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María Sanz
Asunción, 5 ago (EFE).- Las crucifixiones se han convertido en una extrema modalidad de protesta laboral en Paraguay, donde cerca de una treintena de trabajadores de diferentes sectores acumulan más de un mes clavados a maderos en el Gran Asunción, como forma de presentar sus reclamaciones el Gobierno.
En el centro de la capital, en una carpa de plástico instalada en la acera frente al Ministerio de Trabajo, once personas yacen sobre cruces individuales de madera con clavos de más de un palmo de largo atravesándoles las manos.
Junto a ellos, otras cuatro personas protestan con las bocas selladas por gruesos clavos curvos, que les desgarran los labios y les impiden hablar y tomar alimentos sólidos.
Trece de ellos son conductores de autobús de la línea 49, conocida como La Limpeña, que desde hace 37 días protestan por el despido de 51 de trabajadores, efectuado después de que los empleados notificaran a la empresa que habían creado un sindicato.
Comparte el suplicio en la cruz la esposa de uno de los conductores despedidos, Norma Bogado, y se suman a ellos otros siete trabajadores que permanecen crucificados a unos quince kilómetros, en la parada de la línea entre las ciudades de Limpio y Luque, el lugar donde se originó la protesta.
Los compañeros de quienes están crucificados frente al Ministerio de Trabajo se turnan para atender a los crucificados, dándoles de beber y a veces de fumar.
También piden dinero para su sustento a los autobuses, taxis, y coches que pasan por la calle, ya que los chóferes en protesta llevan más de un mes sin recibir ingresos.
El dolor que provoca mantener los brazos extendidos durante tantos días, el riesgo de infección de las heridas de los clavos, las dificultades para lavarse o el intenso calor que, en pleno invierno austral, dispara las temperaturas por encima de los 30 grados en Asunción no son obstáculos para que hayan decidido «seguir hasta el final».
Así lo expresó Miguel Garcete, chófer despedido de la empresa y ahora crucificado, quien dijo a Efe que ese sacrificio es un paso más en su lucha por «exigir que el Ministerio de Trabajo reconozca legalmente al sindicato y la empresa readmita a los 51 despedidos».
El trabajador se interrumpe cuando entra en la carpa el padre Juan Carlos Ayala, sacerdote franciscano que visita casi a diario a los manifestantes, a los que lee pasajes de la Biblia, y ofrece la comunión y sus bendiciones.
«Intento darles ánimo y bendiciones, creo que les hace bien. Oramos para que pronto se pueda llegar a un acuerdo que solucione este conflicto», dijo a Efe Ayala.
El sentimiento religioso es una de las razones que llevan a los trabajadores a optar por la crucifixión como símbolo de protesta, un rasgo común al del otro grupo de obreros que también yacen en cruces en Asunción: el de los extrabajadores de la hidroeléctrica Itaipú.
En este caso son siete los crucificados, seis de ellos exempleados de la represa, además de Rosa Cáceres, esposa de un extrabajador.
Cinco de ellos se clavaron el pasado 30 de junio por segunda vez en seis meses, después de que a fines de enero abandonaran la protesta tras llegar a un acuerdo con el Gobierno y haber pasado más de 50 días crucificados.
Los otros dos se sumaron el pasado 7 de julio.
Los siete permanecen en una carpa frente a la Embajada de Brasil, país que comparte la represa de Itaipú con Paraguay, y exigen el pago de unos derechos laborales retroactivos por un convenio firmado entre los gobiernos de ambos países.
A la penitencia se agrega, además del dolor físico, la distancia de sus lugares de origen y de sus familias, ya que muchos de ellos proceden de ciudades próximas a la represa, como Hernandarias o Ciudad del Este.
Se trata en muchos casos de personas ancianas, que presentan algunos problemas de salud, como recordó a Efe Carlos González, representante de la Coordinadora de Trabajadores de Itaipú y Contratistas.
Todos los crucificados del Gran Asunción dicen tener en la fe católica una de sus mayores fortalezas, y algunos dirigentes alternan consignas sindicales con exhortaciones espirituales.
De hecho cada día se reúnen para elevar sus plegarias, en espera de que su grito sea escuchado, además de por santos y vírgenes, por las autoridades terrenales.