martes, 9 de mayo de 2017
Varias razones por las que Maduro resiste en Venezuela


Por Carmen DE CARLOS

Maduro no se va de Venezuela porque sospecha que le espera un futuro parecido al de Augusto Pinochet o Alberto Fujimori. El dictador más emblemático y que más tiempo logró ostentar el poder en el Cono Sur, en el siglo pasado, terminó sentado en el banquillo en Chile después de su detención en Londres. Finalmente, Pinochet pasó a la historia como lo que fue, un hombre sin escrúpulos, un corrupto y un criminal que metió la mano en las arcas del Estado para beneficio propio y hasta abrió cuentas secretas fuera de Chile.

La historia de  Fujimori es su versión moderna vestida con ropajes de democracia y su desenlace parecido. “El chino”, como se presentaba en campaña montó con Vladimiro Montesinos, ex militar condenado por traición a la patria, una organización criminal que sirvió para tráfico de armas, espiar a los peruanos y cometer brutales asesinatos como el de los profesores de la Universidad de La Cantuta. La estabilidad económica fue, en ambos casos, la coartada para justificar sus atrocidades. Nicolás Maduro, pese a pisar con botas de plomo el territorio que concentra el mayor volumen de reservas comprobadas de petróleo del mundo, ni siquiera puede poner sobre la mesa un estado de bienestar digno para los venezolanos.
Maduro no sale por la puerta trasera de Venezuela porque no tiene, salvo Cuba –y estaría por ver-, quien le reciba. Atrapado en su propia espiral de violencia e ineficacia para gobernar, no sabe cómo salir de ese pozo en el que ha caído y ha metido a Venezuela.Brasil, refugio dorado en un tiempo de dictadores como Stroessner y compañía no está en condiciones –ni tiene deseo- de abrir las puertas a un sujeto que suma el narcotráfico a la lista de delitos cometidos desde el abuso de autoridad que le dejó en herencia –con elecciones bajo sospecha- su mentor y difunto Hugo Chávez.

Como en un teatro de papel, el presidente de Venezuela insiste en bailar al ritmo fúnebre de las últimas decenas de muertos y cientos de heridos. Mientras, el país entra en le recta final de descomposición y su régimen continúa su eterna agonía. Diosdado Cabello, una mente similar a la de Montesinos, quizás siga pensando que, en algún momento, podrá ocupar su puesto.


Las últimas imágenes del gentío derribando una estatua como hicieron en Irak con otra de Sadam Hussein, parecía, una vez más, preludio del fin de régimen pero parece que no. El mundo, sin embargo, espera que esta vez los venezolanos triunfen y logren derrocar al dictador pero el mundo presume de un cinismo vergonzoso. Salvo excepción, los países dejaron solo a un pueblo víctima de la masacre de sus gobernantes y con especial saña a partir del 2013, año de la muerte de Hugo Chávez. Lo hicieron sin poder negar lo que sucedía porque estos más de 40 muertos no son los primeros y por desgracia, probablemente no serán los últimos.


El tiempo, con la decisión real de la mayor parte de la comunidad internacional (¿Dónde está la voz sin filtro de Donald Trump?), la negativa de China a proporcionarle nuevos créditos, la asfixia económica y la intervención genuina de una OEA que, como la Iglesia, abrió por fin los ojos, terminará expulsando a Maduro. Cuando suceda, todos  se colgaran la medalla de haber luchado contra la injusticia del régimen bolivariano.

Mientras llegue ese momento, el Santo Padre en primer lugar, los miembros de Unasur y el resto de las naciones democráticas a continuación, deberían seguir la máxima del Pontífice cuando pide al final de sus encuentros, “recen por mi”. Sus pecados, por haber hecho durante años menos que nada para frenar el chavismo, tienen difícil perdón.