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Discurso de Gabriel Boric
Por César G. CALERO
Estados Unidos y Cuba enterraron el hacha de guerra. Atrás quedan más de 50 años de agravios mutuos y desencuentros. El restablecimiento de los lazos diplomáticos entre los dos países cierra el último fleco abierto de la Guerra Fría. Con el acuerdo, escenificado por Barack Obama y Raúl Castro en comparecencias simultáneas, se pone fin a una anomalía histórica y se inaugura una nueva era en las relaciones de Washington no sólo con la isla sino con el conjunto de Latinoamérica.
Más allá del rechazo de una parte de la comunidad cubano-americana de Florida y del partido republicano, el histórico anuncio ha sido aplaudido por toda los líderes de medio mundo.
Desde que llegó al poder en 2008, Raúl emprendió una serie de tímidas reformas económicas que si bien aliviaron algo el bolsillo de los cubanos (con la ampliación de los negocios por cuenta propia, por ejemplo) no lograron revertir la grave crisis económica que sufre la isla. Al mismo tiempo, desde el inicio de su mandato, el general siempre se preocupó por mejorar las relaciones con el vecino del norte. El proceso para la normalización de esas relaciones se lleva fraguando desde hace más de un año y ahora se sabe que han participado actores relevantes en la mediación, como el Papa Francisco o el gobierno de Canadá.
A Raúl Castro el acuerdo le viene como anillo al dedo. Mucho más pragmático que Fidel, el general sabe que el apoyo petrolero de Venezuela no durará para siempre. Caracas está inmersa en una crisis económica y política sin visos de solución a corto plazo. Cuba necesita desesperadamente un balón de oxígeno para que su economía no colapse. Las crecientes demandas sociales han forzado al mandatario a buscar nuevos socios y aliados. De ahí que aprobara hace meses una flexibilización en la normativa de inversiones extranjeras en la isla. La reciente normalización de las relaciones con la Unión Europea también va en esa dirección.
Pero el fin de las “hostilidades” con Estados Unidos le aportará mucho más. De entrada, y aunque el bloqueo económico siga estando presente como una espada de Damocles para la isla (Obama no tiene facultades ejecutivas para derogarlo, pues la decisión depende del Congreso), la batería de medidas anunciada por el mandatario estadounidense para potenciar los intercambios comerciales sin duda será un revulsivo para la isla.
Cuestionado por la lentitud y el escaso alcance de sus reformas económicas, Raúl gana peso político tanto en su país como en la región. Ensombrecido por la gigantesca figura política de Fidel, el presidente cubano podrá presumir ahora de ser el líder que restableció las relaciones con el enemigo histórico en unas condiciones de igualdad. Aunque todavía no se conoce la letra pequeña de los acuerdos, y más allá del canje de presos y la liberación de disidentes, el gobierno cubano ha podido firmar un “armisticio” con Estados Unidos sin plegarse a su principal exigencia: una apertura política previa en la isla. Desde ese punto de vista, supone un éxito diplomático para Castro.
Pero a cambio, el régimen da un salto al vacío de consecuencias todavía imprevisibles para su supervivencia. La normalización de relaciones con Washington implicará un progresivo desembarco comercial, turístico y cultural de Estados Unidos en la isla.
El general, en cualquier caso, gana con el acuerdo un precioso tiempo político. El impacto anímico del acuerdo en la baqueteada sociedad cubana le otorga un crédito que ya se le estaba agotando por la lentitud de los cambios emprendidos.
La generación histórica de la Revolución apura sus últimos años en el poder. El propio Raúl ya anunció su retirada para 2018. Una nueva camada de líderes, con el actual vicepresidente Miguel Díaz-Canel a la cabeza, tomará las riendas del país. Y para entonces, la casa tiene que estar ordenada.
Para Obama, el restablecimiento de las relaciones con Cuba es casi una cuestión personal. Desde el inicio de su primer mandato, mostró su interés en acabar con el embargo (un deseo compartido por muchos empresarios norteamericanos, que ven en la isla un nicho de negocios invaluable). Abiertamente, Obama reconoció en su discurso que la política de aislamiento hacia Cuba ha sido un fracaso durante cinco décadas.
En la fase final de su segundo mandato, y con la audacia que le otorga el hecho de ser ya un “pato cojo” en la Casa Blanca, a Obama, que no controla ninguna de las dos cámaras del Congreso, poco le importa ya el rechazo de los republicanos. Sabe que su gesto le reportará más elogios que críticas, tanto en su país como en el extranjero. De momento, los principales líderes de América Latina ya lo han interpretado como un guiño a toda la región.