general la industria automotriz global, incluyendo sindicatos y a los gigantes estadounidenses Ford Motor Company y General Motors, pues argumentan que de llevarse a cabo la imposición de dichas tarifas, el precio de los automóviles aumentaría para el consumidor y el mercado se desplazaría hacia el sur de Asia, perdiéndose con ello miles de trabajo en la región de América del Norte.
Mientras esto ocurría, al otro lado del río Potomac, en la Casa Blanca, el presidente estadounidense y el primer ministro canadiense, Trudeau, se reunían en un encuentro organizado por el Secretario de Comercio de EE.UU, Wilbur Ross, dando paso a interrogantes sobre si en realidad es Ross y no Lighthizer quien lleva la batuta de los EE.UU en las negociaciones del TLCAN. Al terminar el encuentro, Trump reiteraba indiferente ante la prensa: “Pienso que Justin, entiende que de no llegarse a un acuerdo, sería mejor terminarlo y que eso estará bien. A ellos (a Canadá) les irá bien y a nosotros también. Pero tal vez… esto no sea necesario. Deberá hacerse, sin embargo, de una forma justa para las dos partes”, recalcó, dejando a México, su también socio, completamente fuera de cuadro.
Horas más tarde, frente a miembros del Congreso de EE.UU, en actitud seria, inusual para el sonriente primer ministro canadiense, Justin Trudeau expresaría su temor de que las propuestas estuvieran diseñadas para matar y no para enmendar el TLCAN y aunque hizo hincapié en que las condiciones de trabajo de los trabajadores y los sueldos en México debían mejorar- lo cual debería extenderse a las minas canadienses ubicadas en aquél país – expresó categórico, su deseo por que las negociaciones no colapsen.
Aunque es cierto que Canadá cuenta con un tratado de libre comercio con EE.UU, previo al TLCAN, en el que en un principio Trudeau confío que de confirmarse el deceso del TLCAN descansarían las relaciones comerciales entre ambos países, las decisiones tomadas en los últimos meses por la administración de Trump lo han hecho replantear su posición: por un lado está la presión que ejercen los EE.UU para que Canadá abra su mercado interno avícola y lechero– excepciones del TLCAN que México desea eliminar en su beneficio también, pero que está dispuesto a negociar; y por el otro están los aranceles antidumping, traducidos en una tarifa del 219 por ciento impuesta a la aeronáutica canadiense Bombardier, bajo el argumento de que habría recibido subsidios gubernamentales para producir su línea de aviones para pasajeros. Al respecto y en respuesta a que sería la aeronáutica estadounidense Boeing y no Bombardier, quien llevaría a cabo la venta a Delta Air Lines de los aviones, el primer ministro canadiense anunció el pasado mes de septiembre- en francés- la cancelación de la compra a Boeing de 18 aviones de combate.
Así pues, un día después de haberse reunido con el presidente estadounidense, Justin Trudeau voló al lado de su esposa en dirección al sur para reunirse en la Ciudad de México con su contraparte, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, para por fin después de varios meses, cerrar filas con su socio comercial. Terminada la visita, la retórica utilizada por la delegación canadiense, incluyendo al primer ministro Trudeau, misma que hasta ahora había sido empleada estratégicamente por México sobre posicionar a los países miembros del TLCAN como bloque para alcanzar mayor competitividad a nivel mundial, dio testimonio del buen resultado del encuentro.
Sin embargo y a pesar de que ambos socios comparten un mercado comercial bilateral de más de 40 mil millones de dólares anuales, así como que ambos están por concretar acuerdos de libre comercio con la Unión Europea y se han abocado a buscar mercados alternativos en Asia y América del Sur, el socio más importantes para uno y otro sigue siendo EE.UU con $579 mil millones de dólares respecto a su intercambio comercial con México y $882 mil millones en relación a Canadá (Oficina del Primer Ministro Trudeau / Oficina de Representación de Comercio de EE.UU 2016).
De esta forma, el resultado de las negociaciones del TLCAN que no terminarán al fin del año como se tenía previsto, se vislumbra como una moneda en el aire sujeta en este caso, no a la ley de la probabilidad sino al imprevisible presidente de EE.UU. De un lado Trump y su gobierno y del otro un Congreso estadounidense dividido. Canadá, México y personajes clave como Tom Donohue, que ha convertido la defensa del TLCAN en una cruzada, esperan el desenlace de esta trama. Sonadas las campanas de alarma y fijada para la primera semana de noviembre, la quinta ronda de negociaciones, invita a las partes involucradas a reflexionar sobre nuevas actitudes y perspectivas.