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Discurso de Gabriel Boric
Por Hugo Coya, para SudAméricaHoy
En su más reciente obra, Mario Vargas Llosa nos traslada al pasado para hacernos reflexionar nuevamente sobre la vida y el fin de una era. Solo que ese pasado no parece tan distante ni tan lejano geográficamente, si tomamos en cuenta lo que viene ocurriendo con la política peruana y las recientes turbulencias que enfrenta el gobierno del presidente Ollanta Humala.
Como si se tratase de la Florencia del siglo XIV que describe Vargas Llosa en “Los Cuentos de la Peste”, donde las personas van muriendo por una epidemia de peste bubónica, Humala se encuentra enfrentando las consecuencias de un virus que aqueja a varios de los parlamentarios que él mismo les permitió elegirse: se convirtieron en tenaces opositores.
Esos congresistas fueron decisivos para que la oposición consiguiese los votos necesarios y se aprobase la moción de censura que obligó constitucionalmente a renunciar a la presidenta del Consejo de Ministros, Ana Jara, acusada de no tomar medidas para evitar que uno de los servicios de inteligencia hurgue en la vida de políticos, empresarios y periodistas.
Pocos se atreven a asegurar que Jara, conocida por sus dotes dialogantes, mandase realizar esas siniestras tareas a los nuevos aspirantes a suceder al encarcelado exasesor presidencial Vladimiro Montesinos.
Pero Jara sucumbió a esa enfermedad tan típica, como espeluznante, que aqueja a la política nacional cada cuatro años: la cercanía del fin de un gobierno.
Mientras el país se ahoga en catástrofes por las lluvias torrenciales, las amenazas de un nuevo fenómeno del Niño y ralentización de la economía, los políticos parecen más preocupados en cómo acomodarse para la próxima elección que se realizará en abril de 2016 y para ello intentan lucir ante el electorado lo más separados de un gobierno sumamente desgastado ya por el propio ejercicio del poder y sus graves errores cometidos.
Así consiguieron escribir un nuevo hito en la política peruana al derrumbarse por primera vez desde 1963 a un presidente del Consejo de Ministros o primer ministro (como se le llama coloquialmente).
Sin embargo, Humala decidió responder al desafío designando para el puesto a su ministro de Defensa, Pedro Cateriano, conocido por su belicosidad verbal hacia la oposición.
La designación de Cateriano no cierra ahora este capítulo sino, por el contrario, abre una interrogante mucho mayor acerca de si conseguirá o no el necesario voto de confianza que está obligado a recibir por parte de este Congreso fragmentado y donde el gobierno no goza de mayoría.
Cateriano, quien es, a la sazón, uno de los grandes amigos de Vargas Llosa y seguidor de larga data de sus preceptos políticos, tendrá que conseguir los votos de quienes, precisamente, se pasó atacando durante los cuatro años precedentes e incluso mucho antes.
Disyuntiva clave para el futuro de la democracia peruana. La Constitución establece que si el Congreso censura o no otorga dos veces consecutivas el voto de confianza a un primer ministro, el presidente de la República podrá disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones con consecuencias imprevisibles.
Resta saber si Vargas Llosa, cuyo apoyo fue decisivo para la victoria de Humala, ha escrito esta vez también una obra que, al querer mostrar una época exacerbada por una crisis, no refleja nuevamente a su propio país y otra de sus luchas para no caer en el abismo.