sábado, 23 de febrero de 2013
Hablamos de la vieja tesis: "Roba… pero hace"

Por Hugo COYA, para SudAmericaHoy (SAH)

La tesis es maquiavélica ya que procede de algunos sectores políticos para despertar certidumbres en un medio como el peruano, tan acostumbrado a las decepciones y frustraciones. Aunque es una idea que permanece en el inconsciente de muchas personas en el Perú, alcanza su mayor relevancia durante las coyunturas electorales.

Se trata de la reedición del viejo lema acuñado por el político brasileño Adhemar de Barros cuando estuvo al frente de São Paulo hace ya varias décadas y virtualmente la consolidó como la mayor ciudad de América del Sur mientras multiplicaba su fortuna, las de sus colaboradores y sus seguidores a niveles nunca antes conocidos, incluso para un continente como el nuestro acostumbrado a los escándalos de corrupción.

Construyó algunas de las mayores carreteras de Brasil, inició las obras del Metro de la capital paulista, uno de sus aeropuertos, entre otras grandes obras. Dos distritos, un hospital, un aeropuerto y una carretera fueron bautizados con su nombre.
Pero De Barros no sólo fue alcalde de São Paulo sino también interventor federal, dos veces gobernador del Estado del mismo nombre así como candidato a la presidencia del Brasil en 1955 y 1960. Se le considera uno de los padres del marketing electoral de la nación vecina.
Sin embargo, De Barros no pasó a la historia precisamente por su agudo sentido para captar el pulso de la opinión pública o sus obras sino por ser quizás el único político registrado que salió abiertamente del closet de la corrupción. Él reveló que, efectivamente, hacía política en beneficio personal y el de sus familiares, lanzando la frase, posiblemente, más grotesca exhibida en campaña electoral alguna: “Adhemar rouba mas faz” (“Adhemar roba pero hace”).
Sus simpatizantes justificaban el lema, asegurando que se trataba, paradójicamente, de una gran forma de honestidad y sinceridad, en el entendido que todas las personas que ingresan a la política lo hacen para obtener un cargo en la administración pública o incrementar su patrimonio después de trabajar arduamente para conducir al líder de un partido al poder, aunque nadie se atreva a admitirlo públicamente.
Esta muestra de “sinceridad” o de cinismo — de acuerdo al cristal con que se quiera ver — causó un profundo impacto entre los brasileños, granjeándole a De Barros numerosos admiradores y muchísimos detractores. De ser considerada válida, la tesis se convertía en un divisor de aguas entre quienes entraban a la política para servir a los demás y aquellos que lo hacen para servirse de ella, en una especie de “vale todo” o mejor dicho “nadie vale nada” ya que todos son igualmente corruptos.
De Barros tuvo que retractarse y llegó a negar ser el autor de la frase, a pesar de que la prensa de la época llegó a mostrar con creces su uso en carteles en la campaña electoral para la Alcaldía de São Paulo en 1957. Su adversario Paulo Duarte la mencionaba en sus discursos una y otra vez, presentándose como una alternativa contra la corrupción.
Sin embargo, de nada le sirvió a Duarte. De Barros resultó reelecto y así pavimentó su larga carrera política – y su fortuna — con dirección a la presidencia de Brasil, donde no logró tener el mismo éxito debido a que se creó un movimiento nacional que puso freno a sus aspiraciones.
Inconforme con los resultados y su sucesiva marginación del poder, participó en la conspiración del Golpe de Estado de 1964 a manos de los militares, quienes después de usarlo lo declararon un peligro para su propia estabilidad debido a los escándalos de corrupción que lo perseguían. Finalmente, De Barros tuvo que exiliarse en Francia, donde falleció.
La filosofía de De Barros era simple y se basaba en la convicción de que el político no necesariamente tiene que ser honesto, pero si construir muchas obras en la tarea a la que postula o ejerce.
El concepto de la honestidad desaparece o queda relegado, haciendo primar la idea que todo político es exitoso o bueno sino convierte su ciudad, región o país en un gran cantero de obras.
Lima enfrenta esa misma disyuntiva. Más allá de su comprobada honestidad, la alcaldesa Susana Villarán y su equipo no lograron en sus dos años de gobierno enfrentar de forma adecuada muchos de los problemas que enfrenta la mayor ciudad del Perú y, además, cometió gruesos errores en el manejo municipal que le han permitido granjearse poderosos enemigos.
Conforme se acerca el 17 de marzo cuando se decidirá si se le revoca o no, el clima de polarización aumenta, aunque resta saber si su mensaje de honestidad y sus promesas de mejora serán suficientes para que los ciudadanos decidan mantenerla en el cargo o si los limeños apostarán por la nostalgia por las obras – aunque sea cuestionadas –obligándolos a ir a dos nuevas elecciones en menos de dos años para elegir a un nuevo alcalde.
Lo único que está claro hasta ahora es que esta elección será una prueba de fuego para saber si nuestra democracia – a 13 años del descubrimiento de la mayor red de corrupción en la historia peruana — está lo suficientemente madura para superar el debate obras vs honestidad, dejando de lado el lema de “roba, pero hace».