martes, 29 de septiembre de 2015
Una vida entera en Siria reducida a un garaje en el Líbano

Susana Samhan
Trípoli (Líbano), 29 sep (EFE).- En el suburbio de Badaui, en la ciudad libanesa de Trípoli, los garajes no son para guardar vehículos, sino que sirven de morada para refugiados sirios, que tras perderlo todo llevan una existencia rodeada de miseria.
Son tan pobres que ninguno de ellos sería capaz de reunir los más de mil dólares que cuesta marcharse a Europa ilegalmente, y tampoco pueden hacerlo de forma legal, porque la mayoría no tiene pasaporte.
«¡Claro que me iría si pudiera, pero el pasaporte no lo podemos pedir en nuestra embajada de aquí, tendríamos que volver a Siria para hacerlo y es peligroso regresar en mitad de la guerra», dice a Efe uno de los vecinos de este barrio, Ziad, de 37 años y padre de cuatro niños.
En Homs, su ciudad de origen, se ganaba la vida como electricista y tenía una casa con tres habitaciones. Ahora solo encuentra trabajo ocasionalmente como albañil y vive en uno de los garajes del barrio de Badaui.
«El futuro lo veo negro, no tengo perspectivas de nada», lamenta Ziad, con cara de resignación.
No muy lejos de donde está Ziad, otra vecina de la zona, Maryam, de 35 años, pasa el tiempo observando a los transeúntes de la calle apoyada en la puerta de la cochera que habita junto a su marido y sus seis hijos, de entre tres y quince años.
Maryam se muestra solícita para enseñar su casa, que se limita a una única habitación divida en dos por un improvisado panel de madera: una parte hace de cuarto de estar durante el día y, por la noche, de dormitorio para toda la familia; la otra, sirve de cocina.
En la zona salón-dormitorio no hay muebles, tan solo una pequeña televisión, una esterilla y cojines en el suelo; mientras que en la «cocina» hay un lavadero, una nevera, un antiguo fogón sin horno y un par de estanterías para guardar comida.
El aseo es un claustrofóbico habitáculo de un metro cuadrado situado junto a una estantería donde almacenan también comida.
Al igual que el resto de garajes del barrio, el de Maryam no es subterráneo, sino que está a ras del suelo y la única ventilación que posee es la puerta y un ventanuco próximo al techo de la cocina.
La casa es humilde pero está impoluta. «Seremos pobres pero, por lo menos, trato de mantener el garaje lo más limpio posible», manifiesta esta siria, también procedente de Homs, como la mayoría de residentes de Badaui.
La voz se corre rápido y enseguida aparecen varias vecinas en casa de Maryam que se han enterado de que hay una periodista en su cochera.
Se han traído a los niños porque los maridos están en ese momento rezando en la mezquita, y todas quieren contar su historia para que «el mundo sepa cómo viven los sirios en el Líbano».
Su principal preocupación es el futuro de sus hijos, ya que muchos de ellos no van a la escuela desde que llegaron a este país. «Es demasiado caro, no podemos pagar los libros», lamenta Halima, prima de Maryam y con cuatro vástagos.
Otra de las mujeres, Amina, se queja de que «todos los días son iguales, hoy es como ayer y mañana será como hoy. Comer, dormir y no hacer nada».
Su dieta se limita a arroz, bulgur (grano de trigo partido) y verduras, y solo de vez en cuando compran pollo o carne, «depende de cómo estén los precios», comenta Amina.
Ellas cuidan a los niños, mientras sus maridos buscan ocupación o trabajan ocasionalmente como obreros en la construcción, con lo que a duras penas pueden pagar mensualmente los 250 dólares del alquiler de las cocheras.
De la ONU reciben una ayuda al mes que asciende a 13,5 dólares por persona.
La situación de Maryam es complicada porque uno de sus hijos es ciego de un ojo y la operación que podría devolverle la vista cuesta 1.500 dólares, una cifra imposible de pagar dadas sus circunstancias.
A ella le gustaría poder viajar a Alemania para comenzar una nueva vida con su familia, pero reconoce que es un sueño casi imposible.
Otra de sus vecinas, Batul, que tiene un niño de año y medio con fibrosis, explica que fue entrevistada junto a su familia por la ONU el año pasado para ser reasentados en otro país, y todavía están esperando una ansiada respuesta.
A casi todas les gustaría poder mudarse a otro Estado árabe, como Arabia Saudí, «porque allí no hay diferencias culturales y el idioma es el mismo, así que sería fácil integrase», aclara Hanan, otra de las mujeres.
Volver a Siria les parece una quimera, «allí está todo destruido, no hay adónde volver», concluye Halima.