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Discurso de Gabriel Boric
Por Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy
Cuba recibe al papa Francisco en la que es tercera visita papal a la isla del Caribe en menos de 20 años, pero el hecho de haber servido el Sumo Pontífice de mediador directo en el deshielo en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba confiere a este acontecimiento una dimensión que va más allá del carácter pastoral.
El papa argentino llega, por otra parte, a un país comunista en donde, curiosamente, existe una progresión de la religiosidad, pero no necesariamente del catolicismo. Como dice el profesor Enrique Pérez Oliva al diario El País esta semana, en un apunte muy realista de la espiritualidad de la nación caribeña: “En Cuba se está expandiendo la religión, pero no el catolicismo. La Iglesia fue muy debilitada por la Revolución y aunque trata de reconstruirse lo tiene difícil. Aquí aparece cada semana una iglesia nueva, hasta de islámicos chico, y el campo de la religión está creciendo de una manera muy fragmentada”.
Lo que si es cierto es que el catolicismo nunca ha desaparecido de Cuba a pesar de que el país fue oficialmente ateo hasta mediados de la década de los 90. La Iglesia católica, que hoy realiza una importante labor social en Cuba, fue acusada de contrarrevolucionaria tras el triunfo de Fidel Castro, sus templos secularizados, el número de sacerdotes reducido a la mínima expresión con la excusa de que eran extranjeros y, cuando todo apuntaba a una ruptura de relaciones, la tradicional habilidad del Vaticano en este campo consiguió mantener el vínculo diplomático en un país de una religiosidad muy particular.
Y es que en Cuba el catolicismo convive con los cultos sincréticos de origen africano, llevados a la isla por los esclavos y practicados en pie de igualdad con el ritual de la Iglesia romana. Muchos cubanos van a misa antes o después de haber asistido a un culto de santería, la derivación yoruba originaria de la región africana en donde hoy se encuentra Nigeria y que es la más conocida. Porque, aunque con menor presencia, los paleros y abakuas completan el trío de religiones sincréticas presentes en la isla y que nunca han interrumpido sus prácticas.
En muchos hogares cubanos es normal encontrar un armario que pasa inadvertido para el visitante que no esté familiarizado con la particular espiritualidad de este pueblo. Se trata de lo que allí llaman canastillero y que en su interior, en las tres entrepaños que lo dividen, se encuentran sendos altares santeros con soperas y papeles de color de acuerdo al santo que represente.
El primero siempre está consagrado a Obatalá o la Virgen de las Mercedes, dominado por el color blanco, lo llaman “la cabeza”. Es el creador de todo cuanto existe en la tierra. Es símbolo de la paz y la pureza y se le representa con una paloma blanca en la mano. En los otros entrepaños el orden de las soperas varía según el santo que tenga asentado el dueño del canastillero.
El hecho de que estas creencias hubiesen pervivido lo explica los vínculos que las religión sincréticas tuvieron con la Revolución, un aspecto que el régimen nunca ha reconocido pero que es bastante evidente. En reuniones abakuas, tan secretas como las tenidas masónicas, se conspiró contra el régimen de Batista a la caída del cual se impuso la Revolución.
En cierta ocasión pregunté a un notable representante del régimen cuál era el origen del rojo y negro, colores de la Revolución. Su respuesta fue ambigua y poco convincente porque hablaba de un luto y una sangre demasiado tempranos al comienzo de una revolución. Y tampoco pintaba mucho allí la bandera anarquista –ya que tales son los colores del movimiento ácrata-, aunque el primer instructor de los barbudos cubanos en México fue un español de esa ideología.
En cambio, si vemos el panteón de la santería nos encontramos con el feroz y temible Eleguá, “primer dios protector, primer guerrero y el que abre todos los caminos”, es la deidad “a quien nada detiene”. Casualidad o no sus colores son el rojo y el negro.
Cuando en 1959, Castro pronunció su primer discurso y toda Cuba lo oía extasiada, una paloma blanca –de una bandada soltada estratégicamente por alguien que sabía mucho—revoloteó en torno a la cabeza del barbudo y terminó posándose en su hombro. La multitud quedó en silencio y luego un rumor sordo envolvió la plaza. Hubo quien se persignó, acababan de presenciar un milagro: Obatalá había hablado, había tomado su decisión.
Sincretismo religioso y política han estado más relacionados en Cuba de lo que puede pensarse. No creo que sea una casualidad que el movimiento que reúne a los familiares de los presos políticos se llame Damas de Blanco. Esa es la Cuba que dará una cálida bienvenida al Sumo Pontífice… y más vestido tan adecuadamente.