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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO @Juan_Restrepo
Un buen amigo judío me dijo en cierta ocasión refiriéndose con ironía a los cubanos en Estados Unidos: “se creen el pueblo elegido y no se enteran de que en el mundo no cabe más que un pueblo elegido”. Su observación se refería al desparpajo y seguridad con el que los cubanos se mueven en el mundo de los negocios. Se les ha podido encontrar hasta en la presidencia de Coca -Cola y no serán el pueblo elegido pero sí hay que reconocerles una personalidad muy especial, son los chinos del Caribe.
Paradójicamente, a pesar de su conspicua presencia, los cubanos siguen siendo unos grandes desconocidos para quienes mejor tendrían que conocerlos: los norteamericanos, por razones bastantes obvias que hemos visto últimamente y los españoles por haber sido Cuba su última colonia a la que aún miran con una mezcla de fascinación y nostalgia; muchas familias españolas, del rey para abajo, cuentan aún hoy con algún familiar más o menos próximo con vínculos en esa isla del Caribe, cuya arrolladora personalidad llegó a poner al mundo al borde de una guerra en la década de los años 1960.
Y un personaje como Fidel Castro, que no deja indiferente a nadie, no podría haber nacido en otro país que no fuera Cuba. A Castro se le podrá detestar o admirar pero nadie puede dejar de reconocer que ha sido un gigante político, el único vivo en el mundo de una talla de estadistas de los que ya no se dan. Hoy, donde quiera que uno mire no encuentra más que naciones en manos de líderes con una falta de cuajo que, dicho sea entre paréntesis, así nos va. Y no cabe la menor duda de que detrás del reciente acuerdo para normalizar las relaciones con Estados Unidos la palabra final por el lado cubano fue de Fidel Castro.
Dicho acuerdo, que ha hecho correr ríos de tinta y que se ha convertido en una de las noticias del siglo, ha alegrado a todo mundo, desde al Papa Francisco hacia abajo, menos –como era previsible– a los cubanoamericanos.
Y para explicar esta tremenda paradoja hay que partir de uno de los datos más destacados de ese desconocimiento al que hacía alusión antes: el pueblo cubano es el más hispánico de América, para bien y para mal. Tienen la generosidad, el ingenio y la alegría de vivir y también el cainismo y la mala leche de que pueden ser capaces los españoles.
Dos conversaciones con diplomáticos en la década de 1990, me reafirmaron en esta vieja convicción, no conoce Cuba quien no conoce España y a los españoles.
Luis Ortíz Monasterio, uno de los embajadores más prestigiosos y respetados de la cancillería mexicana, me contó como, queriendo saber qué preparación recibían los funcionarios norteamericanos destinados a la Oficina de Asuntos Cubanos del Departamento de Estado, interrogó a uno de ellos sobre los países a donde había sido destinado previamente. “A Costa Rica y Uruguay”, fue la respuesta. “¿No conoce Ud. España? Preguntó de nuevo Ortíz Monasterio? “No”, “Pues con todo respeto –dijo el diplomático mexicano-, aún le faltan elementos para tratar a los cubanos.
Y un antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, Roberto Robaina, durante una larga charla, me dio la clave de este misterio caribe. “El problema de Cuba –me dijo— son los cubanos de dentro y los cubanos de fuera”. Efectivamente, cuando se ve la visceralidad de cubanos como Marcos Rubio –nada menos que aspirante a la presidencia norteamericana- con la que reciben la noticia de la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, no puede uno menos que pensar en la visceralidad de los españoles de dentro y los españoles de fuera durante la dictadura de Franco.
Esa, por una parte, es la clave para los que del lado norteamericano no comprenden la reacción de la influyente colonia cubanoamericana, que está calificando hoy a Obama de traidor y comunista por normalizar las relaciones con Cuba.
Del lado español, Cuba seguirá siendo una gran desconocida mientras muchos en la antigua metrópoli, sobre todo dentro la militancia de izquierda, continúen pensando que el problema de Cuba es Estados Unidos. Los cubanos, tanto los de dentro como los de fuera, se sienten más cercanos afectivamente a Norteamérica de lo que los españoles suponen. De hecho, poquísimos españoles saben lo que cualquier cubanito con uso de razón conoce: que si tienes tres stikes estás out.