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Discurso de Gabriel Boric
«Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba.» Con estas diplomáticas palabras, Juan Pablo II resumió su histórica visita a la isla, en 1998. Pero el deseo del Papa no se cumplió a corto plazo: el régimen se cerró más sobre sí mismo y la comunidad internacional le dio la espalda.
Hoy, con Fidel Castro fuera de la escena política, los astros parecen alinearse a favor de Cuba. El país gana peso en América latina, se reencuentra con la Unión Europea y comienza a soñar con el fin del embargo estadounidense.
Pragmático como pocos, Raúl Castro cambió las batallas políticas de Fidel por reformas económicas. Pero el proceso de cambios («actualización del socialismo» en el particular silabario de La Habana) es tan lento que suscitó críticas hasta en el oficialismo. Asfixiado financieramente y agotado ideológicamente, el régimen decidió entonces buscar el aval internacional y abrir una ventana al mundo: las inversiones extranjeras son bienvenidas.
Para el ensayista cubano Rafael Rojas, Cuba está viviendo una aceleración de las expectativas de cambio, pero son muchos los factores que inciden en ese rumbo y que generan un movimiento favorable a la integración de Cuba a la comunidad internacional y al fin de las políticas de exclusión de la isla.
Entre esos factores, Rojas destaca el deterioro de Fidel Castro, la ausencia de Hugo Chávez, el debilitamiento del bloque bolivariano y la presión interna de diversos sectores de la sociedad cubana -sobre todo, los jóvenes- a favor de la democracia.
«No se puede atribuir todo el crédito de este proceso a las reformas emprendidas por Raúl Castro, cuya limitación es evidente hasta para los propios académicos y analistas oficiales. La integración diplomática y comercial de Cuba, impulsada desde América latina, la Unión Europea y una parte del exilio, está también relacionada con la búsqueda de un clima internacional más favorable a la democratización de la isla», explica el historiador, exiliado en México.
Aunque en la isla todavía no se mueve una hoja de palma sin permiso del Partido Comunista y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y la disidencia interna, por tanto, continúa marginada, el gobierno de Raúl Castro se anotó un par de éxitos afuera, como garante del proceso de paz en Colombia y como anfitrión de la reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Castro aprovechó ese encuentro regional para recomponer definitivamente sus relaciones con México, el país de América latina que más apoyó la revolución cubana, y con el que el diálogo se había enturbiado desde aquel célebre «comes y te vas» que le espetó el presidente Vicente Fox a Fidel Castro, en una cumbre celebrada en Monterrey, en 2002.
Con el PRI de regreso al poder, La Habana gana un viejo aliado. Como gesto de buena voluntad, el presidente Enrique Peña Nieto condonó el 70% de la deuda cubana, unos 340 millones de dólares. México -tercer socio comercial de la isla tras Venezuela y Brasil– vuelve a ser querido en Cuba.
Pero quien más decidida se muestra a apostar por Cuba es Dilma Rousseff. La mandataria brasileña aprovechó su asistencia a la cumbre de la Celac para inaugurar la primera fase de las obras del puerto de Mariel, próximo a la capital cubana y nuevo emblema industrial de la isla. Obedrecht, el gigante brasileño de la construcción, invirtió más de 1000 millones de dólares en la remoción de uno de los mayores puertos del Caribe.
Para Brasil, la operación es de ida y vuelta, al dotar a muchas de sus empresas de un megapuerto desde el que exportar a toda América Central y el Caribe. Y para Cuba supone la culminación de un sueño: convertir una deslucida rada en el proyecto más ambicioso de Raúl, la Zona Especial de Desarrollo de Mariel (ZEDM), con la que el gobierno cubano espera atraer inversiones y generar empleo.
Las buenas noticias para La Habana no acaban ahí. Después de años de distanciamiento, la Unión Europea se propuso dar un giro a su relación con Cuba y descongelar las relaciones. Bruselas reanudará en breve el diálogo con las autoridades cubanas y pondrá fin a un bloqueo institucional que comenzó en 1996, cuando el entonces presidente español, José María Aznar, logró que sus socios europeos aprobasen la llamada Posición Común, que condicionaba las relaciones bilaterales al respeto de los derechos humanos en la isla.
«Al tener una posición más sólida en América latina y ser reconocido por todos los países, y al contar con aliados como Brasil, Cuba también mejora su posición frente a la UE. La apertura económica y la concesión de mayores libertades individuales [derecho de viajar, de tener negocios, etcétera] son interpretadas por Bruselas como una señal de cambio y modernización. Es por el contexto regional y por las reformas en Cuba que la UE decidió negociar un acuerdo de cooperación y diálogo político con la isla», asegura Susanne Gratius, investigadora del centro de análisis Fride, de Madrid.
Pero Cuba sigue mirando al Norte. Estados Unidos siempre fue la obsesión de Fidel Castro. El embargo económico asfixia a la isla caribeña desde hace más de medio siglo. De ahí que cualquier señal de distensión proveniente de «las entrañas del monstruo» sea diseccionada con lupa en los despachos del Palacio de la Revolución.
En los últimos días se prendieron varias lucecitas. Alfonso Fanjul, el «rey del azúcar», empresario de origen cubano y uno de los hombres de negocios más influyentes en Estados Unidos, rompió su silencio y declaró a The Washington Post que si la ley lo permitiera, estaría dispuesto a invertir en la isla. Como otros empresarios y líderes políticos de Florida.
Fanjul anhela un cambio de rumbo en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Un deseo que parece mayoritario, a juzgar por la encuesta divulgada esta semana por el prestigioso Atlantic Council: el 56% de los estadounidenses respaldan ese viraje .
Pero ese cambio, que bajo la presidencia de Barack Obama se reflejó en la flexibilización de ciertas restricciones para viajar y enviar remesas a la isla, tropieza con el escollo insalvable del bloqueo económico. Ni la Casa Blanca ni el Congreso -el órgano competente al respecto- tienen intención de derogar la maraña de leyes que regulan el embargo.
Hay además otros palos en la rueda, como el caso del contratista norteamericano Alan Gross, detenido en Cuba, o el largo contencioso de varios espías castristas que purgan largas condenas en prisiones de Estados Unidos.
Para Peter Hakim, presidente emérito de Inter-American Dialogue, un think tank de Washington, no se vislumbran grandes cambios en las relaciones bilaterales a corto plazo: «Hay más obstáculos, como el hecho de la limitada importancia que tiene Cuba para la mayoría de los estadounidenses; la línea dura que defienden influyentes líderes políticos, como Robert Menéndez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, y, por último, la propia política represiva de Cuba, unida a la indecisa estrategia de reformas económicas».